POR ANTONIO DE LOS REYES, CRONISTA OFICIAL DE MOLINA DE SE-GURA (MURCIA)
Siguiendo con el viaje principesco de hace 250 años, 1765, a bodas reales de conveniencia, entre la hija de Carlos III y el archiduque de Toscana Pedro Leopoldo. Vimos como esta salió de Molina y llegó a Murcia, donde fue recibi-da en el nuevo palacio episcopal, acompañada de las damas y cortejo, por el obispo auxiliar que iba revestido de púrpura. Después pasó el concejo mur-ciano vestidos de sombrero liso, casaca y calzón de moaré negro, chupas a color, medias blancas y zapatos con hebilla de plata. Entre ellos algunos caba-lleros de Santiago con sus hábitos de seda blanca y la gran cruz en rojo, pre-sentados por el Corregidor-Intendente. El cabildo catedral y la Inquisición, lle-nos de tensión por la preferencia, hubieron de hacerlo entremezclados, aun-que fuese el presidente del cabildo el primero en besar la mano y a continua-ción el del Tribunal de inquisición, según aconsejó el duque de Santisteban tras largas conversaciones con ambas partes para llegar a un acuerdo.
La cuestión debía venir de lejos, pues desde el siglo anterior las discusiones de protocolo entre obispo y Concejo, este y Cabildo, e Inquisición por medio, fueron frecuentes. En esta ocasión las quejas llegaron al obispo titular, que era el Gobernador del Consejo de Castilla, y al rey.
La ciudad, para mostrar su regocijo, empleó pólvora; sonaron clarines, timba-les, las campanas catedralicias y eclesiales; iluminaron las fachadas; barrieron las calles y como era de noche, sarao para la nobleza murciana en los salones municipales, no para los viajeros que cansados estaban. Estos a la mañana siguiente oyeron misa y continuaron viaje.
Es fácil, vista la prosapia de aquellos tiempos, que los caballeros de Santiago con su pendón, que gozaba de privilegio de participar en todos los eventos munícipes, estuvieran a las puertas de palacio, al igual que la guardia de Corps o Dragones de la Reina que acompañaban en el viaje, y acaso, una presencia del regimiento del Algarve a caballo con tambores, pífanos y espada en mano, acuartelado en la ciudad. Los porteros de maza con golilla, gramallas y gorras de terciopelo carmesí; reyes de armas que en los capotillos lucían las armas reales y en los hombros las de la ciudad; alguaciles; lacayos con visto-sas libreas, y mucha gente del pueblo, desde huertanos con sus zaragüelles y refajos, hasta los gremios con sus trajes de faena y distintivos, las cofradías con sus enseñas, menestrales…
La curiosidad de las mujeres sería notable. Las de nobleza lucirían sus am-plios escotes con sobrepuestos y pecheros, peinados postizos, cremas y afei-tes, aguas de cereza y lavanda, cotillas para el talle y faldas polonesas, trajes satinados, lazos, colonias, reverencias, adornadas con arracadas, disciplinas, espadillas en el pelo, camafeos, sortijas y cubiertas las cabezas con cofias, a la moda más llamativa, esperarían la ocasión de acercarse a tan egregias damas, en el baile nocturno en casa del Intendente. Los viajeros, cansados, disculpa-ron su presencia.
La primera preocupación del viaje, y con harta razón, era la situación en que se encontraban los caminos. Éstos solían ser como la Naturaleza los había hecho y los carreteros los dejaban. Oficialmente no estaba bien definido a quién correspondía las reparaciones y arreglos, acabando en la hacienda pú-blica, y ésta no se daba por aludida.
Ante el tránsito, en Murcia hubieron de tomarse diversas medidas al respecto, apremiados por los escritos que remitió desde Aranjuez el marqués de Esqui-lache, diciendo que el Ingeniero ordinario del Ejército, don José Hermosilla, recorrería todos los caminos para que reconozca y haga componer por los pueblos los malos pasos de la Ruta… y donde fuese necesario usasen del so-brante de propios y Arbitrios. El primer acuerdo hizo constar una felicitación porque se habían dedicado con esmero y cuidado a que queden corrientes, seguros y bien acondicionados. Y se menciona el puerto de la Cadena.