POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE FORTUNA Y ALCANTARILLA (MURCIA)
Fortuna en relación con sus señores solariegos. La historia de Fortuna, como hemos estudiado, es de constante tensión, desde que se inicia como villa en el siglo XVII ante la posición de sus Sres. que le exigen la cantidad del quinto y el noveno de sus cosechas. Las causas de ellos vienen constatadas en mi historia de la misma, la serie de pleitos que ocasiona ante la Chancillería de Granada; sus consecuencias como relatos que se cruzan entre sus dueños, familias linajudas murcianas y sus presuntos derechos de vasallaje sobre los vecinos, pobres agricultores que no solo están sometidos al clima y las condiciones desérticas de la geografía; mas a su vez a las acometidas del exterior que, como hemos visto, en el siglo XVII son tan constantes como usuales, acaso motivadas por la hambruna y otras circunstancias de guerra que se desarrollan en la nación.
El vecino agricultor de la población proveniente de los antiguos mudéjares, moriscos que sufrieron las consecuencias de la expulsión de Flipe III, mantienen su estirpe de agricultores capaces de enfrentarse a situaciones de hambre como de epidemias, plagas, como la de la langosta y superarse en un afán de encontrar los medios de subsistencia, bien ejerciendo de nómadas a través del pastoreo como de comerciante de mercancías y paños en cercanas y alejadas tierras de América, lo que muestra su capacidad de resistencia y fuerza para luchar y sobrevivir. Ello confirma la personalidad de este hombre que habita en una tierra de secarral configurada por ramblas y cañadas, sucintos espacios de huerta, pero con una gran imaginación para desenvolverse en la historia. Quien se acerque Fortuna y camine pos sus calles en torno a la ermita de San Roque y de la Purísima que conserva una imagen de Pedro de Mena, quienes se acerquen a sus pedanías comentadas en una ocasión por Serafín Alonso, pueden intuir la creatividad de su habitante para enfrentarse a cada día.
Desde Caprés a Zafra cabe un mundo de aldeas de labriegos que a la sombra de la montaña de la Pila saben trabajar en sus huertos, adecuarse a una vida rústica, ser fieles a sus tradiciones y buscar cauces de su progreso. Se presiente ello en la serie de construcciones, casas de labriegos adosadas a establos para la ganadería que ahora se encuentras desperdigadas, son meros alifafes que evocan un ayer agrícola potente donde el trabajo con el esparto y la almazara formaban parte de desarrollo existencial. El paisaje que se puede observar cuando se camina por estas tierras de poesía y tristeza, para entablar un soliloquio, a la vez que meditar sobre la esencia de la villa, la personalidad de sus habitantes, el embrujo de sus espacios y ese patrimonio cultural que hace de Fortuna una villa histórica y atractiva. Más cuando se comprende la angustia por la que atravesaban en el siglo que comentamos al ser requeridos constantemente por sus dueños o señores nobles que le exigen el pago de parte de sus cosechas procedentes del secano y agricultura.
No es fácil entender aquella forma de acostumbrarse a sufrir los embates, tanto del Estado y de los nobles; la repercusión que provoca en propios y foráneos estas situaciones que tan solo se intuyen examinando sus actas municipales y observando sus documentos. Nosotros como cronista debemos interpretar cada documentos, no solo desde su sentido gráfico sino fijándonos en el texto del momento, teniendo en cuenta los sentimientos que se concretan en sus frases, como dando cuenta de los personajes que forman parte del regimientos, alcaldes y regidores que han de llevar la carga en aras de buscar el interés común. Podemos suponer que desde el siglo XVI los vecinos, apenas contables comienzan a sufrir mediante el pacto que hemos estudiado, con sus señores, y aún en los siglos siguientes. Nos sorprende cuando nos encontramos con sesiones a nivel de concejo abierto, de campana batida donde los vecinos exponen sus problemas, notándose las dificultades de subsistencia.
