POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y DE LA ACEBEDA (MADRID)
LA LUNA SEGOVIANA. Una feliz celebración la de la luna segoviana, propiciada por la concejalía de cultura del ayuntamiento, con música, colores, sabores, olores y artes plásticas de los ingenios de la ciudad, y con el acompañamiento de grandes y pequeños actores y observadores, volcados, desparramados, encendidos de velas, por la exhibición nocturna de la Alameda de El Parral, mejor lugar, ninguno. Así se hacen las cosas bien, hay que decirlo y proclamarlo. Ya no estaremos sólo a la luna de Valencia. Hay otras más igual de brillantes y prometedoras, como ésta, que ya ha dado la vuelta a España en internet y la va a dar al mundo, si la fantasía se desenvuelve como en la ocasión presente por sus fueros en plan de diversión estival. Hasta los fervientes de la Media Luna van a querer verla entera. En Segovia, por supuesto. Ánimo, Clara.
LA MALETA VIAJERA. Cuando el sol se encuentra en su zenit o afelio y el calor vertical de los rayos julianos jupiterinos dobla la delgada cerviz de las últimas espigas, no hay más remedio que abandonar la casa de primera residencia y echarse como un pato al agua, por los ríos, los lagos, los pantanos, las charcas, las lagunas y los mares de la Península Ibérica. Así acabo de hacer hace unos días, llevándome una pequeña maleta por todo avío, no como esas mujeres super-previsoras que almacenan y embuten en ellas, por si llueve, graniza, ventea o nieva, veinte cremas, lociones y colonias, veinte botas, zapatos, sandalias y zapatillas, quince camisas, calzoncillos y calcetines, tres pares de trajes y hasta uno o dos abanicos, una o dos sombrillas y tres o cuatro paraguas, sombreros y pamelas. ¿Para qué tanto? Nada, que no, basta muy poco para andar por la vida y menos por el campo libre de curiosos. Más de la mitad de la mitad de los enseres sobrecogidos y encogidos en la maleta sobran siempre y vuelven sin usarse y desplanchados. Hay que echarse al campo a cuerpo gentil, para que se dore o enmorenezca la piel. Bien podríamos aprender de los pájaros, que se visten únicamente de plumas y se contentan con el poder de sus alas para sortear cualquier emergencia climática o geográfica.
LA PREHISTORIA DE LA CIENCIA FICCIÓN. Resulta que la literatura fantástica, la fantaciencia o ciencia ficción, apareció ya en el tercer milenio anterior al Cristo y yo no me había dado cuenta hasta ahora. Me ha abierto los ojos y la mente el polígrafo Pollux Hernúñez con su brillante, bello, documentado y extrañísimo libro, casi solo un opúsculo de cien hojas, que se lee de un tirón y que se intitula “La prehistoria de la ciencia ficción, de Gilgamesh a Julio Verne”. No se lo pierdan.
Conocer a Pollux en persona ha sido para mí otro descubrimiento maravilloso. Habla y escribe en cinco idiomas, dos de ellos muertos, como el latín y el griego, pero muy vivos para él, tan vivos como el inglés, el francés y el alemán, en los que se expresa como Shakespeare, Moliere o Goethe. ¡Qué cráneo más privilegiado, qué viajero más culto, qué pozo de sabiduría cristalina! De mayor quiero ser como Pollux, que para eso me llamo Apuleyo.