UNA YEGUA O UNA CAMA
Abr 12 2024

POR SILVESTRE DE LA CALLE GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE GUIJO DE SANTA BÁRBARA (CÁCERES) 

El ganado equino caballar tuvo una gran importancia en épocas pasadas en el medio rural español e incluso en las propias ciudades. Hoy en día, ha perdido gran parte de su importancia aunque en ciertas zonas de nuestro país constituye un sólido pilar de la economía de decenas de familias.

Tener un caballo o una yegua en el pasado no era un capricho sino una auténtica necesidad por lo que se consideraban un bien muy preciado, especialmente las segundas, que eran ofrecidas como valioso regalo a…¡LAS NOVIAS! con motivo de su boda.

CABALLOS Y YEGUAS EN EL PASADO.

El caballo ha sido uno de los animales más importantes para el ser humano, no ya desde que fue domesticado en las estepas euroasiáticas sino desde el principio de los tiempos cuando los hombres dependían en gran medida de los caballos y otros équidos para alimentarse puesto que figuraban entre las presas más codiciadas de los cazadores paleolíticos.

Tras la domesticación, y aunque en muchas regiones el caballo siguió proporcionando carne e incluso leche, se convirtió fundamentalmente en un animal de silla o montura, carga y trabajo si bien para estas dos últimas aptitudes solía ser sustituido por burros, mulos y bovinos.

Los caballos fueron durante milenios animales muy valorados y que representaban en buena medida el poder económico y social de sus propietarios ya que son animales que necesitan buenos cuidados y alimentación generosa si se comparan con mulos y no digamos con burros.

Para ellos se reservaban los mejores pastos, se construían buenas caballerizas o cuadras y se almacenaba heno, paja y grano para las épocas de escasez.

Los machos de la especie, eran sumamente valorados como animal de montura tanto en tiempos de paz como de guerra, pero teniendo en cuenta lo belicosas que eran las antiguas civilizaciones y que no tenían otro modo de desplazarse, el caballo era un arma imprescindible para la guerra.

Para evitar que fuesen animales temerosos y demasiado dóciles, nunca se castraba a los caballos de montura pero se evitaba por todos los medios que cubriesen a las yeguas para que no se volvieran indómitos.

Rara vez eran utilizados los caballos machos para el trabajo en España, donde eran sustituidos por los burros, los mullos y los bovinos. No obstante, en muchos lugares fue común utilizarlos, especialmente en aquellas zonas especialmente frías y lluviosas que no son las más idóneas para burros y mulos, algo similar a lo que ocurría en el centro y norte de Europa.

En el caso de utilizarse para trabajar, los caballos eran castrados para aumentar su docilidad y facilitar su manejo.

Pero si los caballos macho tenían valor, las yeguas eran aún más valiosas. Aunque algo más débiles, las yeguas podían ser utilizadas como montura, aunque no durante la guerra, para la carga y para el trabajo en el campo siendo preciso domarlas convenientemente porque si habían sido cubiertas, en la época de celo se podían volver verdaderamente temperamentales.

Pero lo verdaderamente importante es que las yeguas podían parir. Lógicamente, para parir necesitaban ser cubiertas por un caballo o por un burro, pero la cría pertenecía siempre al propietario de la yegua que, si no disponía de semental propio, llevaba su yegua al de un familiar, amigo, vecino o a las paradas de sementales y garañones, pagando especialmente en este último caso, una cantidad por los servicios prestados por el semental.

Si las yeguas se cubrían de un caballo, parirían un potrillo y si lo hacían de un burro, parirían un muleto o mulo pequeño. En uno y otro caso, la yegua amantaría a la cría durante unas semanas, compaginando luego o no, esta tarea con el trabajo en el campo.

Tras un periodo de unos 6 meses, las crías eran destetadas y vendidas o recriadas.

En el caso de los potros, si de eran de buena casta podían valer tanto como su madre aunque siempre estaba la opción de venderlos como quincenos o treintenos (15 ó 30 meses) semidomados en el primer caso y domados en el segundo, incrementándose así el precio. Las potras treintenas normalmente se vendían ya preñadas.

Si la cría era un muleto, dado que su producción estuvo severamente perseguida y castigada en el sur peninsular para favorecer la cría de caballos de casta fina (actual Pura Raza Española), adquiría un gran valor en el mercado hasta el punto de doblar o triplicar el valor de la madre.

Tener una yegua mulatera (criadora de mulos) suponía tener un auténtico tesoro basando muchas familias rurales su economía en la venta del muleto en la feria más cercana.

