POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
En mi grupo roquero no discutimos de política, de fútbol ni si Cristo es Dios; hablamos de rocas, de la flora que sale al paso, las garrapatas que saltan a las piernas, el agua que brinca de peña en peña, la evolución de las nubes… y de noche contamos las estrellas y los sueños. El miércoles dejamos los coches Pesanca arriba, en el puente El Mercadín; descollamos sobre la niebla en Traslafuente y sufrimos bajo el sol por el Cantu La Teya, el Picu La Verdad, el Miradorín y El Cabezu para ganar el Vízcares, techo de Piloña. Si contara lo que vi desde la cálida cumbre, entre dípteros mil y la humedad espesa, no cabría en prau. Bajamos por Miradoiro, la larga vaguada de hayas y tábanos del monte Degoes, con más de una culada entre piedras sudorosas, y de remate sumergimos nuestros dos ganglios en los pozos del Estaquera, mojamos el gargüelu en el Bar Vízcares, de Espinareu, y comimos cacahuetes a la sombra de un texu.
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