POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
Esta semana me publica #NuevaAlcarria un trabajo sobre un hallazgo en la localidad molinesa de #Embid: el regalo que dejó el samurai Tsunenaga cuando por allí pasó al frente de un gran comitiva nipona en 1615. Leerlo aquí:
Otra historia, hasta ahora desconocida, del Camino Real de Aragón, a su paso por nuestra provincia. Se trata de la identificación de un frontal de altar realizado en Japón, por artistas japoneses, y representando una comitiva señorial del lejano País del Sol Naciente. Está en Embid, y aquí cuento de su hallazgo y significado.
Hacía dos años que teníamos previsto el viaje cultural al confín de nuestra provincia y el bajo Aragón. Las medidas confinatorias por la pandemia lo impidieron y ahora se ha hecho posible. Porque, además, el alcalde actual de Embid es un asociado a los Amigos de la Biblioteca de Guadalajara, que es la institución cultural que ha organizado el viaje.
Tras haber conocido la población de Daroca, en la ribera del Jiloca, y visitado las lagunas de Gallocanta, fronterizas entre Aragón y Castilla, el numeroso grupo de socias y socios de la Biblioteca nos trasladamos a Embid, donde visitamos el castillo, ahora felizmente restaurado y tan bien mantenido que será objeto de próximo trabajo divulgativo por mi parte.
Lo que sí visitamos a continuación fue la iglesia parroquial, dedicada a Santa Catalina mártir, donde buscamos las esencias de esa ancestral cultura religiosa en forma de retablos, santos populares, pila bautismal, y orfebrerías. Cuando pasé por allí con ánimo de búsqueda y catalogación del patrimonio de la villa, hace ya varias décadas (teniendo entonces la suerte de penetrar en la casona que fue vivienda del historiador León Luengo, y analizar sus archivos) hice una valoración muy somera de un elemento clave de esta iglesia. Concretamente, el frontispicio de su altar, al que de un plumazo catalogué como “un frontal de altar en cordobán oriental, de increíble belleza”. Ahora he vuelto a ponerme ante esa pieza, que afortunadamente sigue allí resistiendo el paso de los siglos, y me he percatado que la cosa no es exactamente así. Porque se trata en realidad de un grupo de maderas sueltas, acopladas constituyendo una pieza uniforme, y que bien podría proceder de un anterior biombo o cuadro (puesto que está hecho sobre madera) de indudable filiación oriental, sí, y más concretamente japonesa.
Este frontal de altar de Embid, que con la nueva lectura que me atrevo a hacer se erige como pieza única y sorprendente del arte japonés del periodo Azuchi-Momoyama en la provincia de Guadalajara, está constituido por un conjunto de tablas ensambladas de 2,5 metros de anchura, por 0,8 m. de altura, aproximadamente. Pintado con una técnica de relieve brillante, que sin duda es un lacado de gran calidad, porque ha aguantado ahí mucho tiempo, concretamente cuatro siglos largos. Y que fue un regalo del samurái Hasekura Tsunenaga a la parroquia molinesa, cuando la visitó en el verano de 1615, en su viaje de Madrid a Barcelona.
Pero primero conviene saber algo, escueto y esencial, del personaje donante y de su trayectoria vital.
La embajada Keicho, del Japón a España
Sobre esta interesante parcela de la historia de España mucho puede decirse. Este sería su breve resumen, orientado en datos a lo que aquí nos concierne. La embajada del samurai japonés Hasekura Tsunenaga se hace con el objeto de iniciar intercambios comerciales entre ambos imperios. Discurre el largo viaje del samurái y sus gentes entre 1613 y 1620, y se le da clásicamente el apelativo de “La Embajada Keichó” en alusión a la época del calendario japonés en que se realizó.
Enviada esta embajada por el daimyo (o monarca) de Mutsu, Date Masamune, el grupo parte de Japón hacia Filipinas primero, luego llegan a Acapulco, atraviesan la Nueva España, y emprenden viaje hasta Sanlúcar de Barrameda, donde desembarcan el 5 de octubre de 1614. En Sevilla, su principal objetivo, establecen relaciones comerciales, pero siguen camino, por Coria del Río, hacia Madrid, donde llegan a comienzos de 1615, siendo recibidos por el rey Felipe III el 30 de enero. En Madrid quedan, alojados en el Convento de las Descalzas Reales, donde es bautizado el samurái el 17 de febrero, tomando el nombre de Felipe Francisco Hasekura, en presencia del rey y de la Corte. Pasan en Madrid la primavera y verano de 1615, y en septiembre de ese año inician su viaje hacia Roma, para ser recibidos por el Papa.
