POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

Antes de nada, quiero matizar “Quien dice que no hay Semana Santa…” decía uno de esos mensajes que más han corrido por las redes. Claro, porque una cosa son las celebraciones litúrgicas, unas a puerta cerrada y otras que hemos podido seguir por los medios, toda la liturgia de la Semana de Pasión en la tele o la radio y desde casa. ¡Quién lo iba a decir! Y otra cosa es lo que no ha podido ser, las otras manifestaciones de la religiosidad popular, esas que se realizan por las calles como escenarios de una nueva -Jerusalén, las procesiones, que conforman la otra cara de esa religiosidad pasional.

Lo cierto es que en las televisiones aún hemos presenciado muchas de ellas, de años anteriores, que no es lo mismo, pero algo calma la nostalgia de las vivencias de esa devoción popular, esa ansia por estar haciendo lo nuestro, como otros años. Un caso nunca visto por mi generación porque la gente más mayor dice que en la guerra tampoco se realizó, aunque por causas diferentes.

En esta mi ciudad, los párrocos, por medio de las redes sociales, nos han tenido en constante oración, la correspondiente al día y momento de las celebraciones pasionales, y eso reconforta a los creyentes, que así tenemos acceso a la meditación, que, ¡por tiempo no será…! También la radio y la tele nos han ofrecido momentos muy significativos, procesiones emblemáticas de ciudades que tienen unas celebraciones especialmente atractivas. También en los móviles se nos ha ofrecido el recuerdo de las nuestras, que, aunque más discretas, tienen el componente emocional que los cofrades sentimos con las cosas nuestras, y el recuerdo de años anteriores, con textos e imágenes que nos han acercado los momentos y las vivencias procesionales de la Semana Santa arevalense.

Cómo no acordarnos con nostalgia de ese Vía Matris recogido y sentido, los dolores de la Virgen que en el circuito único de la Plaza de la Villa adquieren otra magnitud, un silencio solo roto por los pájaros, las cigüeñas y los pasos de los acompañantes, al amparo de Santa María, la iglesia matriz y recoleta. O de la procesión del Cristo de la Fe y Las Angustias de San Juan, otra manifestación muy nuestra, en la estrechez de esas calles de la morería, con los redobles y acompasadas marchas… es la Virgen acompañando a su Hijo, que se queda en San Juan, con el miserere, quizás la composición musical más penitencial y un canto a María, en su soledad… El Cristo de la Fe extiende sus brazos que casi tocan a algunos vecinos que le esperan desde los balcones. Silencio y redobles, la oración interiorizada.

La procesión de los pasos es más desenfadada, multitudinaria, salen los pasos más llamativos y modernos, con los cofrades penitentes que cargan el más pesado, el de la Verónica. O el Vía Crucis de la mañana, al clarear el día, con esa preciosa talla de un Cristo que mira al cielo, un itinerario por la ciudad vieja, el más largo, que atraviesa el casco histórico con nuestras torres, iglesias y plazas mudéjares. Rezos y meditaciones de la vía dolorosa de Cristo. Y el Santo Entierro o procesión del silencio, solemne y rotunda, con los pasos históricos de la escuela castellana, “El Amarrao”, el Cristo de la Buena Muerte, la Virgen Dolorosa, en Entierro de Cristo, en Niño Nazareno, la Vera Cruz… una comitiva que recorre el centro de la ciudad, las plazas y el Arco, que es como un túnel de la historia por el que transcurre la comitiva, severa y acompasada, imágenes mecidas de amor y de pasión… portadores de los pasos, como cirineos modernos en torno a Cristo. El sábado noche, la Vigilia Pascual, en los diferentes templos de la ciudad, la liturgia más solemne del calendario. Ritos de la luz, del recuerdo del bautismo, y la misa pascual rodeada de profundas lecturas.

Una Semana de Pasión Indiscutiblemente distinta, que nos recuerda lo pequeños que somos en la naturaleza, siempre expuestos a sus vaivenes… podríamos decir, metafóricamente hablando, que este periodo de encierro es otro sendero de la pasión.