POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
Cruzar de acera, o pasarse a la acera de enfrente, es frase con muchas lecturas o interpretaciones, y tanto se aplica a cambiar de ideas, por otro nombre «cambiar de chaqueta», o a «salir del armario», como otra metáfora clásica en el mismo sentido, en un idioma que unas veces va directamente al grano y otras coge las palabras y los conceptos con papel de fumar. Y, por fin, cruzar de acera es, sencillamente, atravesar la calzada, y esa primera acepción es la que nos interesa hoy.
Antiguamente, los mayores peligros a la hora de cambiar de acera estaban en lo de poner pie a tierra, pisando generalmente mucho polvo o mucho barro o incluso otras cosas non sanctas que nutrían la vía pública a falta de asfaltado, arrojadas allí al grito de guerra de ¡agua va!. Menor peligro había en los carruajes, que eran pocos y solían pasar a hora fija, al tiempo que se anunciaban con cuernas y bocinas de gran potencia. A medida que el parque automovilístico aumentó, el Ayuntamiento se las fue ingeniando para dividir a la población en dos grupos, uno el de los que viajaban en coche y otro el de los de infantería, transportados por sus propias piernas, los modernos peatones.
Pronto estuvo claro quién era el más fuerte y no hay más que ver fotos de otro tiempo, especialmente alrededor de 1950, para comprobar cómo los coches practicaban rigurosamente lo de «la calle es mía», invadiendo incluso parte de las aceras, taponando los vados y otras salidas. Al tiempo, para los peatones se inventaron los pasos de cebra y los semáforos, creando así un nuevo lenguaje de luz y color, en el que se nos daban órdenes de pasar o esperar, con el ojo de ámbar parpadeante indicando la duda metódica, tal como versificaba Manolo Avello: «Semáforo intermitente, peatón de cuerpo presente».
A pesar de tanta raya en el suelo, o quizá por eso, a muchos ovetenses les sigue gustando lo del cruce asilvestrado y al biés, atravesando el peligro por el camino más largo, en proeza especialmente practicada por quienes ya no están para esos trotes, con todas las de perder. Lo sensato es cruzar en tiempo y forma por los pasos de peatones, cuando el hombrín luminoso se pone verde. Pero precisamente ahí viene otro problema, porque ese hombrín es ágil con sus piernas de vidrio y cruza en un santiamén, mientras que el peatón normal, a su paso, está todavía en medio de la calle, y entonces tiene que volare, oh, oh. Ejemplos no faltan, en sitios de mucho paso, de semáforos mal regulados, o regulados solo para la agilización del tráfico rodado, en los que es físicamente imposible llegar a tiempo a la otra orilla, a no ser que lo de la otra orilla lo hagamos en la barca de Caronte.
Junto con la recuperación de muchas calles a la medida del hombre, ahora peatonales, habrá que regular los semáforos al paso medio de los ovetenses, teniendo en cuenta, también, que la edad de la población aumenta, y hay mucho paseante de lento caminar, que también tiene su corazoncito.
Esto lo escribía yo en este mismo rincón de papel el 2 de junio de 2003 con el nombre de Volare para defender el tiempo justo para peatones en los semáforos. Ha pasado el tiempo, y todo sigue igual, es decir, peor.
Fuente: http://www.lne.es/