POR BERNARDO GARRIGÓS SIRVENT, CRONISTA OFICIAL DE XIXONA (ALICANTE)
En 1920 las fiestas de Moros y Cristianos se celebraron los días 23, 24 y 25 de agosto. Invitados de excepción de estas celebraciones fueron el matrimonio de pintores formado por Jan y Cora Gordon, quienes disfrutaron de las fiestas y expusieron sus opiniones sobre nuestras fiestas en su libro “Poor folk in Spain” traducido al castellano por María Soledad Valcárcel con el título “La gente sencilla de España”. En un artículo anterior hemos expuesto sus impresiones sobre los días previos a la trilogía festera.https://bgarrigos07.wordpress.com/2022/07/08/una-vision-diferente-de-las-fiestas-de-moros-y-cristianos-de-1920/
En la mañana del primer día, el lunes 23 de agosto se celebraba un pasacalle.
“El lunes por la mañana nos despertó la música. La banda local iba tocando por las calles una extraña melodía medio oriental. Conforme avanzaba la mañana otras bandas fueron apareciendo y llegaron a juntarse hasta siete u otras bandas tocando al máximo, cada una con una tonada diferente e intentando superar a sus rivales. Gradualmente los Moros y Cristianos se fueron reuniendo.” (GORDON, Jan y Cora, 1980:275-6).
A las cuatro de la tarde se celebraba la entrada de moros y cristianos, por el mismo recorrido que en la actualidad y a las nueve de la noche se programaba una velada musical por parte de algunas bandas de música.
La fiesta proseguida a la mañana siguiente con la diana que despertaba a todo el pueblo a las seis de la mañana: “La fiesta ni tan siquiera terminó con la caída del sol. Con discretos intervalos para tomar algún refresco, la procesión y la música continuaron hasta las dos de la madrugada, hora a la cual el sueño y un bendito silencio cayó sobre Jijona.
Sin inmutarse por tan sólo cuatro horas de descanso, puntualmente, a las seis de la mañana la cacofonía del cobre empezó de nuevo”(GORDON, Jan y Cora, 1980: 277).
Después de la diana se celebraba una misa de campaña delante del castillo en la plaza de Alfonso XIII y seguidamente la Entrada de Contrabandistas.
A las diez de la mañana los capitanes y abanderados y las autoridades locales desfilarán desde el Ayuntamiento hasta la Iglesia donde se celebrará una misa en honor de San Bartolomé.
Finalizada la misa la fiesta continuaba: “Hacia mediodía los cruzados y los músicos, después de intercambiar cascos y gorras, estuvieron bailando jotas por las calles principales”(GORDON, Jan y Cora, 1980: 277). Este era el particular kabileo que se extendía por un buen número de calles de la ciudad.
Por la tarde los moros y cristianos representaban su tradicional enfrentamiento, precedido del desfile informal de todas las fuerzas hacia el puente de Alicante:
“Los Moros venían del Este. El jefe y su séquito eran árabes beduinos, y había también turcos, sarracenos, hindúes, chinos, negros y algunos de cierto linaje. Había chicas que acompañaban a cada grupo vestidas con apropiados trajes de musulmanes, llevando botellas llenas de licores que habrían agradado a Omar más que a Mohamed. Los Cristianos incluían soldados romanos, cruzados, caballeros y contrabandistas de 1800. Los últimos eran el jefe cristiano y su comitiva. Cantineras servían a los cristianos bebidas no menos estimulantes que las que suministraban a sus enemigos moros. Los Moros y los Cristianos llevaban grandes trabucos al estilo antiguo, y durante todo el día fueron por toda la ciudad al son de una infatigable melodía. Parecía que era obligación de los moros ser graciosos; llevaban unas gafas enormes, y muchas barbas postizas, con las que, cuando empezó a hacer mucho calor, se abanicaban. Andaban por la calle dando saltos y poniendo posturas raras, mientras que los cristianos marchaban en línea recta con gran solemnidad”. (..)