UNA YEGUA PARA LA NOVIA.

Nos sirve todo esto para entender el curioso título de este artículo y lo entenderemos aún mejor con la explicación de Nicolasa Sánchez García (1922-2012), vieja ganadera de Guijo de Santa Bárbara. Cabrera, borreguera y vaquera, siempre tuvo bestias, cochinos y gallinas.

¿Vivir sin bestias antiguamente? ¡Eso no podía ser! Es que ni se pensaba porque las bestias se necesitaban para todo: arar, trillar, cargar, arrastrar madera, criar, hacer estiércol, para ir a otros pueblos…

La familia que no tenía una bestia en casa, aunque fuera sólo un burro, era una familia pobre y en la mayoría de las casas había por lo menos dos. Los cabreros o la gente que tenían poca tierra para trabajar, tenían a lo mejor 1 ó 2 burros pero quien tenía mucha tierra tenía por lo menos dos yeguas o dos mulos, una yegua y un mulo, una yegua y un burro…según el gusto de cada uno.

Mi padre tenía un caballo que utilizaba para hacer todos los trabajos en el campo. Era de los pocos en el pueblo que trabajaban con caballo macho pues la gente que tenía bastante tierra que arar, solía tener un mulo o una yegua que servía también para criar.

Los caballos los tenían algunos vaqueros que los utilizaban para montar en ellos cuando iban y venían de la dehesa con las vacas. Pocos caballos estaban enseñados a trabajar. Eran «animales de ricos» porque daban mucho gasto y no daban más producción que el estiércol.

Cuando se murió mi padre a los 44 años, yo tenía 20, me quedé con el caballo. Ya lleva tiempo haciéndome cargo de él porque mi padre estaba enfermo. Era un caballo muy tranquilo que, por cierto, se llamaba Canillo. Aunque yo era mujer y no estaba bien visto en aquella época, yo trabajaba con el caballo como haría cualquier hombre.

El 12 de abril de 1943 me casé con Emilio de la Calle de la Calle que era también de Guijo de Santa Bárbara. Unos días antes de la boda, como era costumbre en el pueblo, las familias de los novios, se reunían para organizar la boda y leer la «hijuela».

La hijuela era un documento en el que se apuntaba todo lo que los padres de la novia entregaban como regalo por la boda. Yo ya no tenía ni padre ni madre porque mi padre se había muerte en 1942 y mi madre en 1927, pero no había podido heredar todavía las cosas de mi pueblo porque en el testamento ponía que no las heredaría hasta que me casase. Mi padre puso antes de morir al padre de Emilio, Modesto de la Calle Jiménez, como mi tutor legal y como testamentarios o albaceas a Miguel García Bermejo y Alonso de la Calle Jiménez, tíos de Emilio.

Ellos fueron los encargados de poner en la hijuela las fincas de mi padre porque la casa y la mitad del dinero, pasaban a ser propiedad de mi madrastra.

El resto de cosas de la hijuela, lo que me hubiera dado mi madre si hubiese dado mi madre si viviese, lo aportó mi abuela materna Vicenta García Díaz, conocida como «Tía Jambrina»: Cacharros de cocina, muebles, ropa, camas, ropa de cama, dos casas para elegir, la mitad de sus fincas y su ganado, el derecho a utilizar a medias con mi tío Anastasio la yegua y el mulo que ella tenía…

Aunque Andrés de la Calle y García de Aguilar, abuelo paterno de Emilio, y Juana Jiménez García, abuela materna de Emilio, nos ofrecían una habitación en sus casas y la posibilidad de vivir con ellos «a gasto abierto» (con todos los gastos pagados) durante un año, mi abuela aportó directamente dos casas libres y totalmente amuebladas y equipadas en las que podíamos instalarnos el mismo día de la boda.

Lo más importante y valorado en una hijuela eran las fincas y, aunque no en propiedad, mi abuela y mi suegro nos dejaron casas y corrales para el ganado además de lo que yo había heredado del ganado.

Mi abuela era por entonces cabrera, aunque estaba pensando en vender las cabras y comprar «borregas» (ovejas). Aunque serían de ella y cobraría parte de los beneficios, el resto nos lo repartiría a partes iguales a mi tío y a mí.

además, como he dicho, tenía una yegua y un mulo que mi tío y yo usábamos a medias pero el potro o muleto que pariese, sería para ella.

Mi suegro era vaquero, como lo habían sido su padre, su suegro y todos los antepasados de la familia. Aunque la hijuela la solían hacer los padres de la novia, nos regaló tres vacas «negras». 

