POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
Una parte de nuestro patrimonio. Cuando estaba entero. A fines del siglo XIX se hizo este dibujo de don Íñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla, hijo del primer marqués de Santillana, del mismo nombre. Lo talló alguien de quien no sabemos el nombre, aunque puede que fuera Sebastián de Almonacid, escultor de sepulcros, en su taller de Guadalajara.
Don Íñigo es también lector, ya en su descanso. La postura es muy forzada: sobre dos almohadones que levemente incorporan su cabeza, sosteniendo una gran espada sobre el cuerpo, puesto el casco a los pies, y un pajecillo llorando que apoya sobre él su codo. Es el antecedente clarísimo del Doncel. ¿Lo haría el mismo escultor? ES muy probable.
Esta efigie de alabastro, que se puso sobre el enterramiento del caballero en el monasterio para jerónimos que fundara en Tendilla, con título de Santa Ana, se llevó a mediados del siglo XIX al crucero de la iglesia de San Ginés, donde quedó así como lo vemos, terso y brillante, hasta julio de 1936, cuando fue destrozado a martillazos por unos radicales de izquierdas.