El viaje desde Madrid lo hacen por el Camino Real de Aragón. Que ya sabemos por qué lugares pasaba en nuestra provincia: lo vimos la semana pasada. Alcanzan de inicio Alcalá de Henares, donde son recibidos por el rector de su Universidad. Pasan por Guadalajara (habrá que investigar quien los recibió, en aquellos días de finales de agosto-principios de septiembre de 1615) y siguen el Camino Real por Torija, Alcolea del Pinar, Maranchón, y llegan a Daroca, pasando también por Concha, Tartanedo, Tortuera y Embid. En Barcelona embarcan para Roma, donde son recibidos por el Papa, cardenales diversos, humanistas de todo tipo, quedando rastros múltiples, literarios, artísticos, etc. del paso de la Embajada Keicho por Roma. La vuelta se hizo por el mismo camino, en marzo de 1616.
El viaje de ida desde Madrid a Roma, pasando por Alcalá, Guadalajara, Daroca, Zaragoza, Montserrat, Esparreguera y Barcelona, lo narra con todo detalle Scipion Amati, que escribió una crónica detallada sobre esta Embajada, y se publicó en Roma por G. Mascardi en 1615. Y además sirve de información detallada de este viaje la recopilación documental “Dai Nippon Shiryo. Japanese historical materials” hecha por el Institute of Historial Compilation de la Imperial University of Tokyo, parte XII, Volumen XII, Tokyo, 1909. Añadiendo de interés la lectura de “Visiones de un mundo diferente”, de Osami Takizawa y Antonio Míguez Santa Cruz, en edición del Centro Europeo para la difusión de las Ciencias Sociales, Córdoba, 2015.
El regalo de Hasekura Tsunenaga a la iglesia de Embid
Es sabido que el Camino Real de Aragón, que pasa del valle del Henares, atravesando la meseta alcarreña y el páramo molinés, para alcanzar la vertiente del Ebro en el Jiloca de Daroca, tenía su final aduana castellana en Tortuera, y su frontera definitiva en Embid, por entonces una villa de importancia, enseñoreada por un gran castillo fronterizo, y con varios palacios de hidalgos escudos frontales. El señorío lo ostentaban los Ruiz de Molina, herederos del mítico “caballero viejo”, que en el transcurso del siglo XVII alcanzarían el beneficio de recibir el marquesado de Embid de manos del monarca español. No podemos entrar ahora en los detalles de quien era el cura, los beneficiados, y las jerarquías que gobernaban el pueblo en ese verano de 1615, pero sí que es muy probable que tras pernoctar allí esta embajada, y en agradecimiento a las atenciones recibidas por la población, el grupo japonés encabezado por el samurái Hasekura les regalara una de las piezas artísticas que llevaban encima, traída desde el Japón en largo viaje, y que allí quedó como testimonio del paso de esta Embajada nipona por aquellos campos ya agostados y pálidos bajo el sol de la meseta.
El conjunto de la obra, muy oscura de tonos, muestra un paisaje oriental muy vivo, cuajado de especies arbóreas no identificadas porque todas son del archipiélago oriental, más montes orondos, y un celaje bravío en el extremo superior.
Al centro, vénse muchos personajes varios, pero llama la tención una comitiva señorial en la que un jerarca tocado de gorro de gran ceremonia, a lomo de un caballo, es protegido del sol por una especie de hornacina que lleva un sirviente. Otros van a caballo, llevando grandes parasoles, y muchos otros caminan portando en sus manos, banderolas, estandartes y plumas. Escenas individuales, como complementos ambientales, se ven distribuidas por el frontal. Y así destacan unos monjes budistas, un cazador de tigres, dominando uno de estos animales, varios músicos, sentados al paso del cortejo, y algunos ancianos caminando sobre puentes. Hasta un total de 30 figuras humanas se ven en esta obra (9 de ellas sobre caballos), que al menos queda clasificada de cara al necesario inventario del patrimonio provincial, y que debe ser, de forma permanente, admirada, considerada y cuidada como merece.