POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Una compañera mía en la montaña, muy activa políticamente, que colabora con generosidad en cualquier iniciativa social, que a su juicio sea justa y sostenible, defiende la vocación de servicio y la honradez de los políticos, en cambio a otra le extraña ese alto componente filantrópico, esa animosa disposición para lograr un mundo mejor, y se pregunta con ironía y amargura por qué cuando hay una oferta de trabajo (para alicatar un rascacielos, desarraigar eucaliptos, teitar Somiedo, pañar ocle o cobre, practicar huerting…) apenas hay colas ni disputas por el puesto; en cambio, cuando se trata de optar a un cargo político, incluso sin remuneración o poniendo dinero encima, el personal se arrebata, acude en tropel y compite con quien tiene sus mismos ideales hasta traicionarlo si llegara el caso. Es recelosa esta amiga, le choca la santidad civil; es como si viéramos a los curas peleándose entre ellos por redimirnos.
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