POR FRANCISCO JAVIER ARELLANO LÓPEZ, CRONISTA DE LUIS MOYA, ZACATECAS (MEXICO)
Llegué a Oaxaca de Juárez en el caluroso nacimiento de la primavera. La meta es conocer los sitios arqueológicos de Monte Albán y Mitla. Los viajes al igual que los proyectos son subjetivos y siempre hay algo que se atraviesa. Los vendedores ambulantes de los viajes en el centro de Oaxaca me vendieron un “tour” a Sta. María del Tule para ver el ahuehuete más longevo del mundo, a Teotitlán del Valle donde se producen tapetes y objetos de lana, a Mitla y al final a “Hierve el Agua”. Mitla es el objetivo, es el sitio arqueológico que busco. La combi llevaba 7 turistas holandeses, más una joven oaxaqueña llamada Andrea que radica en la Cd. de México y yo de Zacatecas. El chofer de la combi es el guía. A los holandeses les explica en inglés y a nosotros, Andrea y a mí, nos deja al último y nos explica informalmente. No es importante esto porque nosotros leemos y escuchamos bien el idioma español.
Pasamos Santa María del Tule, Teotitlán del Valle, Mitla, aquí nos detuvimos menos de una hora, (en otra narrativa lo contaré) y nos dirigimos a “Hierve le Agua” que son unas cascadas sedosas y petrificadas con un balneario natural, según leí en la internet.
Debimos recorrer más de 60 kilómetros de la ciudad de Oaxaca por la carretea que va a Tehuantepec. Luego nos desviamos a la derecha. La carretera se hunde en las sinuosidades de la sierra. Recorrimos algunos 4 km de vía pavimentada y pasamos por San Lorenzo de Albarradas, continuamos por una terracería de algunos 4 Km. y llegamos a la comunidad de San Isidro de Roeguía cerca de las 15:40 hs. Es una ranchería de algunos 350 habitantes. Rodeamos algunos cercados de alambre y arribamos al balneario. Dijeron que se bajaba a la cascada entre 25 minutos y otros tantos de subida. Mi objetivo es ver esta belleza natural, estar frente a ella, retratarla y disfrutarla. Para otros turistas el objetivo son las albercas.
– Los espero a las 5 de la tarde, dijo el chofer- guía de la combi.
Bajándonos de la combi, se acercó un campesino de 65 años y dos jóvenes que traen una hilera de fotos de la cascada. Portan su uniforme de ejidatarios, ropa vieja, deslavada y mugrosa de tierra de varios días. Es la ropa característica del campesino mexicano
– ¿Quiere que los lleve, patroncito?- dijo.
Yo conozco esa voz ladina de la gente del campo, de algunos indígenas y de algunos mestizos letrados. Lo miro a los ojos y se sostiene. Decido que nos acompañe, quiero ayudarlo con un poco de dinero. Lo veo pesado igual que yo y pienso que nos iremos despacio por el sendero. Los holandeses no quieren pagar guía. Se van solos. Andrea y yo nos hicimos acompañar de don Carlos Martínez Martínez. Así se llama este campesino y también nos preguntó nuestros nombres: Andrea y Javier.
Comenzamos el descenso de la montaña. Hay un letrero que dice que se prohíbe usar el dron. Debe haber problemas entre los ejidatarios sobre derechos de tierras o paisajes. Don Carlos, en un recoveco nos tomó una foto con el fondo de las albercas serranas. Tanto el celular de Laura y el mío los sabe manejar muy bien y, además busca la perspectiva de la foto. Se mira muy voluntarioso. No supe como comencé a pensar en “don Juan”, el indio yaqui de Carlos Castaneda, el que escribió “Viaje a Ixtlán”. A este campesino lo miré astuto y ladino. Comenzamos a bajar una escalinata de piedra y cemento. En la bajada le hago platica. Me dijo que en los años 70s, hubo un consejo de abuelitos que decidieron explotar este lugar, ofrecer este lugar al turismo. El inicio no fue fácil. Iban dos o cuatro personas al día. El acceso al sitio era difícil.
