POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Mucho y bueno ofrece la Plazuela de las Monjas, nombrada de Santa Clara. Bañada en sol, paz y sosiego. En el lateral situado al saliente está el convento del Santo Cristo del Pasmo. Un lugar de calma y recogimiento, donde hacen clausura y vida contemplativa las religiosas clarisas franciscanas, seguidoras de la regla y carisma de Santa Clara, su fundadora. Un retablo cerámico de Juan Serrano Pascual así lo confirma.
En una de las casas, en lo alto, hay un mirador que se empleaba para observar la meteorología, crecidas del río y de suma utilidad para localizar posibles incendios en la época de la trilla en las eras. Los miradores son piezas singulares de la arquitectura montijana. Pocos de ellos quedan, desgraciadamente. También esa casa ofrece en su fachada el escudo de armas del matrimonio Hernán Gómez de Solís y Beatriz Manuel de Figueroa.
En el norte de la plazuela, una esquina se ve decorada con una cruz de hierro, indicando una de las estaciones del Vía Crucis cuyo recorrido se hacía en Semana Santa. Se adornaba con flores y lazos blancos el Día de la Cruz de Mayo (Exaltación de la Cruz). En otra esquina, sobre la roca, en silencio, una columna principió a edificar, labrar y sostener la casa de las hijas de Santa Clara. Y frente a ella, la Imprenta Torres. Hubo un tiempo en el que escuchábamos el sonido del vaivén de la máquina impresora Heidelberg, pliego va, pliego viene. El olor de la tinta fresca sobre el rodillo y el higiénico trabajo de limpieza de la bruza. Mientras, Juan Torres y su hija Pepa observaban con especial atención el espaciado y la justificación de una prueba.
En las casas de la Plazuela de las Monjas hay artesanas rejas salientes de forja, elementos decorativos en sus cornisas, portadas de granito y gárgolas que lloran en invierno. En estos territorios, fijó lugar residencia y convivencia una comunidad de judíos artesanos y mercaderes.
A la Plaza de Santa Clara llegan las calles Esteban Amaya, en otros tiempos llamada de Atrás y Sevilla; la calle Hernán Cortés, que siempre fue de Acinco; la calle Santa Ana, antigua del Miradero. La calle Peñas, antigua de la Judería, donde aún suena desde la memoria, la música del piano de doña Rafaela Guisado; y el dulce sabor del obrador de Paco el dulcero. Finalmente la calleja de Santa Clara a la de Arriba, ahora de los hermanos Álvarez Quintero (Serafín y Joaquín), poetas, narradores, periodistas, pero sobre todo dramaturgos. (Fotografía, Juan Pulpo).