Entonces ya había alguna «suiza» pero mi suegro no las tenía. Tres vacas estaban muy bien para ir empezando a ser ganaderos. La verdad es que luego no tuvimos muchas más porque nos dedicamos más a las borregas.

(c) Miguel Alba Vegas.

Quiso además hacernos un regalo que le hubiese gustado a mi suegra poder hacernos, pero ella se había muerto en 1929.

Cuando mis suegros se casaron en 1913 comprar una cama preciosa. Era de aquellas de hierro forjado pintadas de negro y con adornos dorados. Cuando nosotros nos casamos, ya había muchas camas de esas pero cuando se casaron ellos, sólo las tenían los más ricos del pueblo y no todos porque los había muy ricos que tenían camas de madera.

Mi suegra siempre decía:

«El primero de los hijos que se case, se queda la cama con el colchón de lana y toda la ropa de la cama.»

Sin embargo, mi suegro quería dejar la cama a su única hija y por eso nos ofreció otra cosa: una yegua.

Era en realidad una potra de una yegua muy buena que tenía él siempre con las vacas. Como nosotros nos casamos en abril y la potra y la yegua estaban en la dehesa con las vacas, mi suegro dijo que cuando subiesen de la dehesa, nos la daría y que ya desde entonces sería nuestra y que nos tendríamos que hacer cargo de ella.

En aquel momento, la potra valía mucho menos que la cama pero con el tiempo se haría una buena yegua como la madre y nos daría muchos beneficios con las crías que sacásemos.

Mi suegro me dijo que eligiese una de las dos cosas. Yo miré a Emilio, que me dijo que eligiese lo que más me gustase. Aunque yo tenía a Canillo, el caballo de mi padre, era ya bastante viejo y estaba enfermo, por lo que la potra era posiblemente la mejor opción. Mientras lo pensaba, mi abuela Vicenta dijo:

«Vamos a ver, hija mía. ¿Qué tienes que pensar? Yo te ofrezco medio mulo y media yegua y tuyos son ya pero cuando los quieras utilizar vas a tener que organizarte con tu tío y, como le he parido, sé que tiene la cabeza más dura que yo y no va a ser fácil.

Tu suegro te regala una potra hoy, que será una yegua mañana, entera. A mí cuando me casé, como mis suegros se habían muerto hacía muchos años y mis padres eran pobres, me regalaron medio burro viejo que encima se murió a los pocos días.

Es verdad que tú tienes un caballo, pero el pobrecillo es viejo y estando como está, va a durar poco. Así es que no te lo pienses y elige la potra.

Además, camas tengo yo varias en mis casas y si no, sabes bien como cabrera que has sido, que en una jerga en el suelo se puede dormir y no se muere nadie, pero sin una buena yegua te puedes morir de hambre.»

Como siempre, mi abuela tenía razón. La verdad es que fue lo mejor que pudimos hacer, o eso parecía, porque al día siguiente de la boda, Emilio soltó mi caballo en la sierra, aunque yo le había dicho que no lo hiciera, y cuando subió al día siguiente, se lo encontró muerto. El animal andaba con mucha dificultad y se tropezó y cayó en un arroyo.

Para mí fue una gran pérdida pero al menos tenía el consuelo de que en el mes de junio cuando las vacas subiesen de la dehesa, tendríamos la potra. Además, podíamos usar la yegua de mi abuela poniéndome de acuerdo con mi tío Anastasio y también tío Alonso nos ofreció su caballo si hacía falta.

Por fin llegó el día de San Juan y las vacas volvieron al pueblo y subieron a la Sierra. Con ellas venía la yegua y potra. 

Era ya una potra grande que había hecho el año en el mes de marzo. Yo quise dejarla en los prados para tenerla bien atendida y que así creciese bien con intención de echarla ya al caballo la primavera siguiente, aunque es verdad que no conviene que las potras se tomen antes de los tres años para que hagan más cuerpo.

Al final decidimos que, por lo menos en el verano, la potra estuviese en la sierra porque aquel año había bastante pasto.

Pero yo no me quedé tranquila y al día siguiente, le dije a Emilio que subiese a ver las vacas y la potra. Cuando iba de camino, se encontró a su tío Ángel que bajaba de el corral de El Toril con las bestias cargada con la leche de las cabras y le dijo:

– «Hijo, la potra vuestra se ha matado. He subido las cabras para pasarlas de La Cuerda y me la he encontrado muerta. Súbete que yo voy al pueblo a buscar gente y la descarnamos para bajar la carne al pueblo y ver qué hacéis con ella.»

