POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS)
Dentro de los acontecimientos que se celebran en Noreña típicos y partícipes de la idiosincrasia local tiene lugar cada 24 de diciembre y consiste dicho acto en la interpretación de populares villancicos. Hasta ahora se venía celebrando en la popular Cuadra de Alfredo, local que echó el cierre cuando ya se había hecho octogenario. Pues en La Cuadra, de forma espontánea, iban surgiendo las voces con los cánticos navideños, con el local abarrotado más de público que de clientes, meses atrocaes con antelación, sidra abundante y escuchantes en la calle aguantando el frío de la época, todos queriendo aportar sus conocimientos polifónicos y alguna mirada de reojo si se escucha alguna nota discordante al inexistente pentagrama.
Todo comenzó en una Nochebuena, cuando el oficiosamente recordado noreñense Jesús Cuesta García sacó una de sus múltiples ocurrencias y mientras apuraba unos tragos en compañía de sus amigos que regresaban de cantar un funeral y antes de irse a cenar con su familia en la calle d´Arriba, probaron de nuevo sus voces ante Alfredo el tabernero, refunfuñando porque también quería irse a cenar.
Aquella noche era obligado interpretar unos villancicos. Jesús, acostumbrado a dirigir coros parroquiales o a cuatro amigos unidos para cantar bajo cualquier pretexto, sacó una vez más a relucir sus conocimientos musicales, aprendidos en sus estudios de seminarista junto al recordado párroco Don Fermín Cristóbal. Conjuntó las voces de Eloy Noval, Julio Roces «El Chilu», Tino Fombona, Juanje Junquera y ya posteriormente las que Jesús denominaba como las de la brigadilla ovetense, pertenecientes al Ochote Principado. Y en cuanto Alfredón dio apertura a las féminas en La Cuadra ya se incorporaron Yoyes Cuesta, Carmen Velasco, etc. Aumentado cada año el número de cantores.
Como aquella cita se fue haciendo obligada y el público cada vez más abundante, Jesús -debido a su estatura- se veía en la necesidad de subirse a una silla para así intentar controlar todas las voces y al menos ser visto por los espontáneos interpretes. Los únicos que destacaban allí por encima de los demás eran él y el retrato del general Franco; bueno, y Alfredo encima de la tarima tras la barra. Aquella imagen, además de simpática imponía un respeto entre todo el público llegado desde Oviedo, desde El Berrón o desde cualquier otro sitio. En más de una ocasión, me cuenta Julio El Chilu, ante tanto público que se había quedado en la calle, tuvieron que repetir el breve concierto en el quiosco de la música.
Una vez finalizada la interpretación de los villancicos, bien estaría brindar por tantos y tantos testigos de este informal pero obligado encuentro anual, por los que están, por los que estuvieron y por los que mantienen viva esa simbólica llama de la amistad. Esta pasada Nochebuena llegaron los villancicos en un local cercano y con ellos los buenos deseos de todos para todos.
Fuente: http://www.lne.es/