POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Continua esta aventura macabra del coronavirus, que después de tanto confinamiento que parece estar dando resultados, no terminamos de tener confianza en tantas ordenes confusas y contradictorias. Ahora la atención, el punto de atención dirigido, es esa guerra de cifras y números de muertos, que si los protocolos y formas de contar y medir la intensidad porcentual de los resultados horribles de la pandemia. Que si el mando esta centralizado y que si los datos los dan las comunidades autónomas, que paradojas, mando único pero no del todo y así pasa, que en una semana sin muertos oficiales, son varias decenas las comunicadas por las autonomías… cómo puede ser esto, que ya ni sabemos contar.
Ya no pongo atención a esas largas comparecencias llenas de palabras para que después de una hora o más no sepamos en conclusión lo que han dicho, que es distinto a lo de ayer y seguramente, por comparativas, de lo que se dirá mañana. Esto ya no tiene color, es anodino y aburrido, y cabreante porque al fin y al cabo lo que nos interesa es actuar con todo el sentido común que se pueda, con medidas razonables. Porque el repunte temido y en cierto modo anunciado, está ahí, amenazante, es inhibidor de movimientos y aptitudes sociales, mientras un sector de la población actúa como si nada hubiera ocurrido, con una total desenvoltura que hace presagiar lo peor, un retroceso alarmante.
Y mientras esto ocupa estos últimos días, salen datos y cifras de lo ocurrido, unos más fiables, otros menos, que nos están poniendo boca arriba estas cartas de una partida tan mal jugada. Fueron unos días decisivos los perdidos al principio de la alarma, porque quizás nadie creía en la gravedad del asunto. Resulta que unos pocos días de prevención ayudaron a muchos a evitar en gran medida esos resultados escalofriantes de tantas víctimas… tantas que parecen incontables. Unos días decisivos que propiciaron la menor intensidad de la pandemia en ciertos colectivos de alto riesgo. Suerte lo llaman algunos. Pero no tanta suerte sino una especial intuición para adoptar ciertas medidas antes de que fuera una orden obligatoria.
Y no digo yo que no hallamos tenido suerte por los porcentajes de población que lo ha pasado sin síntoma alguno y que esa circunstancia no fuera un peligro de contagio más generalizado. O por el baile de mascarillas si o no, buenas o malas, materiales homologados o no, respiradores que no llegan, costos millonarios o precios normales…
Ahora viene el siguiente episodio, la reincorporación a la vida normalizada de actividad y movimientos de la gente, medidas en fases numéricas que a veces se ha partido en mitades, ese “desconfinamiento”, palabreja enrevesada como el propio tema que intenta definir, y ahí entran los límites comunitarios y los provinciales encasillando en ciudadanos del 2 o del 3 o del 2,5… otros que no salen del 1, unos que quieren salir y noles dejan, otros que les dejan y no quieren… de verdad, habrá que tomarlo con un poco de chirigota, porque si lo pensamos en serio llegaríamos a la conclusión de que estamos algo tocados de la choleta.
Aquí, fronterizos de Madrid, estamos a la cola de este orden de prioridades. Me decía un amigo mío de Galicia, que seguramente sonreirá cuando lea estas líneas, que nuestra proximidad a Madrid nos estaba perjudicando en lo económico hora. Yo le he respondido que estamos en un círculo de influencia, para lo bueno y para lo malo, que Madrid es el lugar que acogió a un importante número de conciudadanos cuando aquí no había medios de vida, y aún decimos con cierta guasa “Madrid, barrio abulense”, donde hoy viven más personas que habitantes quedan en esta provincia… No amigo, Madrid tiene mucho de esta tierra y nosotros compenetramos mucho con nuestros vecinos del sur… y eso está por encima de otras consideraciones circunstanciales. ¡Amigos madrileños, os esperamos!