Pero es que todo se intensifica desde los años de 1658 en adelante en que las intervenciones del Ayuntamiento se hacen intensivas ante la Real Chancillería de Granada, ello ante presiones, en este caso de la intervención del Licenciado don Juan Rodríguez de Valverde, alcalde mayor de Cartagena en defensa de D. Tomas de Talayero frente a los vecinos de Fortuna en la necesidad del cobro de sus deudas, lo que para ello se insiste en la intención de acudir personalmente a la villa a exigir a la población el abono de sus derechos. No se trata de algo intencionado sino de un hecho evidente que pone en acción a la vecindad que, en efecto se ve sometida a la presión de don Tomás que con una cuadrilla de hombres con armas pernocta unos día en la villa, unos hombres “ cargados con escopetas largas, charpas y tercerolas” aupados por el licenciado que, al parecer iban por las casas asustando a sus moradores cometiendo desafueros en el campo mediante la quema de las moreras, lanzando pólvora con sus arcabuces por las calles.
Podemos imaginar el panorama que ofrecía la población, la intimidación de aquellos personajes hacia los labriegos que no podían desembarazarse de tan insistentes acreedores. Una situación que se incrementaba con la presencia de ciertas partidas que robaban en las heredades, como de gente indeseable que se integraban en el oficio de emprender acciones con los bienes ajenos. En franca gravedad del momento se hallaban muchos vecinos contra los que cargaban injusticias embargando sus bienes, sumiéndolos en desesperación, como en el caso de Blas Marco Eugenio y consortes hasta que, tras una ardua lucha se le devuelven sus bienes. Desmenuzar cada dato de los documentos de estas osadías nos proporciona un material que da para advertir el modo de vida del campesinado, sus esfuerzos para recibir una soldada precisa.
Pero es que los señores mencionados y sus generaciones no evitan ocasión para llevar a cabo sus derechos de vasallaje y económicos sobre los habitantes de la villa, ello desde los años de 1630 al 1658, suficientes para enredar un tema que era esencial para la vida de sus moradores, y es que, para mayor conocimiento se señala a don Pablo Fulgencio de Almela y Junco, heredero de doña María de Arroniz viuda de don Luis Godoy Ponce de León( caballero de Santigo), y Jaime Talayero padre de María Talayero Lison y Tenza, su hija, por sí y en nombre de don Fernando de Montenegro, su hermano de Murcia, como defensores de sus derechos, ante la villa en representación de don Antonio Palomino de León. Es lo cierto que se habla de avivar la almoneda de los bienes haciendo trance y remate de aquellos en abono de los dueños con la fianza de la Ley de Toledo, desde el año 1630 a 1658,
Nos encontramos con fechas muy significativas donde la villa adquirida por el monarca Felipe IV en 1628, que le otorga Carta Puebla con jurisdicción propia, apenas mantiene el aliento de supervivir soportando la carga de sus señores dispuestos a una lucha por sus derechos, entre ellos los de vasallaje a los que se opone su defensor. En otro momento Don Antonio Palomino se reafirma ante el tribunal que los vecinos no han de abonar el presunto derecho de vasallaje exigido, lo que es confirmado por el nuevo Ayuntamiento en 1659 integrado por Alonso Palazón, Pedro y Francisco Ramos Bende y Ginés Pagan regidores, siendo Francisco Herrero jurado, quienes presentan, a los efectos, “ voz y caución de rapto..” sobre los bienes exigidos.. Es el momento en que la Corporación insta a la defensa d los vecinos ante los ataques constantes de los Srs. tan preocupados por sus propios derechos. Como se observa, teniendo en cuenta estos pleitos, de los que damos datos en nuestra Historia de Fortuna, comprendemos la tensión de los labradores del campo de la villa, sufridos vecinos que tienen que bregar con muchos temas para sobrevivir, En esta ocasión se cifraban los gastos en 23. 497 maravedíes.., una buena cantidad para los señores solariegos, tales Andrés Muñoz Céspedes, en nombre de Pablo de Almela, don Fernando de Montenegro y consortes, vecinos de Murcia, señalando que “ juro en ánima de mis partes, que son ciertas y verdaderas…”.
