POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
El martes pasado un destacamento de Voblana (Voces Blancas del Nalón), que dirigió Óscar Allen por telepatía, cantó “Jerusalem” en el Club Prensa Asturiana, en Oviedo. Me sonó a nana, o más bien a una canción de antes de la cuna, cuando a la criatura, polvo de estrellas, la toca el dedo divino y prepara su equipaje para viajar a la Tierra y nacer. Lejos de constituir una homofonía, parecía un canon, cada voz se retrasaba un segundo con respecto a la otra para convertir la magnífica sala profana en los mil ecos de la iglesia de Santa Ana, en Jerusalén. En semejante heterofonía, cada mujer cantaba sola y a su vez formaba parte de una escala celestial. Si las voces de Voblana son caricia, aritmética, revelación, una forma misteriosa del tiempo y hasta sacramento natural, esta vez fueron también espacio en penumbra: convirtieron el Club en cripta encantada.
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