POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
Reconozcamos juntos que en medio de esta especie de vida cronometrada que llevamos en la que cuenta cada minuto de cada hora, muy a menudo sucede que dedicar un tiempo a algo que no sea la rutina habitual nos desconcierta un poco.
Nos han programado la existencia, y nosotros, convertidos -sin saberlo- en rebaño sumiso, respondemos a los estímulos que alguien previamente ha establecido, al igual que a un enfermo del corazón le implantan un marcapasos. No suele ser ese el caso de nuestros pequeños pueblos donde el tiempo -afortunadamente- aún discurre cadencioso y bucólico.
Saludable es buscar lo mejor que nos da esta tierra nuestra como es el saber qué inquietos estímulos vivieron nuestros antepasados y qué queda de ellos por ahí, a veces en lugares del concejo donde jamás muchos de sus vecinos se asomaron para nada.
Y es que -en ocasiones- a la vuelta de la esquina, a pocos kilómetros de la carretera comarcal, sigue viva la esencia de los barrios y los pueblos que desde hace siglos dormitan en la falda de la montaña o rodeados de los mismos prados y bosques que cuidaron nuestros antepasados.
Revisando los libros del archivo municipal nos parece casi increíble que hace tan solo siglo y medio nuestros predecesores hubiesen pasado tantas calamidades.
En las actas de aquella casa consistorial que aún no era propia y pagaba rentas al dueño de la misma, vas encontrando sesión a sesión las quejas de los vecinos de cada uno de sus pueblos por tanta miseria, incapaces de pagar los abundantes impuestos con los que eran gravados, bien desde el gobierno del Estado o por orden del gobernador de turno.
Por ejemplo: la cosecha del año anterior había sido tan mala que (dice el acta del 24 de abril de 1856) “atendiendo a la miseria que hay en esta jurisdicción, la mayoría de los vecinos se hallan ya ausentes, los unos en los Reinos de Castilla la Vieja y los otros en Madrid, Sevilla, Montañas de Santander y Reinosa en busca de trabajo”, y los vecinos que quedaron no podían pagar los arbitrios, arreglar los caminos ni pagar a los maestros contratados para dar lecciones de educación primaria.
El escribano de turno llega a afirmar sobre las escuelas públicas de este concejo “que su necesidad será tal vez la más notoria de todos los concejos del Reino, de modo que se deben reedificar los catorce miserables locales de instrucción primaria, mal construidos y sin apenas menaje, abandonados a causa de la espantosa miseria que rodea a la inmensa mayoría de los vecinos de este concejo”.
Los mayores que quedaron iban a los puntos donde pudieran ser contratados para trabajar como “colonos” por los pocos que disponían de algunas rentas.
Añade que “siendo la jurisdicción de dos leguas de larga y una de ancha no tiene en ese año más de dieciocho mil fanegas de maíz, mil ochocientas de pan; dos mil quinientas de castañas, quinientas de patatas y doscientas de habas”. Todas ellas no eran ni la mitad de las necesarias para cubrir las necesidades alimentarias de los vecinos.
Pacientes aquellos antepasados nuestros, rodeados de calamidades, donde aún faltaban 25 años para que se inventase la primera bombilla mientras el agua seguía corriendo en aquellas fuentes y lavaderos a veces tan lejos de muchos hogares.
Así, ni el ayuntamiento con sus “individuos” (hoy llamados concejales) disponían de medios para socorrer tantas calamidades y -como mucho- hicieron un esfuerzo para pagar a los dos cirujanos del concejo una estancia en Ribadesella, con el fin de que estudiasen y observasen día y noche -durante 48 horas- a los muchos enfermos de “cólera morbo asiático” que había en la villa, por si la epidemia llegaba a Parres estar prevenidos con las medicinas y remedios que ya se estuviesen administrando a los “coléricos” vecinos.
No es de extrañar que a la circular nº 261 del gobierno provincial, mediante la cual se invitaba al ayuntamiento parragués a que enviase a un joven pensionado a la Escuela Central de Agricultura -establecida cerca de Aranjuez- “para que adquiera los conocimientos necesarios y para importarlos en esta provincia”, los “doce individuos” -con el alcalde don Melchor Arango al frente- respondieron que la cosecha no había sido ni de un tercio de lo esperado y que no podían casi hacer frente al presupuesto anual indispensable, y -por ello- se vieron obligados a desechar la invitación.
De modo que los caminos del Boquerón y Pedro Goloso de Llames, como tantos otros, se quedaron sin arreglo. Los recaudadores de impuestos que se nombraban cada mes de enero tuvieron en ese año -y en tantos otros- poco trabajo y hasta los “Buleros de la Cruzada” (otros recaudadores reales) encontraron muchas puertas cerradas y la mayor parte de las despensas vacías.
Por decir…hasta en las puertas del cementerio había problemas pues -según el cura de Santo Tomás de Collía de la época- cierto vecino le tenía interceptado el acceso al mismo y no podía entrar con los cadáveres al camposanto, e incluso le había derribado las dos pilastras de entrada y el tejadillo de la misma.
Pacientes antes, después y yo creo que ahora también -en ciertas ocasiones-seguimos siendo igual de resignados y transigentes… hasta que tanto va el cántaro al río o a la fuente que ¡zas! añicos se hace.
Si hacemos memoria de los ritos del agua -tan propios de estas fechas próximas al solsticio de verano- acordaremos la importancia que tuvo el agua de tantos manantiales y fuentes, tan imprescindibles para toda vida, sea esta humana, animal o vegetal.
Aguas -en suma- portadoras de la esencia que el hombre quiere buscar en la entrada de esa Tierra que le proporciona las señales de trascendencia buscada.
Núcleo mágico y manantial son fenómenos que van unidos de modo casi inalterable. Este culto a los elementos naturales se realizaba desde remotos tiempos con el enrame de fuentes que acabaron siendo cristianizadas para que los ritos pudiesen sobrevivir, al igual que los árabes y los judíos que quisieron quedarse en la España del siglo XV tuvieron obligación previa de recibir bautismo cristiano.
Las divinidades clásicas de las aguas -con Poseidón y Neptuno a la cabeza- preceden a la mitología versionada en Asturias por ninfas o xanas que en esa noche parecían perder su encantamiento.
Por algo la festividad de San Juan fue colocada en esa fecha al estar éste relacionado con las aguas por haberse dedicado a bautizar en el río Jordán.
Aún los que peinamos canas recordamos aquel consejo de nuestros padres en el sentido de que no podíamos bañarnos en el río hasta que San Juan no bendijese las aguas en ese su día 24 de junio -o los inmediatamente siguientes-, bien con la lluvia correspondiente o el más apropiado orbayu.
El Ayuntamiento parragués -cuidadoso de recuperar tradiciones que estaban en trance de desaparición- ha convocado el ya XI Certamen de Enrame de Fuentes.
Nuevamente algunos pueblos limpiarán con esmero sus fuentes, adornándolas y enramándolas para que la temprana flor del agua no las coja desprevenidas y así pueda brotar limpia y pura.
En nuestra rica tradición astur la “flor del agua” quedaría reflejada en el amor, la belleza, la felicidad y la salud que seguro acompañarán todo el año a los vecinos y vecinas hasta que -en el siguiente 24 de junio- las fuentes de algunos pueblos amanezcan reviviendo la ancestral costumbre que casi se había perdido y que -con iniciativas como ésta- volverán a hacerse presentes cual ave fénix de nuestras más eximias tradiciones.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez