POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El nuevo destino en Oviedo de Julián Estrada Quesada le fue facilitado gracias a las sólidas influencias que tenía en la capital su futuro suegro, Ramiro Asiego de Mendoza, magistrado en la Real Audiencia, como hemos dicho tantas veces.
El ascenso desde el humildísimo Ayuntamiento de Parres hasta el Campo de la Fortaleza, en Oviedo, cambió completamente los esquemas de trabajo de Julián y su reconocimiento fue inmediato.
Para un tímido joven de 27 años, aquellos primeros meses le resultaron casi agotadores.
El edificio al que llegaba había formado parte del palacio extramuros del rey Alfonso III “El Magno” dentro de su ambicioso proyecto de ampliación urbana, en el que se incluyó una nueva muralla reforzada y -en su esquina noroeste- una fortaleza que constaba de un torreón de unos 20 metros de altura, con un patio de armas murado y diversas dependencias interiores.
Era como un edificio de seis pisos de ahora, un hito para finales del siglo IX.
Una especie de símbolo del poder real en la ciudad para defender la catedral y la propia ciudad de las incursiones normandas.
Sobre los restos de este castillo -apenas quedaban ya restos del edificio original- se erigió una cárcel-fortaleza y cuando Julián llegó al mismo ya había sido profundamente restaurado tras el incendio que había sufrido en el año 1716, tras la deflagración de los explosivos que guardaba en su polvorín.
Este correccional exclusivo para hombres tenía su propio alcaide, como máximo jefe civil, militar y político del presidio, y a Julián se le llamó como oficial mayor para asuntos jurídicos de los encarcelados.
El escribiente parragués pasó dos meses en Oviedo a modo de prueba en esta dedicación, antes de decidir si se asentaba definitivamente en el nuevo destino.
No necesitó más allá de tres semanas para renunciar a una labor que le resultaba incómoda, casi desagradable.
Presos hacinados, en pabellones corridos sin ver la luz del sol, alimentación exigua, con los pies sujetos casi siempre por grilletes, con pésimas condiciones higiénicas y sanitarias.
Como le escribió en una carta a Catalina, la cual permanecía en su palacio de San Juan de Parres: “La Fortaleza es un lugar inmundo y, aunque yo no tengo contacto con los presos, todo el ambiente que se respira es de un inmenso sufrimiento, una amargura sobrecogedora impropia de seres humanos, un mundo siniestro”.
Ya en el año 1428 los ovetenses le habían ganado a la Corona una real ejecutoria para evitar la “inmunda Fortaleza”, y hubo otra cárcel en la calle de la Rúa, hasta tal punto que los que ingresaban en la misma se consideraban casi unos “privilegiados”.
Tampoco le gustó al escribano la otra posibilidad que se le ofreció, un presidio especial que estaba en la cercana calle de Santa Ana, destinado exclusivamente al colectivo eclesial.
Era la cárcel de los clérigos, de forma que cuando un cura cometía un delito, era condenado a pasar el resto o parte de sus días en esta prisión, citándose en la condena que quedaba privado de la libertad y aislado del resto del mundo y, por tanto, de los encarcelados en las demás prisiones con otras condiciones.
En la visita a esa prisión especial, Julián se encontró con don Jovino, un sacerdote secular que había conocido años antes y que -sin previo aviso- un día había sido despojado de su parroquia y detenido sin que se supiesen las causas.
Allí se enteró de la razón de su condena a quince años de cárcel por delito de simonía, puesto que al administrar algunos sacramentos se apropiaba de dinero indebido, especialmente en el sacramento de la confesión, dado que les imponía a los feligreses como penitencia el pago de ciertas cantidades de dinero que él decía sería destinado a la caridad de los más necesitados o para otras finalidades altruistas.
Como compensación por estos servicios, el clérigo había acumulado una cantidad de dinero que destinaba a bienes de diverso tipo, muebles e inmuebles, para él y para sus familiares.
Un tema que había salido a la luz cuando pretendió cobrar a la anciana viuda de un pobre de solemnidad la sepultura de su esposo indigente, cuando la iglesia lo prohibía en estos casos y obligaba a ceder gratis el espacio de la sepultura en el cementerio parroquial.
Ver a don Jovino en aquel penal le causó un desasosiego que le afectó largo tiempo.
Finalmente, en una visita al Colegio de jesuitas de San Matías -donde había estudiado hasta los 17 años- Julián se encontró con algunos de sus antiguos profesores.
Hacía tan solo cuatro años que habían terminado los trabajos de ornamentación interior de la iglesia, que ya estaba concluida en su fábrica desde el año 1681, pero que había comenzado a edificarse ciento tres años antes.
Recordaba Julián aquellos años con nostalgia y cómo había estado a punto de cursar estudios eclesiásticos y haber ingresado en la Compañía de Jesús.
La vida juega con cada ser humano sin casi darse cuenta, y va situando circunstancias ante cada uno que le llevan o le traen sin que lo advierta.
Quién sabe qué hubiese sido del escribano del Ayuntamiento de Parres de haber sido jesuita y -cuando fuese a cumplir los 50 años- una orden del rey Carlos III le hubiese expulsado de España, como se hizo con todos los jesuitas en el año 1767 (expulsión que con los años volvería a repetirse en 1835 y en 1932).
Entre retablos barrocos y en compañía del rector de su antiguo colegio, Rodrigo Velasco de las Asturias, Julián hizo una especie de análisis de su vida hasta esos días.
Su padre, Cristóbal Estrada Pérez, había tenido un horno de pan cerca del Monasterio de San Pelayo, donde había conocido a su madre, Isabel Quesada Arias, cuya dedicación -hasta que se casó- fue la típica de las mujeres en el siglo XVIII, limitada a la esfera privada, siempre en el ámbito de las domesticidad, volcada en el bienestar de sus padres y hermanos y cuidando de la economía familiar.
El destino laboral de Julián iba a quedar definitivamente fijado por uno de esos azares que a veces ocurren en la vida, como veremos en el siguiente y penúltimo capítulo de esta pequeña novela histórica tramada en y desde el concejo de Parres.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez