POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE CARAVACA Y REGIÓN DE MURCIA.
En las páginas que el semanario EL NOROESTE dedica esta Semana a Calasparra, con motivo de sus fiestas patronales en honor a la Virgen de la Esperanza, se publica un texto mio sobre LOS VEINTICINCO AÑOS DE LA CORONACION CANÓNICA DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE LA ESPERANZA, cuyo texto os adjunto. Aquel acontecimiento que tuvo lugar el 8 de septiembre de 1996 no lo han olvidado ni lo olvidarán nunca los calasparreños que lo vivieron. Felicito a las gentes de la localidad arrocera en sus fiestas y también en las «bodas de plata» de la Coronacion de su Patrona.
Veinticinco años de la Coronación Canónica de la Virgen de La Esperanza.
Desde 1925, en que tuvo lugar la coronación de la Virgen de Las Maravillas en Cehegín, las tierras y gentes del Noroeste de Murcia no habían vivido un acto de coronación mariana. Fue el 8 de septiembre de 1996, siendo obispo de Cartagena Javier Azagra Labiano, presidenta de la Mayordomía de la Virgen de la Esperanza Ángeles Cristóbal Rivera y alcalde de la localidad arrocera Juan Fernández Montoya, cuando tuvo lugar la coronación canónica de la Patrona, la Stma. Virgen de La Esperanza, cumpliéndose así una ilusión del pueblo calasparreño, que se reencontró consigo mismo y con sus antepasados, en un acto grandioso, imposible de olvidar para quienes participaron o vivieron el mismo.
La Mayordomía, presidida por la ya mencionada Angelines Cristóbal (quien dirigió los destinos de la Institución entre 1993 y 1997), tenía como objetivo prioritario, desde que comenzó su servicio activo a la Patrona local, la coronación de la imagen. El proyecto no era entonces fácil de abordar. Sólo seis imágenes marianas tenían ese privilegio en la geografía diocesana. Había que demostrar ante la Sta. Sede que la imagen, y el lugar donde recibía culto, era conocido, visitado y aceptado por la población como lugar de peregrinación. Que había una historia y una tradición detrás de la misma, y que la devoción seguía viva entre el pueblo, y no era sólo un atractivo turístico más. La documentación se elevó al Obispado, que se encargó de enviarla al correspondiente “agente de preces” en la Sta. Sede, desde donde se autorizó el acto, de acuerdo con el ceremonial propio del Ritual Romano.
Se fijó la fecha para el mismo día de la Patrona, y se estudió con todo detalle el lugar más adecuado para la celebración, barajándose varios escenarios como la Corredera, el Campo de Fútbol y la Plaza de Toros, decidiéndose por éste último por razones de aforo, comodidad y seguridad.
Durante el largo y tórrido verano que precedió a los actos que tuvieron como punto álgido la coronación (en el transcurso del cual tuvo lugar el desgraciado incendio de los montes del Noroeste), la Mayordomía y el propio Ayuntamiento trabajaron lo suyo, invitando a los obispos, grupos marianos, devotos no sólo de la Diócesis de Cartagena sino de las colindantes de Almería, Albacete, Granada y Valencia, desde donde a diario llegaban, y siguen llegando, peregrinaciones de fieles al encuentro con la Virgen de la Esperanza.
El 1 de mayo, coincidiendo con el traslado anual de la Patrona a la localidad, el propio Obispo Diocesano, despojó a la imagen de su corona habitual, según es preceptivo en las coronaciones marianas, adornándose desde entonces la imagen de la Virgen con una diadema floral (fabricada con todo primor por la floristería capitalina “Fernando Hijo”, que aún se conserva en el museo del Santuario). La diadema, de flor artificial, permaneció sobre las sienes de la Imagen hasta el 8 de septiembre siguiente.
