POR JOSÉ SIMEÓN CARRASCO MOLINA, CRONISTA OFICIAL DE ABARÁN (MURCIA)
Es un hecho cierto que nuestras sociedades se están volviendo cada vez más frías, que la convivencia cada vez tiene menos de humana y entrañable, que nos estamos convirtiendo casi en autómatas que circulamos por las calles sin mirar siquiera a aquellos con quienes nos cruzamos.
Pero, por suerte, esta situación, muy común en nuestras ciudades tan pobladas, aún no se vive en los pueblos. Vivir en un pueblo es relacionarse, contactar, comunicar, tratarnos diariamente unos a otros y, por qué no, conocernos por los apodos.
Porque el apodo nace en el fondo de una necesidad de comunicarnos, de contactar con el otro, de referirnos al otro y por ello nos acerca y estrecha más los lazos que en un pueblo pequeño, como una tela de araña, nos unen a unos con otros.
Evidentemente, este fenómeno de los apodos no es exclusivo de un pueblo en concreto, sino que forman parte del patrimonio etnográfico de todos, y sería muy revelador y entrañable llevar a cabo una recopilación y clasificaciòn amplia de ellos en el ámbito de una comarca o, incluso, de la región. Ello contribuiría y mucho a definir una idiosincrasia, una forma de ser.
En primer lugar, habría que diferenciar el apodo del apellido y del mote. La diferencia con el apellido esta clara, pues éste nos viene dado generación tras generación y tiene un carácter oficial y administrativo y una validez universal e intemporal.
El apodo y el mote, sin embargo, sólo tienen vigencia en nuestro pueblo y no tienen, por supuesto, ninguna validez a efectos administrativos o burocráticos. Aunque su diferencia con los apellidos es, pues, bien clara, no lo es tanto la distinción entre ambos conceptos.
Según mi opinión, el apodo nace con una intención puramente diferenciadora, se transmite durante varias generaciones, convirtièndose en referencia de clan.
El mote, sin embargo, nace con una finalidad peyorativa, originado por alguna condición negativa, defecto físico,….y en su origen está referido a una persona en concreto. Lo que ocurre es que, con el tiempo, se puede convertir en apodo, abarcando a un linaje más o menos extenso.
Lo cierto y verdad es que, tanto unos como otros, son de una variedad y riqueza tremendas y reflejan ingenio y, en ocasiones, lo que se puede llamar coloquialmente mala idea, especialmente los motes.
Por ser el ámbito en el que desenvuelvo mi vida, voy a centrar este tema en un pueblo concreto, el mío, Abarán, el de las norias y de la balconada de la Ermita, el del Parque junto al Segura y del Teatro Cervantes con paredes salpicadas de notas de zarzuela, el del beso al Niño cada seis de enero y el desfile de Gigantes y Cabezudos en las postrimerías de cada septiembre.
Aquí, como en todos los pueblos, el valor del apellido no es apenas diferenciador, pues los Gómez, Ruices, Carrascos, Torneros, Cobarros…. inundan el Registro Civil. Y Joaquín Gómez Gómez, por poner un ejemplo, puede haber decenas. Igual ocurre en Blanca con los apellidos Cano, Molina, Núñez… o en Ricote con los Torrano, Miñano, Candel….
De este problema nace la necesidad de añadir algo que distinga a un Gómez de otro, por ejemplo. Ya en el siglo XVI encontramos algún apelativo diferenciador, que hace referencia al lugar donde se vive, y así se habla de Ginés Gómez de la Plaza y Ginés Gómez de la Calle. Evidentemente, estamos ante un pueblo muy pequeño configurado solo por lo que hoy es su casco antiguo.
Transportándonos a la actualidad, basándonos en una recopilación alfabética que hizo mi amigo Indalecio Maquilón de Jerines, realizando una cata o selección entre los centenares de apodos/motes recogidos, podríamos intentar agruparlos en campos semánticos para establecer un cierto orden en una selva tan abundante. Aunque quedaría pendiente un trabajo aún más curioso e interesante que consistiría en la investigación del porqué de cada apodo, algo que en la mayoría de los casos se nos pierde en la noche de los tiempos, pues nacen muchos de ellos de una ocurrencia puntual o de una circunstancia muy concreta que es imposible seguir en el tiempo, pues no queda constancia alguna ni oral ni mucho menos, escrita.