Hacia las cuatro de la tarde los actores se reunieron en la pintoresca entrada sur de la ciudad, simbolizando así la dirección por la que habían venido los moros. Después, grupo por grupo, disparando estrepitosamente los trabucos al aire, los cristianos retrocedieron lentamente calle arriba, moviéndose hacia detrás. En última posición en el grupo de los cristianos iban los contrabandistas, y el último de todos su capitán, vestido con un precioso traje antiguo de terciopelo, bordado en oro, plata y seda, y una manta con rayas de muchos colores. Frente a él, avanzando con la misma solemnidad y ruido, iba el jefe moro. Después de dos horas de ensordecedores estampidos, toda la tropa se puso en movimiento, unos hacia delante, otros hacia atrás, hasta que llegaron al castillo de madera de la plaza. Hacia las siete, a este ritmo de funeral, los moros se concentraron por fin delante del castillo» (GORDON, Jan y Cora, 1980:276).
Tras el alardo las tropas moras solicitaban la rendición de la fortaleza:
“Ahora viene el ataque y la diversión”, pensamos nosotros. Pero montando un caballo profusamente adornado, el jefe moro empezó un discurso. El contrabandista, que evidentemente era hombre de acción y no de palabras, había alquilado para que le representase en su discurso a un verdadero actor, vestido con el ropaje de un caballero. Durante casi una hora estuvieron intercambiando versos dramáticos, después de los cuales los Cristianos salieron pacíficamente del castillo y entraron los Moros.
“¡Cielos!”, pensamos, “¿es esto todo?” (GORDON, Jan y Cora, 1980:278).
Tras la embajada se organizó una la gran retreta en el la plaza del Convento de San Francisco y tras ella se realizaba un grandioso festival en la Plaza de Alfonso XIII: “Con los oídos ensordecidos por el ruido de las armas nos fuimos a casa, y por el camino pasamos por delante de un tenderete hecho de ramas verdes en el que los moros y cristianos vencidos por el calor o por el constante servicio de sus damas, estaban tendidos sobre unos sacos.
Aunque el día había terminado oficialmente, de hecho no fue así. Todos aquellos que todavía tenían pólvora continuaron con el disparo de armas hasta medianoche. Las bandas musicales con sus interpretaciones cada vez más incoherentes continuaron hasta las dos de la madrugada” (GORDON, Jan y Cora, 1980: 278).
En el tercer día se repetía el mismo esquema que en el segundo, aunque por la mañana se celebraba el Fusilamiento del Moro Traidor, una misa en honor a San Sebastián en la Iglesia Parroquial y por la noche la solemne procesión y el lanzamiento del castillo de fuegos artificiales:
“Por la noche hubo una modesta exhibición de fuegos artificiales en la plaza, cosa que nos alegró mucho poder contemplar desde donde estábamos”(GORDON, Jan y Cora, 1980: 278).
Las fiestas de 1920 fueron unas fiestas maravillosas:
“Cuando todo hubo terminado nos dijeron:
¿No ha sido una fiesta preciosa?
Tuvimos que aparentar que estábamos de acuerdo con ellos, pero interiormente reconocimos-quizá con pena- que disfrutar estas fiestas como se debería, o sea, como los españoles las disfrutan, requiere un juicio de valores y quizá un organismo nervioso que nosotros no poseemos”(GORDON, Jan y Cora, 1980: 278-9).
Tras las fiestas de Moros y Cristianos en honor de San Bartolomé y San Sebastián la ciudad recupera su pulso: se reanudan las tareas del campo y , posteriormente comenzará la producción del turrón. La idílica tranquilidad se verá alterada por un cambio en la alcaldía el 16 de noviembre cuando recoja la vara de alcalde D. Luis Rovira y Frías.
Bernardo Garrigós Sirvent, cronista oficial de Xixona.
BIBLIOGRAFÍA
GORDON, Jan y Cora, La gente sencilla de España; Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Murcia, Murcia, edición de María Soledad Valcárcel, 1980, 374 páginas.
OARRICHENA, César, Guía Comercial e Industrial de Alicante y su provincia, imprenta Hijos de V. Costa, Alicante, 1920, páginas 326 a 337.