Mientras tanto, por mediación del entusiasta calasparreño Juan José Álvarez Buendía, la Mayordomía entró en contacto con el orfebre sevillano Fernando Marmolejo Camargo, quien enseguida se encariñó con la idea, y llevó al papel una corona que entusiasmó a la Institución. Una pieza proporcionada a la imagen en cuanto a tamaño y peso. De aspecto imperial, con ocho emblemas esmaltados (con alegorías marianas), doce estrellas rematando los rayos (representando las doce tribus de Israel y la visión de S. Juan descrita en el Apocalipsis (que tienen la particularidad de no ir fijas, sino sujetas con muelles que le permiten a todas ellas un leve movimiento cuando la Imagen es trasladada en su trono). Tres escudos, así mismo esmaltados, con las armas del Obispo Diocesano, el Ayuntamiento de Calasparra y la Mayordomía…y toda la superficie adornada con espigas de arroz en relieve. Del centro cuelga un “ancla” (símbolo de la Esperanza), y una alusión a la “Cueva Santa”, custodiada por dos ángeles.
La deliciosa pieza de orfebrería fue costeada por suscripción popular. Se fabricó en oro y piedras semipreciosas, alcanzando un coste total superior a los cuatro millones y medio de las antiguas pesetas.
La ilusión y el trabajo iban en aumento conforme se acercaba la fecha ansiada, la cual fue precedida de un amplio programa de actividades culturales como la presentación del Cartel Anunciador y del proyecto y bocetos de la corona, para lo que se trasladó a Calasparra el propio Fernando Marmolejo (quien cariñosamente siempre que se refería a la Imagen la mencionaba como “la Virgencita”, en las distintas ocasiones que la visitó, tanto en la localidad como en su santuario).
Por fin llegó el día señalado, el que nunca se borrará del calendario de fechas importantes en los anales de la historia local. Como de costumbre, tuvo lugar la romería nocturna a lo largo de las primeras horas de la fecha esperada, con afluencia masiva de propios y extraños. Muy de mañana se trasladó la Imagen desde su santuario al templo de la Merced, donde recibió el agasajo y la visita multitudinaria de las gentes. Su Mayordomía la vistió con la indumentaria de gran lujo que su ajuar conserva para momentos concretos. Se le colocó el manto verde de las grandes solemnidades (recién restaurado y enriquecido en Sevilla). Junto a Ella, el estandarte (del que carecía hasta entonces), obsequio del calasparreño Juan Martínez López, así como la corona que por la tarde sería depositada en sus sienes.
El Servicio Meteorológico había anunciado lluvia para la hora de la coronación. Lluvia generosa, como la que el cielo “regala” al final del verano y durante el otoño, a veces, a las tierras del Noroeste. Agua que no siempre es oportuna y en esta ocasión no lo era. Pero los pronósticos no se cumplieron, y a los negros nubarrones presentes a medio día, siguió un sol de bendición colgado del cielo azul estival.
La llegada de la Virgen a la Plaza de Toros fue apoteósica. El coliseo calasparreño no podía albergar una persona más y el público, totalmente entregado, aplaudió con fervor entusiasta mientras la Imagen era colocada en el altar construido al efecto. Actuó como maestro de ceremonias un canónigo de Toledo, capellán de la Orden de Malta, quien había predicado el novenario previo a la fiesta. Treinta y cinco sacerdotes concelebraron la ceremonia con el obispo Javier Azagra, quien pronunció la homilía y colocó la corona en las sienes de la Patrona en el momento del “ofertorio” de la Misa, mientras cientos de palomas sobrevolaban el espacio, los fuegos artificiales (fabricados y regalados a la Virgen por el pirotécnico murciano Cañete), iluminaban el crepúsculo calasparreño, y la Banda de Música interpretaba el Himno Nacional. Fuera del recinto, desde las torres y espadañas de la localidad, las campanas entonaron su canto de los días grandes y muchos asistentes perdieron la voz, gritando vivas a la Virgen, y las fuerzas aplaudiendo.
Veinticinco años después, en el año de las “Bodas de Plata” de la Coronación, muchos sentirán ponérseles la piel de gallina al recordar aquellos días y aquel momento. Muchos otros lo revivirán desde el “más allá” donde se encuentren. Y todos dedicarán un momento de agradecimiento a quienes se entregaron a fondo para que aquellos recuerdos brillen siempre, por méritos propios, en la historia escrita, y no escrita de la Calasparra de siempre.
A la celebración de Calasparra, en sus 25 años al pie de la Virgen de la Esperanza coronada, se une el periódico EL NOROESTE deseando unas muy felices fiestas de la Virgen a todos cuantos sienten a Calasparra en el fondo del alma, a pesar de la sordina que impone la inoportuna pandemia de coronavirus que nos aflige.