POR BERNARDO GARRIGÓS SIRVENT, CRONISTA OFICIAL DE XIXONA (ALICANTE)
Entre el día 24 y 25 de diciembre está la noche más larga del año. Desde el equinoccio de otoño al solsticio de invierno, el sol acorta su carrera y en el amanecer del día 25 detiene su mengua la luz solar para comenzar los días a crecer, porque el sol renace y lo hace lleno de vida y energía cada año en este día, siendo por ello celebrado desde la antigüedad por todas las civilizaciones. El camino hacia la oscuridad y la muerte ha llegado a su fin y comienza una marcha pujante hacia la luz.
Tanto el solsticio de invierno como el solsticio de verano celebrados por todas las culturas, fueron incorporados al cristianismo, siendo el de verano del 20 al 21 de junio celebrado con la fiesta de San Juan, el precursor del Mesías, es decir, el precursor de la luz divina que nos llegará después con el solsticio de invierno en el día 25 de diciembre que nace Jesús en Belén de Judá para traernos la luz eterna.
Si la mitología universal ha celebrado este acontecimiento y la Roma pagana sabemos que conmemoraba el nacimiento del “Sol Invicto”, igualmente, la cultura aragonesa y las gentes de Aragón, celebramos los dos solsticios, haciendo en el de verano hogueras, llevando antorchas se busca la cabeza cortada del Bautista por los altos valles, se recogen las hierbas sagradas, y corremos a “Sanjuanarse” en fuentes y
ríos. En el solsticio de invierno como todo el cristianismo, celebramos con devoción el nacimiento de Jesús que hace con ese día nueva albada redentora.
En España esta fiesta del aniversario del Nacimiento de Jesús la llamamos “Navidad” y se celebra desde su origen en la Iglesia de Occidente, en la que se dice la instituyó el papa Telesforo antes de su muerte acaecida el año 138 de nuestra era. Es acompañada esta fiesta con un sentimiento de caridad que la embellece. Todos los necesitados, cuantos han prestado servicios al que tiene, son objeto de la caridad que tan copiosamente se desplega en estos días que parecen de liquidación moral. Bienaventurados son los pobres, y bienaventurados son también los que ejercen la caridad aliviando con ella las necesidades y los padecimientos, incomprensibles al que tiene la suerte de no haberlos experimentado.
Aragón se une en pleno a ese sagrado misterio y por todos los lugares de la región, llaman las campanas, desde las románicas espadañas del Pirineo a los campanales mudéjares de Teruel, llamando a todos los aragoneses a la celebración de este gran día, a la celebración del sagrado misterio, el nacimiento de Cristo, el nacer del nuevo “Sol”, que viene un año más para iluminar a todos los aragoneses de buena voluntad y para mandarnos las “rayadas” de Sol perpetuo.
FUENTE: B.G.S.