Construyeron un camino al manantial y luego hicieron una alberca en otro manantial. Cuando brotaba mucha agua, esta caía por la montaña. Era agua con carbonato de calcio que comenzó a petrificar la bajada de la montaña. Esto sucedió hace muchos siglos atrás. Es un paisaje serrano, maravilloso, que era nomás para ellos. Me contó que en el año 1996, la cervecería Corona miró la pétrea cascada con agua, hizo un comercial con un dron retratándola y colocando su producto comercial como brotando la espuma sobre la cascada. En efecto, ese comercial llevó más turismo a “Hierve el agua” y los ejidatarios comenzaron a prepararse para atender a muchas personas visitantes. Comenzaron a cobrar la entrada al lugar. Han tenido problemas. Pasando el pueblo de Albarradas, una caseta cobra una cuota de 20 pesos que son para arreglar el camino y entrando al lugar, cobran 50 pesos para entrar al balneario. El chofer – guía de la combi nos cobró 60 pesos y él se las arregló. Son tierras ejidales. Ellos se gobiernan con la ley de usos y costumbres. Dicen que el Gobierno les ha ayudado con máquinas. Un día será un gran sitio turístico.
Carlos, nuestro guía lleva un bastón largo para apoyarse. Baja la escalinata como si nada. Los escalones fueron hechos por medio de “fainas”. No son simétricos y no hay barandal. Agarrarse de una rama, de una hierba, de un tronco son las asideras para bajar los escalones altos. Al guía lo percibo fuerte. Ha de subir dos o tres veces diariamente estas escalinatas. La bajada tiene muchos rodeos. Por fin estoy frente a la cascada pétrea. La cascada tiene muchas estalactitas que se formaron por el bicarbonato de calcio desde hace miles de años. Es grandioso, magnifico y colosal este monumento de la naturaleza. Tengo que “verlo” con calma pero no me puedo tranquilizar. Me tiemblan las piernas y rodillas, las percibo asustadas. En una foto sobre una barda apuntando la cascada las trato de serenar para que no tiemblen. Sé que están cansadas y aun les espera el regreso. Don Carlos me dice que son 800 escalones que tiene la bajada completa. No soy un guerrero como don Juan Matus citado por Carlos Castaneda. De frente a la cascada, trato de retratar toda la fantasía, el surrealismo de la cabellera pétrea. Luego don Carlos nos llevó a una peña que es como una terraza plana donde está hirviendo el agua. Brotaba el hervor del agua en una planicie de piedra. Yo la miré así y desde una barda la contemplé. Dicen que brota porque salen algunos gases y que no está muy caliente el agua. Ahora sé que eso es cierto, pero yo debo tener respeto a la madre naturaleza. Eso me basta. Saqué varias fotos. Regresamos al camino de la cascada.
Queriendo evadir el regreso por la escalinata a donde está la combi, pregunté a don Carlos que si había otra vereda de regresar.
– Hay una, pero se rodea completa la cascada.
– ¿Cuánto tiempo tarda?
– Casi lo mismo-me contestó.
Decidí aceptar, tengo que tener fe en la cascada y en el guía. Poca gente turista debe conocer ese sendero. Avanzamos donde solo las plantas y árboles se movían con el viento. Hay momentos en que me detuve y contemplé la sierra mixteca y la cascada pétrea. En una parte de la bajada de la cascada está una cruz de madera y una cueva. Dice don Carlos que ahí se mató una persona llamada Javier porque se resbaló de la cascada y porque traía “unos traguitos” de más. Ahí está la cruz. Sentí la intimidación. El guía ordenó subir la cascada.
– Arriba hay que seguir por ese caminito, ¿lo ven?
