POR JOSÉ MANUEL ENCINAS PLAZA, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE VENTURADA (MADRID)
Visualizar la población de Venturada en la retina de nuestra imaginación, retrocediendo un siglo, es un trabajo que necesita su dosis de paciente investigación, pues cuesta entender cómo ha evolucionado aquel pueblo “zona de paso”, muy atrasado para estar situado en la principal vía de comunicación con el norte peninsular. La población que hoy contemplamos (y algunos privilegiados disfrutamos) es de las más modernas de su entorno, con un nivel de vida que figura entre los más elevados de la Comunidad de Madrid y dotada de unos servicios que muchos otros pueblos quisieran. Y todo esto en el vertiginoso lapsus de tres generaciones. Es decir, que muchas personas que lean este artículo han tenido contacto, en algún momento de sus vidas, con aquellas otras personas que, en aquel lejano 1924, vivían en Venturada.
El propósito de este trabajo, de tres capítulos, es dar a conocer Venturada en sus distintas etapas a lo largo del último siglo. Desde la década de los años 20 del siglo anterior hasta la actualidad.
Cien años atrás.
Una carreta y edificaciones centenarias (algunas del siglo XVIII) aún pueden contemplarse en la principal travesía urbana, que en otros tiempos fue carretera de Francia. Son testigos del pasado.
Sin agua corriente, sin urbanizaciones, sin energía eléctrica en la mayoría de los hogares, sólo con un teléfono en el antiguo caserón que hacía las veces de Ayuntamiento, Venturada daba la imagen de una minúscula población triste y abandonada. Su único balcón al siglo XX era la cinta de la carretera nacional, “la de Burgos”, que estaba siendo acondicionada para su uso por vehículos a motor, en el marco de un ambicioso plan de carreteras de la época. Al menos, se iba a sustituir la diligencia de postas por un autobús de línea (de los de entonces) que acercaba a los vecinos a Madrid uno o dos días a la semana, aunque el servicio de la diligencia se mantuvo como discrecional, pues esos chismes de motor, no son de fiar. Este panorama no era muy distinto al de otros pueblos de la zona, aunque las diferencias con El Molar, Lozoyuela o Buitrago de Lozoya eran importantes, poniendo en evidencia el atraso de Venturada.
El modo de vida tenía dos ejes principales: La actividad agropecueria y la conexión con Madrid, que entonces, en la década de los felices años veinte, acercaba a los ventureños a la capital del reino en un viaje (es el término correcto) de unas tres horas “a motor”, algo sólo comparable a una operación retorno de las de ahora.
Los servicios tales como médico (ambulante, de varias poblaciones) escuela, abastos, etc. no distaban mucho de los recogidos en el Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII, sin que la producción agrícola estuviese mucho más evolucionada. El censo, con ligeras variaciones, rondaba los 150 habitantes. Contaba con carnicería, abacería, dígase pequeño “súper”, mercería (comercio e intercambio de pequeños bienes) y taberna, que hacía las veces de tienda y casa de postas. El trasiego de la carretera favorecía estos pequeños comercios. Peor lo tenían en la cercana Redueña, donde no contaban con estas ventajas y, por poner un ejemplo, para la recepción de una conferencia telefónica había que dar el aviso de acudir a Cabanillas o Venturada (a pie o a lomos de caballería) al teléfono del ayuntamiento. Nada de guasap. Si tenemos en cuenta que este era el panorama que vivieron nuestros abuelos, nos cuesta entender cómo se adaptaban al medio en condiciones tan precarias, pero entonces, era lo que había, y en general, eran gentes felices, pues así conocieron la vida. Pero todo iba a cambiar a gran velocidad.
Este era el aspecto que ofrecía Venturada mediados los años 50 del pasado siglo. Calles sin asfaltar, ausencia de agua corriente y la “urbanización” Cotos de Monterrey (al fondo, visible detrás del campanario) cuando aún era una loma cubierta de encinas sin edificación alguna. Han pasado 70 años.
Una vez superado el paréntesis traumático de la II República, la Guerra Civil (con el cercano frente de Somosierra en Piñuécar) y la inmediata posguerra, sin posibilidad de mejora alguna, las cosas empezaron a cambiar. Una visita de técnicos y autoridades de la entonces Diputación Provincial de Madrid marcó el pistoletazo de salida para que Venturada entrase en la modernidad y el progreso, comenzando así una evolución constante e imparable a través de todas estas últimas décadas.
Llega el gobernador civil
Como si se tratase de la película de Berlanga Bienvenido Mister Marshall, Venturada recibió a una delegación de la Diputación, con su presidente, cuya finalidad era interesarse por el estado del pueblo y recabar información del alcalde y los vecinos. Es interesante observar que la población y oficios eran prácticamente los mismos que figuran en el Catastro de Ensenada ¡200 años atrás!Se tomó nota de todo lo necesario, se hizo un detallado inventario y se estableció un plan de infraestructuras. En pocos años se fue dotando al pueblo de servicios básicos e imprescindibles, como el agua corriente, asfaltado de algunas calles, conducciones eléctricas y telefónicas y algunas otras obras públicas que cambiaron la vida y la fisonomía de Venturada. Corría el año de 1956.
Es a partir de entonces cuando Venturada comienza a ser un lugar atractivo y no tardarán en llegar nuevos vecinos, procedentes de Madrid, que en la siguiente década comenzarán, tímidamente al principio, a levantar nuevas viviendas, algunas de veraneo. La actividad económica toma también un gran impulso.
FUENTE: EL CRONISTA