Nos conformaremos, pues, con dar un entrañable paseo por este bosque de apelativos, intentando llevar a cabo una cierta clasificación desde el punto de vista semántico o, en ocasiones, fonético.
a) Nombres de animales: águilas, conejos, pollos, pollitos, lagartos, grillos, ratónes…
b) Nombres de oficios (algunos desparecidos): alañaores, talabarteros, garbanceros, quincalleros, santeros, morcilleros…
c) Defectos físicos/morales o virtudes: tuertos, cojos, mancos, tartajas, chepaos, tristes, chivatos…; guapos, rápidos…
d) Frutas o legumbres: abercoques, calabazas, alubias,…
e) Nombres que, por poco frecuentes, se convierten en apodos: anacletos, doroteos, baldomeros, toribios, cornelios, damianes, casimiros, ramones…
f) Sustantivos diversos de alimentos, objetos, partes del cuerpo…: gaseosas, jarras, minas, colillas, chalecos, porrones, puñitos, pestañas, tocinos,…
g) Gentilicios: gallegos, mulatos, catalanas…
h) Nombres compuestos, formados por dos lexemas, la mayoría consiguiendo una combinación original que no forma parte del léxico castellano, y que obeceden a diversas estructuras:
a) verbo-sustantivo: pelagatos, matacristos, pinchapuertas, tragapuros, faratacarros, buscavidas, cagatintas, mascaquesos …
b) sustantivo-adjetivo: patascortas,perrosgordos,
c) sustantivo-sustantivo: peñalejas
i) Palabras nuevas conseguidas muchas veces por una combinación de sonidos llamativos, muy frecuente el de la letra “ch”, a veces reduplicado: pachos, peruchetes, chiqueles, chairos, chiquetos, chuanes, chispes, chismos, chuchetes, chuchos, cachuchas, cachuchines, chichas. …A veces esa reduplicación es de otros sonidos: tatines, capitotos, patetas, tutos, cucas, pololo…
j) Nombres de toreros famosos: arruzas, gaonas, curritos, manoletes…
Esto es solo una pequeña muestra de todo un caudal de apelativos de lo más variado y que son pinceladas en el cuadro en el que se dibuja la vida de un pueblo, de cualquier pueblo. Generalmente, para nadie es un problema el llevar el apodo (yo estoy muy orgulloso de ser Jarras y Peñaleja) aunque hay gente que no acepta de buen grado el apodo que arrastra y para algunos es un insulto el que se le llame con él; ello ha dado lugar a más de una discusión o incluso a la ruptura de relaciones en más de una ocasión. Aunque hay que comprender que no todo un pueblo puede estar avisado de la aceptación o no de cada uno del apodo que le ha caido en suerte o en desgracia, porque la verdad es que, aunque no se busque el insulto o la descalificación personal, hay apelativos que son como una losa que pende sobre toda una familia generación tras generación y que cuesta mucho librarse de ellos. Para ello hay una frase que se usa y que pone punto y final a cualquier situación de este tipo, instando al ofendido a que se aguante y cargue con el apodo que le toque:
– Quien te puso “bodega”, que te hubiera puesto “cámara última”
Como hemos apuntado antes, sería muy clarificador y sugerente el conocer el origen de cada apelativo. Por suerte, conocemos el de algunos que nacieron en una fábrica de maderas, comúnmente conocida como La Leva, que en los años 50-60 dio trabajo a cientos de jóvenes y adolescentes. En ella, cuando entraba algún trabajador nuevo, se le hacía pasar por el rito del bautizo y se le imponía lo que era un mote, aunque con el tiempo muchos se han convertido en apodos, pasando ya a las generaciones siguientes. Algunos de ellos denotan un gran ingenio por parte del “celebrante”:
– “donelías”: se le puso este sobrenombre a un joven que tenía una pequeña calva en la cabeza, como los curas de entonces, y como había un cura en el pueblo llamado Don Elías, se le bautizó así.
– “picolino”: Picoli era el nombre de un personaje de tebeo muy poco agraciado. Al decirle al joven que se le iba a bautizar con este nombre, este no quería y gritaba: “Picoli no, Picoli no”. Y el “celebrante” le dijo que ya se había bautizado él solo.
– “pulpo”: se le puso este apelativo a un joven que tenía las piernas muy largas y parecía que se enredaba en ellas.
– “bajoca”: a este joven se le puso primero un nombre que no le gustaba y como era de la familia de los Alubias, se le bautizó con ese nombre que ya lo aceptó.
– “novillo”, joven que era de la familia de los Chirros y por ser muy pequeño se le bautizó así.
– “el Papa”: en una ocasión, con motivo de una festividad religiosa, el párroco organizó un desfile y un joven iba en un sillón con sotana blanca y sobre una carroza representando al Pontífice y, desde entonces, se le conoce con ese sobrenombre.
Como vemos, el nacimiento de un apodo o mote es fruto del ingenio en la mayoría de ocasiones y es por ello por lo que son una buena muestra de la idiosincrasia de pueblo, de cualquier pueblo.
Mirando al futuro, es una realidad que ese tipo de vida y sociedad en la que nacieron estos apelativos ya es muy diferente a la actual y que la forma de relacionarse de nuestros jóvenes, de las generaciones que nos suceden, va por otros derroteros. A pesar de ello, aunque algunos de estos apelativos ya no son usados por ellos, también es cierto que van surgiendo otros que, como motes en principio, van sirviendo para que se bauticen unos a otros, aunque seguramente estos apelativos tendrán una vida mucho más corta que esos apodos que se han ido transmitiendo generación tras generación, configurando una parte de la identidad de una comunidad y contribuyendo a ese encanto tan particular, tan sugerente, y para algunos tan desconocido, como tiene vivir en un pueblo.
Fuente: Revista TONOS DIGITAL de la Univ. de Murcia. Julio 2009