POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Dicen los viejos que la letra con sangre entra. No hay que tomar la frase al pie de la letra, claro. Pero nunca me gustó. Yo creo que se puede aprender sin violencia. Como no se aprende es sin esfuerzo ni disciplina. Contra mí, por ejemplo, nunca ejercieron violencia mis padres ni maestros; pero me enseñaron mucho, sobre todo con su ejemplo. Luego, cuando me tocó el turno, nunca di a mis hijos un azote; ni traté con menosprecio, que es la peor violencia, a los alumnos. Cosa diferente es que haya sido exigente en determinadas cuestiones, empezando por la buena educación. Y por considerar que cada cual debe rendir según las oportunidades que recibe, y según sus talentos, como en la parábola. Eso ya no está de moda. Y eso es lo que trae de cabeza a muchos profesores, angustiados por la indisciplina de los alumnos, y la tolerancia hacia los zánganos. En ambos casos el principal culpable es la familia. Porque la educación, o se lleva puesta a la escuela desde casa, como un uniforme invisible, o no hay manera de aprenderla. ¡A ver qué profesor va a castigar a un alumno insoportable si sabe que llegaran los padres al despacho del director acusándolo a él de maltratador! Eso pasa a diario, pero se tapa. Luego todo son lágrimas de cocodrilo cuando una alumna se quita la vida por el acoso de sus colegas. Entonces se busca un chivo expiatorio, pero pocos van al fondo del tema: que el drama se habría evitado si en vez de tanta demagogia pedagógica y sicológica se aplicaran en casa y en la escuela castigos acordes con las faltas cometidas. Sin entrar nunca en la violencia, que sólo engendra más violencia.
A mí me han contado que de chica era bastante buena. Que no di más problemas que los normales. No es mérito propio. Era así porque desde que tuve uso de razón me enseñaron a cumplir con mi obligación, cosa que agradezco mucho. La obligación de un niño entonces se resumía en tres mandamientos: respeta a tus mayores, colabora en las necesidades familiares, y no crees conflictos innecesarios. O sea, que los niños no eran dioses, ni dictadores. Por eso nos criaban sin demasiados sobresaltos, aunque hubiera pululando por la casa bastantes “locos bajitos”, como los llamó Serrat. Por eso, desde la “moza” que ayudaba en casa, hasta la abuela, que con frecuencia era el soporte familiar, tenían autoridad para reprender a un niño cuando se ponía caprichoso, aunque a los dos minutos se lo estuviera comiendo a besos, porque nos querían a rabiar. No digamos nada de los maestros, que ganaban poquísimo, pero se les pagaba en respeto y admiración. Por eso nadie dudada de su palabra. Todos estos recuerdos me vinieron a la cabeza hace poco, mientras esperaba mi turno en una óptica. Había allí una madre con su retoño, de unos 7 años. La mujer se estaba probando unas gafas de sol del expositor. Mientras tanto su niño iba tirando todas las que se le antojaban. El dependiente se esforzaba en recoger las gafas, que valían una pasta; pero, lógicamente, sin decir palabras que molestase a la clienta, quien no hizo nada para evitar tal situación. Yo asistí en silencio al espectáculo, pensando para mí que ese “loco bajito” no era el culpable. Y que la responsable de aquello, la mamá, pagaría cara su pasividad en la educación del hijo. Aunque, en el camino, la criatura sería pesadilla de maestros, vecinos y viandantes, convertido acaso uno de esos objetores escolares con perro, que dejan sus excrementos en la calle, y que acusan al profe de suspenderlos porque les tienen manía. Entonces me acordé de mi abuela María, la mejor maestra que tuve, y de un azote que me dio en el culo siendo chica, porque corté las varas de azucenas de su huerto. Las guardaba para llevarlas a la Iglesia. Nunca más pasé como Atila por el jardín de mi abuela, ni de nadie. Aquella vara, de azucenas, me enseñó que no todo está permitido en la vida. Aquel único azote de mi vida de la mano de mi abuela me ha dado mucho en qué pensar. También a mi papelera. Sentimos pena por las familias que han perdido el rumbo en la educación de los hijos. Yo les castigaría con una vara, de azucenas.
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una vara de azucenas 17-09-2015
Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 17 de septiembre de 2015