VUELVEN LOS TOLDOS A TRAPERÍA
Jun 30 2016

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Fotografía de Carmen Celdrán
Fotografía de Carmen Celdrán

Ahora, porque así somos en estas latitudes, muchos harán cola para colocarse la medalla que otorga el título de Recuperador Oficial de los Toldos de Trapería. Con un título de estos, de los que se reparten ciento cincuenta mil cada año en Murcia, conozco a más de uno que viviría del cuento toda su vida. Ahí está, por ejemplo, el que fuera concejal de no sé qué, Miguel Cascales, quien también lo propuso hace un tiempo y acabó de diputado regional. Pero como el tema de los toldos lo tengo tan pedido y escrito tantas veces, que cada palo aguante su vela (vela, de toldo) y a correr. Muchos lo dijimos sí, pero lo ha hecho el alcalde Ballesta, a cada cual lo suyo, cada cosa tiene su tiempo y los nabos en Adviento. Esto de los toldos me recuerda que hace apenas tres décadas, a media mañana y tal día como hoy, cualquiera podía caminar por el centro de la Gran Vía sin más peligro que padecer una insolación. Aquella Murcia desierta y de vacaciones era noticia, precisamente, por la escasa cantidad de hechos noticiosos que sucedían. Y en aquella ocasión, incluso el suministro de agua se interrumpió, provocando que «nos encontremos secos, amén de fastidiados», como anunciaba ‘La Verdad’.

Pese a todo, el éxodo masivo de murcianos a las playas, que estos días no logra vaciar la ciudad, no puede considerarse una novedad ni causa de la crisis económica. O, cuando menos, no es el primer verano en que las calles de Murcia bullen. ‘La Verdad’ ya publicaba en 1975 que, «salvo los domingos y fiestas de guardar, queda un contingente notable de ciudadanos y ciudadanas que llenan comedores, cafeterías, grandes almacenes y pequeñas tiendas, cines y terrazas».

Durante aquel verano, «pese al constante ir y venir de los maridos», incluso fue difícil «llegar a tiempo a una mesa» a la hora del almuerzo. Así las cosas, el redactor concluía que «aquello de la ‘Murcia desierta’ ya no es una frase válida». Pero lo fue durante siglos. Sin ahondar demasiado en la Historia, desde aquellos remotos huertanos que se trasladaban al Mar Menor en sus carretas para disfrutar del novenario de baños hasta las incontables ofertas que hoy empapelan los escaparates de las agencias de viajes, Murcia siempre se convirtió en un erial llegado agosto.

El primer domingo del mes también fue costumbre elegir otro destino, en esta ocasión la ciudad portuaria, hasta donde se trasladaban los murcianos para ver los toros. El viaje de ida y vuelta costaba tres pesetas. Otros trenes partían hacia Alicante y Torrevieja, ciudad que en verano era invadida por familias murcianas. En ella se encontraba un popular «acomodador de casas», apodado ‘El Curica’, que las proporcionaba desde una a quince pesetas por día.

A la emigración veraniega se sumaba la necesidad de protegerse de la calorina, sin más aire acondicionado que el del abanico y, hasta bien entrado el progreso, sin más nevera que aquellas remotas fresqueras. Durante las horas de más calor, la ciudad se transformaba en una urbe silenciosa. «De vez en cuando se veía alguna criada llevando una bandeja de hielo», escribirá un redactor del diario ‘La Paz’ en 1900. El mismo diario señalaba que las casas de baños «han sido las más visitadas», para aclarar a renglón seguido que «nos referimos a las que tienen pozo artesiano, pues por las acequias discurre muy poca agua». Escaso consuelo para el huertano.

Un término popular

Calles solitarias y un calor sofocante que en Murcia, por ser tan habitual, desarrolló incluso términos propios. Es el caso del sabroso vocablo fosca. El periódico ‘Las Provincias’, en 1887, la definía como «una inmensa gasa de niebla blanquecina, que los campesinos llaman fosca y que son los vapores de este inmenso pozo de calcinación». Aquel verano el calor debió de ser insufrible. El diario refiere que «el aire caliente afligía; los pájaros estaban escondidos y los árboles doblaban tristes sus ramas caldeadas, como sucede con la leña verde cuando la meten en un horno».

¿Y qué hacer en semejante infierno? Los comerciantes más avispados tenían la respuesta: Agua de Colonia. Así lo anunciaba el célebre Bazar Murciano en el diario ‘El Liberal’, en 1924, advirtiendo de que «en estos días de fosca, de dolores de cabeza, de mareos…, no hay otro consuelo más eficaz que el Agua de Colonia». En la tienda la despachaban en «un bidón precioso, de dos litros, a seis pesetas». Y concluía el anuncio para evitar tumultos a la puerta del local: «Hay para bañarse».

Si rastreamos al azar los periódicos que se editaban en Murcia durante alguna de las crisis económicas que han azotado el país, es posible encontrar algunas perlas de una actualidad inquietante. En 1890, ‘El Diario de Murcia’ publicaba una pequeña composición poética en pleno mes de agosto.

En ella enumera los lugares elegidos por los parroquianos para su descanso, entre los que incluye La Fuensanta, y concluye: «¡Y aún dicen que no hay dinero, que el mundo va a desquiciarse, que no hay humor para nada y que la miseria es grande! Todo eso será verdad, más no lo veo ¡qué diantre!».

Fuente: http://blogs.laverdad.es/

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