POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Los recortes llegan como una penosa carga a todos en lo que respecta a la SANIDAD a partir de mañana, domingo 1 de julio, teniendo que recortar un poco con respecto al pasado
Pero yo, como por costumbre tengo, no voy a hablar del presenta, sino del más lejano pasado. Nos trasladaremos a la Torrevieja de finales del siglo XVIII y principios del XIX, años en los que se disponía, refiriéndonos a aquella lejana época, de una cobertura médica ‘saludable’, amén de la terrible epidemia de fiebre amarilla sufrida en el año 1811, y de la que escribiremos en otra ocasión.
El personal sanitario de aquella época estaba integrado por Gerónimo Sánchez Muñoz, que ocupaba el cargo de delegado local de Sanidad, natural de Guardamar; don Nicolás García Lloret, cirujano, natural de Alicante; don Andrés Giménez Vergel, médico Titular, natural de Orihuela; don Manuel López Onrrubia, médico, natural de Orihuela; y los maestros sangradores, personas que tenía, como profesión sangrar con fines terapéuticos, utilizando sanguijuelas: Simón Cánovas Manzanares, natural de La Mata; y José Martínez Groso, de San Javier (Murcia).
Como oficiales sangradores hallamos a Julián Calderón Quesada, natural de Torrevieja; y a Francisco Rodríguez Albaladejo, de San Pedro del Pinatar.
Completando el cuadro facultativo’ estaban los sangradores: Miguel Orive Sánchez, natural de Alcantarilla (Murcia), a la vez barbero; José Huertas Gómez, natural de Manzanares; y Antonio Pelegrín Barsalobre, natural de Murcia.
Por ahora desconocemos los nombres del resto del personal sanitario, al que abría que añadir el boticario, la partera y el veterinario.
Pues bien, en aquellos años arribaban a Torrevieja un contingente de jóvenes genoveses que, procedentes de Gibraltar, se integraron a aquella población de gentes de otros muchos lugares que fundaron la hoy ciudad de Torrevieja. Entre ellos se hallaba el joven Vicente Bernardi Juliá, que, en 1811, a la temprana edad de 27 años, iniciaba su vida como marinero, comerciante y, seguramente, ligado como muchos de los habitantes de aquella joven villa al los negocios del contrabando.
Vicente Bernardi, a los pocos años de llegar, casó con Benita Imbernón Ruiz, natural de San Pedro del Pinatar, teniendo con ella al menos tres hijos. Quedó viudo y contrajo segundas nupcias con Benita Plaza.
Pasaron los años y llegado a la ancianidad, a mediados del siglo XIX, Bernardi sufrió los achaques de los años con un problema uretral y el consiguiente episodio clínico que les paso a detallar.
Hallándose en Torrevieja, en el mes de julio de 1850, Joaquín Fernández y López, médico director nombrado por S.M. Isabel II de los baños y aguas minerales de Busot, fue consultado por sus compañeros de medicina Juan Rebagliato Clemente y Miguel Belloti, que le hicieron la relación histórica-clínica de Vicente Bernardi Garibaldi.
Los médicos
Juan Rebagliato fue médico titular de Torrevieja, más tarde al hecho que aquí relato, por Real Orden de 24 de abril de 1867, fue nombrado director especial de Sanidad Marítima del puerto de Torrevieja, con el sueldo de 600 escudos anuales. Encargado de revisar las naves surtas en la bahía.
Miguel Belloti fue médico general y simultáneamente, con su mejor voluntad, asistía a los enfermos mentales del Refugio de Santa María Magdalena, en Murcia, con un sueldo de 4 reales al día y que venía disfrutando hasta entonces un conserje.
El enfermo
El enfermo, Vicente Bernardi, había nacido en 1784 en San Estevan, provincia de Génova, y era hijo de Luciano y de María, también de aquel lugar.
Debió de llagar a Torrevieja a principios del siglo XIX, procedente de Gibraltar. Marino genovés, de 66 años, de temperamento irritable, colérico y mordaz.
En 1850, ya había quedado viudo de Benita Plaza, su segunda mujer, con quien no tuvo, que se conozca, ningún hijo.