Son algunos diez metros de altura pero no hay escalones. Arriba se observa un caminito entre los matorrales. Andrea, con 25 años a cuestas, lo subió con cierta dificultad y yo seguí mi intuición. Las piedras de la cascada están secas y boludas. Piso donde cabe el pie y me inclino hacia adelante agarrándome de las rocas sobresalientes. Mis habilidades simiescas me deben salvar. No importa el ridículo, no importa subir a gatas, importa subir. No debo ver hacia atrás ni hacia abajo, el abismo jala al espíritu. Yo amo a la montaña- cascada. Era la montaña sagrada de los zapotecas. Tardaron miles de años para formarse estas cascadas calcificadas. Escalé con dificultad ordenado a las rodillas el control de su flexibilidad. No debo fallar la pisada. Es muy bonita la montaña pero no pienso entregarme a ella, al menos por esta vez; sólo quiero verla, contemplarla y quererla con cariño y con respeto como un buen amante. Tengo rasgos de guerrero y conquistador pero no quiero llevarme la montaña ni ella quiere que me quede. Con una cruz mortal basta. No sé cómo escalé ese tramo de cascada. En mi vida he llegado a lugares que no sé cómo lo he hecho. Por fin ascendí a donde estaba el caminito señalado. Cuando me detuve, vi la montaña y me le hinqué. Arriba vi unos turistas.
– Gracias- le dije con devoción.
Don Carlos retrató ese momento. Las demás montañas me vieron. Pasando la carretera están las cordilleras de los mixtecos. Ellos eran más guerreros. Mis piernas aún respondieron a sus 71 años. Don Carlos nos miró y preguntó que si estábamos bien. Claro que estamos bien. Andrea llevaba un recipiente de agua. Yo cargaba la cámara fotográfica atravesada en el hombro. Andrea y yo vamos sudando la gota gorda. A Carlos no quise mirarlo ni quise tomar más fotos. Estamos a la mitad de la montaña cascada. Vamos a salir a donde están las albercas. Le pido un trago de agua caliente a Andrea que me refresca el seco gaznate. Don Carlos corta generosamente unas ramitas de salvia, dijo que así se llamaba y nos la dio a oler. Dijo que con eso se quitaba el cansancio. Las olimos, era un olor a menta o vaporub. Ya no compito con don Carlos en condición física, ya no compito con la montaña, ahora compito con mis fuerzas. Debo estar pálido, mi presión arterial debe estar alterada ya que de por si la tengo alta. ¿Dónde está el valor del guerrero o del conquistador? Tengo “que sacar juventud de mi pasado”. Debo avanzar a mi paso. La meta es subir. Tengo que ser responsable de mí. Andrea y don Carlos se adelantaron y llegaron a las albercas. Por fin, subí los últimos tramos del sendero y alcancé la terraza de los manantiales. Miré a Andrea y al guía que estaban distantes cada uno de ellos. Cierto vamos retrasados de tiempo que nos dio el chofer-guía. Los espacios acuáticos son fantásticos. No pude continuar. El agua del manantial me llama. A duras penas me senté en el borde pétreo del manantial y mojé mi gorra, cogí agua en ella y me la puse sobre la cabeza. Sabía a gloria. Debe ser suave, gratificante meterse a esos manantiales de agua que dicen que tiene varios elementos químicos y está a una temperatura de 26 grados y, además tiene propiedades medicinales. Otra vez será.
Fui a unos sanitarios, pagué cinco pesos por el servicio. Ascendí una rampa y llegué hasta donde están unos puestos de vendimia, parece un mercado o tianguis de muchos productos no se si me caería bien un agua de coco. Compré una botella de agua natural. La empecer a beber poco a poco. Carlos, el guía me estaba esperando. Quiere que le pague pero que no sea delante de la gente. Andrea trae 50 pesos y yo 100. Dijo que le daban entre 400 y 500 pesos por el viaje. Andrea sacó 40 pesos más, los últimos que traía. Ella es ayudante de maestro en la UNAM. Yo le di 50 pesos más. Se acabó la remembranza de don Juan, ahora solo era un campesino que trabajaba para llevar dinero a casa.
Los holandeses vieron la palidez de mi rostro y el chofer, también.
– ¿Está bien? Preguntaron.
– Estoy bien- contesté.
Emprendimos el regreso a Oaxaca. A media botella de agua, me recuperé del cansancio y las rodillas me dijeron que estaban bien. El miedo estaba controlado. En hora media llegamos a la ciudad. Ya en el hotel, con un baño de agua tibia y fría me quité el cansancio y reposé esta hermosa y temeraria aventura de viajar a Hierve el Agua, en Oaxaca de Juárez, Mex. La bajada natural a la cascada por la escalinata es simple y es emocionante, pero el rodeo de la misma cubre la expectativa completa de esta cascada con su cabellera blanca de novia serrana.