POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Según ornitólogos, en nuestras ciudades ocurren al día millones de impactos de aves contra las ventanas y un tercio mueren. Hoy escribo escondido de los casi cuarenta grados que me amenazan a la puerta, y a lo largo de la mañana se estrellaron contra mi ventana un petirrojo, un gorrión y un pájaro carpintero, los tres cayeron fulminados sobre mi jardinera y, mal que bien, se recuperaron y se fueron volando, con el pico desmochado, un ala torcida, un ojo a la virulé, quizá en busca de un lugar retirado para morir. No es esto infrecuente; orientada al mediodía, mi ventana refleja el cielo y las nubes y los pájaros se precipitan despistados sobre el reflejo, hoy sobre todo, que huyen del calor y buscan sombra. En cambio, cuando trabajo con la ventana abierta jamás se asoma un pájaro, sólo entran mosquitos y algún avispón, que mato a gorrazos. ¡Cuántas caras tiene la muerte!
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