No termina aquí el pleito famoso entre los señores solariegos de la villa, como constatamos en otros trabajos, pues siguen en los siglos XVIII sangrando aún más a la población que se encuentra abatida por otras presiones, las que nos referiremos con ocasión de desafueros realizados por vecinos y entrometidos en los asuntos de la villa. Es lo cierto que la presencia de los Sres. solariegos que se creen con derechos sobre los vecinos, como el de vasallaje y otros, queda manifiesto desde 1630, dejando un agravio en la población; que se va recrudeciendo en los años finales del siglo y primeros del siguiente en que se delatan situaciones tensas planteadas por aquellos, a veces con intimidación persuasiva. Lo es cuando en la entrada del siglo XVIII se insiste en la cobranza de deudas a los solariegos, muchos de ellos auténticos caciques, poderosos seres que ocupan una alta clase social, arrogantes y dueños de inmensas tierras en la huerta que a veces impiden toda reforma en sus propiedades; mas al contrario defienden sus heredades con armas inclusive.
Formaban estos personajes un grupo opresor de los pobres labriegos, arrendatarios que vivían de su trabajo. Se sabe que uno de aquellos tenía intereses en la villa de Fortuna y es causante de pleitos que se desarrollan ante la Chancillería granadina. Pues en estos pleitos se reconoce la intervención de don Francisco Molina Almela, sin duda uno de los hombres más pudientes, henchido de cargos como ser Caballero de la Orden de Santiago, regidor de la ciudad de Murcia, marqués de Albudeite, entre otros, quien con su sobrino apellidado Molina, se mostraba arduo defensor de sus derechos y heredades, un personaje que integraba la clase más odiada de la sociedad por ir contra la clase asalariada que apenas resistía los embates de las sequías y riadas que desde el Guadalentín invadían la huerta procurando destrozos y dejando en soledad a los huertanos.
Se guardaba este Caballero de ir contra los intereses de sus compañeros, avezados en conseguir propiedades aunque fuera a costa de los más débiles. No era menos don Francisco Guzmán Secretario del Santo Oficio murciano. No es el caso de abundar en demasía sobre la personalidad de estos caballeros que se creían dueños de propiedades ajenas, incluso se enfrentaban con el Obispado si fuera preciso, como lo hicieron en un momento delicado de la crónica murciana en relación con las famosas riadas del Guadalentín. Y es que para mayor abundamiento y dar razón de lo que en realidad eran estas personas avarientas, cabe mencionar la oposición que el grupo señalado, donde estaba Don Francisco de Molina Almela y su consabido sobrino, realiza a la propuesta del Obispado de la construcción del Reguerón, con proyecto del ingeniero Feringán que mucho tenía que ver con la fachada catedralicia, que secundaba otro problema marginal al carecerse de recursos..Desde luego el proyecto tendía a buscar el interés de los huertanos forjando modificaciones en propiedades para enmendar la tragedia de las avenidas susodichas, ello iba en contra de los intereses del caballero santiaguista y los suyos que, aunque integrados en una Comisión barrían a su favor, como de los de don Gil Antonio de Molina, su pariente, marqués a su vez de Beniel, aunque no eran de menor cualidad otros terratenientes que ahormaban una configuración de personajes contra la construcción del Reguerón como forma de atraer y regular el agua lo mejor posible, evitando la virulencia contra las tierra sembradas de los agricultores .
La guerra entre estos y los que buscaban el bien general se forja con una tensión que se insta desde 1725 en adelante que llega ante la monarquía que por medio del Consejo de Castilla se resuelve a favor de las pretensiones del Obispo Montes en contra de los llamados terratenientes poderosos. Valen estos comentarios para dar con la personalidad de quien en este periodo se ocupa de cobrar sus derechos a los vecinos de Fortuna a través de Cristóbal del Charco Segura, ello basándose en un auto de marzo de 1716 sobre “ el señorío y vasallaje en relación con la jurisdicción que había ocupado la dicha villa..”.. Suma y sigue, se desarrollas lo pleitos en 1736 sobre la base del ya señalado de 1717, en relación con los anteriores de 1659 y siguientes. Se centra todo en la devolución de costes y del quinto y noveno de las cosechas que se justifican desde el instante de ser consideraos como dueños solariegos de la villa corroborado el monarca y Seres de la Real Chancillería de Granada
( Continuará)
FUENTE: F.S.M.