Emilio subió y al rato llegaron su tío Ángel, tío Constante el carnicero y algunos primos de Emilio. Descarnaron a la potra y se bajaron las paletas, los lomos y los jamones al pueblo.

Cuando me dijeron lo que había pasado, yo creí que me daba algo. ¡Dos bestias muertas en tan poco tiempo! Pero ya no había solución posible.

Emilio dijo que qué hacíamos con la carne y yo le dije a tío Ángel que se la quedara porque él, tía Justina (su mujer) y los 9 hijos que por entonces tenían, necesitaban más carne que nosotros.

Así es que en casa de tía Justina, tío Constante hizo filetes con toda la carne y todas las mujeres de la familia, incluida yo, ayudamos a freír los filetes para luego meterlos en ollas de barro y llenarlas con aceite. De esa forma, los filetes se conservaban todo el año y podían comerse poco a poco.

Todos nuestros sueños acabaron aquel día con la muerte de la potra pero unos meses más tarde, en la feria que se celebra en Octubre en El Barco de Ávila, Emilio compró una yegua muy buena a la que seguirían muchísimas más porque lamentablemente, no tuvimos suerte con las bestias, aunque eso ya es otra historia».

CABALLOS Y YEGUAS EN LA ACTUALIDAD.

Hoy en día, el ganado equino caballar ha perdido parte de su importancia al no ser ya imprescindible para el transporte de personas y al usarse poco en las labores agrícolas. Se utilizan mucho para la hípica deportiva, de recreo y para desfiles militares y ciertas acciones policiales.

Sin embargo en zonas de montaña del norte, este y centro peninsular, es cada vez más común su cría para la producción de carne de potro que es un exquisito manjar.

Constituye así el ganado equino caballar un pilar fundamental o al menos un complemento importante de la economía de muchas familias de Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Castilla y León… donde existen numerosas razas equinas autóctonas dedicadas fundamentalmente a la producción de carne entre las que destaca por encima de todas la Hispano-Bretona.

Puede servirnos como ejemplo el caso de RAQUEL CAYÓN CAMPUZANO, ganadera de la localidad cántabra de Ruente donde se respira el aire puro de Monte Aá y se bebe el agua de La Fuentona cuando La Anjana lo permite mientras resuenan las panderetas y los cantos de Las Pandereteras de Ruente de las que Raquel forma parte. Esta ganadera se dedica a la cría de magníficos ejemplares de raza Hispano-Bretona.

Estas pesadas y preciosas yeguas se dedican a la cría de potros que, si no son comidos por el lobo, serán recriados o vendidos para vida a otras ganaderías o a la venta para la producción de la exquisita, sana y natural carne de potro.

¿UNA YEGUA PARA LAS NOVIAS DE HOY?

Si días antes de una boda, el suegro ofrece a su nuera que elija entre una yegua y una cama, salvo que la joven viva en el medio rural y sea muy aficionada al ganado, elegirá la cama. La mayoría preferirán una buena cama con su colchón viscoelástico y buenas sábanas y nórdicos en la habitación donde dormirán con su esposo que ver en la vieja cuadra del abuelo una preciosa yegua comiendo antiguo pesebre y acompañada por su potrillo.

Pero….¿pensarán así todas las lectoras de este artículo?

DEDICATORIA.

Como no podía ser de otra manera, dedico este artículo a la memoria de mi tía NICOLASA SÁNCHEZ GARCÍA, gran ganadera y un persona de referencia para mí tanto en la vida diaria como en mi trabajo de escritor de este blog.

También se lo quiero dedicar a mi buena amiga y gran colaboradora RAQUEL CAYÓN CAMPUZANO, ganadera y como dije ya, panderetera de Ruente (os animo a comprar su disco).

Posiblemente, si en estos tiempos a Raquel le diesen a elegir entre un caballo o una yegua y una cama, no sé porqué pero me da que no elegiría la cama.

También se lo quiero dedicar a todas las lectoras de EL CUADERNO DE SILVESTRE, sean solteras, casadas o viudas. Si cuando os casasteis o cuando lo hagáis en un futuro, vuestro suegro os hubiese preguntado u os pregunte ¿Quieres una yegua o una cama?, ¿Cuál sería vuestra respuesta?….

FUENTE: https://elcuadernodesilvestre.blogspot.com/2024/04/una-yegua-o-una-cama.html

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