POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Ni una triste fotografía. Entre los millones de imágenes que atestan internet no existe, ni en las páginas oficiales de esta desmemoriada Murcia, ni una sola instantánea de Piedad de la Cierva Viudes. Y si se rebusca mucho podrá encontrarse algún retrato borroso de 1932, cuando casi era una estudiante. Lo más triste es que esta gran científica falleció en 2007. Vamos, anteayer. Entonces tampoco nadie se hizo demasiado eco, por no escribir ninguno, salvo una esquela en las páginas… deportivas.
El año en que Pilar de la Cierva se licenció en Ciencias por la Universidad de Valencia solo había en las universidades 2.206 mujeres, un 6% de los alumnos matriculados. A Piedad no debió sorprenderle. También había sido la primera que acudió, aquel 2 de octubre de 1928, a estudiar a la Universidad de Murcia. Y lo hizo porque su padre, adelantado a su tiempo, la animó a adquirir una sólida formación.
Piedad, desde muy joven, eligió la química, en lugar de optar por el magisterio, ocupación con más futuro para una mujer en aquella época. Eso sí, su padre -doctor en Derecho- la obligó a completar también esta carrera, por si acaso. Aunque no consiguió que a las clases la acompañara una señora de compañía. La joven se negó en redondo.
Pese a cursar sus estudios entre hombres, Piedad no recordaba que la hubieran discriminado. Quizá porque su capacidad intelectual amedrentaba a más de uno. Al año siguiente se trasladó a Valencia, a la residencia de las Escolapias hasta que la proclamación de la Segunda República cerró el centro. Fue acogida por la familia de uno de sus profesores, antiguo maestro en Murcia y cuya mujer también era licenciada en Filosofía y Letras.
De aquel tiempo escribiría más tarde que «el ambiente de aquella casa era distinto al de mi familia y al de todas las familias que conocía. Se trataban de igual a igual, con gran cordialidad y delicadeza. Comentaban lo que decían los periódicos; yo nunca había leído ninguno».
Una vez licenciada, con Premio Extraordinario y apenas 19 años, la joven se trasladó a la Universidad Central de Madrid para doctorarse, otro reto, mientras trabajaba en el flamante Instituto Nacional de Física y Química Rockefeller y se alojaba en la después célebre Institución Teresiana.
Bajo la dirección de Julio Palacios se integró en la Sección de Rayos X. Era la única mujer. En un estudio sobre la murciana, la doctora Inmaculada Alva Rodríguez apuntará uno de los recuerdos que Piedad atesoró de sus experiencias en el instituto: «Recuerdo mi gran sorpresa cuando comprobé que era capaz de calcular la distancia entre los átomos de cloro y sodio de un cristal de sal».
Junto a Premios Nobel
Piedad se convertiría en profesora ayudante en las clases prácticas de Química Orgánica. Por entonces comenzaba a redactar su tesis titulada ‘Factores químicos del azufre y del plomo’. La investigación le permitió escribir hasta siete artículos que se llegarían a publicar en los Anales de la Sociedad Española de Física y Química.
El siguiente paso estaba cantado: marcharse a ampliar formación en el extranjero. Y obtuvo una beca que le permitió acercarse al estudio de la radioactividad en el Instituto de Física Teórica de Copenhague. No era cualquier destino. Allí estaba, entre otros, el reputado científico George von Hevesy, quien había descubierto el hafnio y recibiría el Premio Nobel.
Aquel tiempo fue para Piedad algo maravilloso, como más tarde reconocería. Por un lado, asistía a la vanguardia de la incipiente energía nuclear y se codeaba con premios Nobel o quienes terminarían siéndolo. Además, pudo visitar diversos laboratorios a la vanguardia de la investigación. Fue el caso del que dirigía Lise Meitner en Berlín, una de las científicas que descubrieron la fisión nuclear.
A España retornó cargada de proyectos, aunque la Guerra Civil los paralizaría todos, salvo una plaza de interventora en un instituto de Osuna (Sevilla). Era, de nuevo, la única presencia femenina en la lista de personal de los 34 institutos de enseñanza secundaria que entonces había en el país.
Piedad también sería más tarde la única mujer a la que autorizaron formar parte del flamante Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en la sección de Óptica para crear instrumentos para la Marina. Era el futuro Instituto de Óptica Daza de Valdés. Sin duda que su apellido pesaría, pero no menos sus logros científicos.
Además, fue nombrada auxiliar de cátedra de la asignatura ‘Estructura atómico-molecular y Espectroscopia’, en los cursos de Doctorado de la Complutense. Sin embargo, la depuración del titular de la cátedra la obligó a impartir las clases prácticas, aunque no constara en su expediente ni tampoco cobrara.
Decepción a la que se sumó no conseguir la plaza de catedrática en 1941. Habían salido tres, una de ellas en Murcia, que quedó desierta. Las otras ya estaban amañadas, como le advirtieron a la joven. De nada sirvió que su expediente académico superara con mucho al de sus contrincantes. Hasta 1953 ninguna mujer ganó en España unas oposiciones a cátedra.
Premio de la Academia
A partir de 1945, Piedad de la Cierva se integró en el nuevo Laboratorio y Taller de Investigación del Estado Mayor de la Armada. Entre sus trabajos destacaba la creación de lentes que, recubiertas de láminas antirreflectoras, permitían la visión nocturna. Y la murciana culminó con éxito el proyecto y recibió el Primer Premio de la Academia de Ciencias en 1946.
El siguiente trabajo tampoco era moco de pavo. El Laboratorio decidió crear vidrio óptico y envió a Piedad al National Bureau of Standards, en Washington, y a la Facultad de Ingeniería de Vidrio de la Universidad de Toledo (Ohio), así como a diversas instituciones donde recabar datos y experiencia para la elección de materiales, la construcción de horno y todo lo relacionado con aquel vidrio.
Conseguiría hacerlo en 1953, lo que le valió un nuevo premio y el respeto de toda la comunidad científica. Un año antes también fue una de las primeras mujeres que solicitó la admisión en el Opus Dei.
Más adelante, mientras dirigía tesis que otros catedráticos firmaban, se adentraría a investigar la capacidad aislante de la cascarilla de arroz, en la que descubrió que, al quemarse, dejaba una especie de esqueleto de sílice.
Fuente: http://www.laverdad.es/