POR LUIS MIGUEL PÉREZ ADÁN, CRONISTA OFICIAL DE CARTAGENA (MURCIA)
¿He sido yo un soñador como mi padre, o he sido un realizador de ensueños? Ésa es la pregunta que se hacía un gran poeta murciano, muy relacionado con Cartagena, hasta el punto de que fue nombrado cronista oficial de la ciudad en 1907. Hablo de Vicente Medina Tomás (Archena, 1866-Rosario de Santa Fe, Argentina, 1937). Hijo de familia humilde, desempeñó a lo largo de su vida gran cantidad de oficios y estuvo en multitud de lugares, desde Filipinas hasta Argentina. Pero siempre tuvo muy presente su tierra natal.
Su obra es muy amplia y sus propias ediciones hicieron que ésta fuese muy difundida en España y América. Escribió una veintena de libros de poesía, cuatro dramas teatrales y dejó abundante obra inédita. También publicó numerosísimos artículos periodísticos.
Su poesía, desde un inicial romanticismo sentimental, pasó a incorporar un fuerte rasgo de observación naturalista, desde donde se encaminó hacia a una denuncia social, mezclada con la mirada del más noble sentimiento popular: la piedad por el prójimo. Sus poemas aglutinan ese sentimiento de lo popular murciano de una manera bastante fiel, sin concesiones al sensacionalismo.
Después de una infancia un tanto peculiar y su paso por la milicia, recaló en Cartagena en los primeros años del siglo XX. Aquí encontró trabajo como funcionario de la Armada durante los siguientes 25 años de su vida, con destinos en la Agrupación del Arsenal, el Estado Mayor, la Vicaría General Castrense, los cruceros ‘Navarra’, ‘Vitoria’ e ‘Isabel II’, la Brigada Torpedista y la Ayudantía Mayor del Arsenal.
Medina también ejerció como contable en la oficina comercial de Camilo Pérez Lurbe, colaborador en los diarios ‘La Gaceta Minera’ y el ‘Diario de Cartagena’. Más adelante, también llevó la contabilidad de la sombrerería de Atanasio Molina, e incluso trabajaría como contador en el Banco de Cartagena.
Al mismo tiempo, desarrolló una intensa obra literaria, que encontró su principal apoyo en la persona de José García Vaso, su gran amigo, valedor y protector. Éste ejerció de crítico literario, destacado político, diputado a Cortes y alcalde. Fundador de un periódico emblemático en la ciudad, ‘La Tierra’, en éste pudo Vicente Medina desarrollar una amplia labor como autor de poemas y colaborador en la redacción del periódico. Así queda reflejado en una de las fotografías que acompañan a este texto.
Junto a su mentor, formó parte de la tertulia conocida como Peña cartagenera El Abanico. Sus reuniones tenían lugar en el café La Marina, en la calle Mayor. Constituían parte de ella Inocencio Medina Vera, primo del poeta, y los músicos Bartolomé Pérez Casas y Alfredo Javaloyes, entre otros. De esta tertulia salió el famoso y hoy mundialmente conocido pasodoble ‘El Abanico’, artículos, piezas literarias y la primera obra dramática de nuestro protagonista, ‘El Rento’, estrenada en el Teatro Principal con un notable éxito.
En 1902 publicó su libro de poesía ‘La canción de la vida’ y, un año más tarde, ‘La canción de la muerte’, escrito esta vez en prosa y acompañado de fotografías realizadas por él mismo. Fue algo novedoso por aquellas fechas y que causó una gran expectación, como así señaló el ‘Eco de Cartagena’: «Es una verdadera preciosidad. Y una preciosidad que contiene hermosuras de lenguaje y de talento, y lindas fotografías. Además… venderse por dos pesetas, ¡es el colmo!»
Se consagró como poeta dos años más tarde con su publicación ‘La Canción de la Huerta, Nuevos Aires Murcianos’. Sus poemas fueron reconocidos por grandes autores, como Azorín, Leopoldo Alas Clarín y Unamuno, que lo consideraron como un gran poeta, enamorado del arte, entusiasta de la naturaleza, del campo y de los paisajes de su tierra.
En marzo de 1907 fue nombrado cronista de Cartagena, lo que le supuso un honor, pero insuficiente para su siempre maltrecha economía. El cargo no está remunerado, finalmente renunció y decidió emigrar a Argentina en busca de nuevos horizontes económicos, pero sin abandonar su producción literaria.
Pasó muchos años en tierras americanas, con mucha nostalgia, éxitos, reconocimientos y un turbio asunto económico que lo llevó a la cárcel. Tras su libertad, volvió a su tierra en 1930.
Cartagena quiso homenajearlo, se le invitó a la ciudad, se le organizó una comida en el Gran Hotel, un concierto en el Ateneo y una velada literaria en el Teatro Circo. Todo fueron muestras de cariño, aunque se le intentó utilizar políticamente.
Llegó a escribir: «En Cartagena he sido recibido como un gran poeta, pero ya nada es igual. No he encontrado el calor de aquellos tiempos. No he reconocido a muchos de mis amigos. La política impera en muchas de las relaciones humanas… no entiendo muchas de las cosas que ocurren a mi alrededor…».
Los años siguientes los pasó en su localidad natal, donde compró una casa y se instaló. Allí participó activamente en la vida política republicana y apoyó al Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936.
Poco antes de comenzar la Guerra Civil, volvió a Argentina. Llegó enfermo y murió el 17 de agosto de 1937, alejado de su tierra natal y de Cartagena, que fue centro de su mejor poesía.
Fuente: http://www.laverdad.es/