Bernardi padecía retención de orina con imposibilidad de lanzar una gota a pesar de los mayores esfuerzos; estado que le producía fiebre aguda, convulsiones, vómitos simpáticos y dolores lumbares. Refractarios todos estos síntomas con procedimientos para tratar la inflamación, los espasmos e intentando aliviar el dolor disminuyendo la excitabilidad de los nervios, intentaron el uso de la sonda para desatar el reservorio. Fue preparado por los referidos doctores con un linimento oleoso, al tiempo se le introdujo una sonda de goma elástica, tocándose a la salida de la uretra un cálculo voluminoso, cuyo cuerpo extraño era el motivo de todo el grupo de síntomas alarmantes referidos en el paciente.
Una intervención quirúrgica
Sin titubear un momento decidieron los doctores su extracción, aunque presentaba bastante dificultad por la gran tumefacción del prepucio.
Para extraer el cálculo reconocieron sus lados con un estilete, y observaron que no existían adherencias; después con las pinzas de ramas largas y estrechas afianzaron el cálculo y lograron triturarle en algunos puntos, extrayendo bastante número de fragmentos; y para finalizar el proceder operatorio y dar salida a la orina, que por más tiempo detenida comprometía la vida de este enfermo, se practicó, con un bisturí de botón, una dilatación introduciendo antes la sonda de ranura al nivel del cuerpo extraño, entre éste y la parte alta de la uretra que se rompió.
Con este método sobrevino una pequeña hemorragia que se disminuyó con lociones de agua tibia; con las citadas pinzas se extrajo una piedra del tamaño del hueso de una aceituna sevillana, sin contar más de otro tercio que le faltaba de las avulsiones parciales.
Este cálculo tenía una ligera capa o costra caliza y formaba su composición interior oxalato amónico.
Después de extraída la piedra, fue sumergido el enfermo en un baño a la temperatura de 25º Rankine, principió a orinar aunque no sin fuertes dolores en la herida. He de aclarar, para los menos científicos, que se denomina Rankine (símbolo R) a la escala de temperatura que se define midiendo en grados Fahrenheit sobre el cero absoluto, por lo que carece de valores negativos. Esta escala fue propuesta por el físico e ingeniero escocés William Rankine, y de uso bastante común a los pocos años de sucedida esta historia.
Los fuertes dolores junto a los demás síntomas inflamatorios que sobrevinieron, fueron combatidos con repetidas aplicaciones de sanguijuelas en el bajo vientre y junto al ano, cataplasmas reblandecedoras al miembro, aplicación constante de la sonda y una dieta refrigerante.
Con estos medios y algunas píldoras balsámicas de copaiba y magnesia y continuando de los baños templados, el anciano entró en una regular convalecencia antes de un mes.
Pasados unos días, el doctor Fernández y López, hizo las siguientes reflexiones sobre este caso, siempre enfocadas hacia su establecimiento, anunciando las beneficiosas aguas del balneario de aguas termales que dirigía en Busot, y que aunque nada de nuevo presentaba, algunos aspectos le llamaron atención en este caso:
Primero.- Jamás el genovés Vicente Bernardi Garibaldi recordaba haber tenido padecimientos del aparato genital-urinario, y mucho menos haber tenido lumbago, adormecimiento en los muslos, dolor en los cordones espermáticos, centelleo en el glande, ni menos haber arrojado arenillas.
Segundo.- Discurrió el doctor Fernández López que esta dolencia producida por piedras era muy frecuente en Aspe, Novelda, Crevillente, Elche y otros pueblos de la provincia de Alicante, y con particularidad en Torrevieja. Para el Joaquín Fernández la causa del desarrollo de esta grave afección era el uso de las aguas selenitosas de que se hacía uso doméstico en estos puntos.
Desenlace
Falleció el 23 de mayo de 1854, a los setenta años de edad, a causa de una ulceración en la uretra de la que no se pudo curar tras la operación realizada casi cuatro años antes. Todavía tendrían que pasar algunos años hasta que Torrevieja tuviera su primer hospital. Intervención quirúrgica a mediados del siglo XIX.