POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
La tarde por Vegueta barruntaba presagios. Clara aún, pues los enormes nubarrones que circundaban Gran Canaria parecían, por el momento, dejar limpio y luminoso el cielo sobre los viejos barrios. El ánimo inquieto, sonrisas jubilosas, pasos ágiles, llenaron la Plaza de Santo Domingo, en poco menos de media hora, de un gentío que ya no cabía allí y rebozaba por las calles adyacentes. Era tarde de Domingo de Ramos y, tras un año de intensa espera, llegaba el momento del reencuentro en la calle, por callejones estrechos y plazoletas recoletas cargadas de historias y de hondos sentimientos, con Jesús de la Salud y María de la Esperanza.
En la hora prevista, las siete de la tarde, hasta la luna grande, brillante como el rostro de esa Virgen a la que quería contemplar, se abría paso entre las nubes y asomaba su rostro sobre los laureles de la antigua plaza dominica. Mientras tambores y cornetas anunciaban que Ntro. Padre de la Salud, esa extraordinaria obra del maestro imaginero José Paz Vélez, ya estaba en la calle, entre vítores y clamores que salían del ser y sentir de aquella multitud, mientras el canto de saetas y malaguesas, sobrias, sonoras y delicadas, florecía por varios de aquellos balcones. Una tarde, que, pese a los agüeros, se prometía entonces inerrable; «¡Oh, pero como camina el paso de Jesús de la Salud!», «Sí, como nunca», «¡Me voy a Santa Ana a esperar su llegada a la Catedral!».
Y Salió María de la Esperanza, al grito unánime de «Esperanza de Vegueta», bajo el antiguo atrio conventual dominicano, bajo el palio que se balanceaba con toda la misma inquietud gozosa que la Madre sentiría ante el encuentro con el rostro de sus hijos, en los que vería el de su Hijo Jesús de la Salud. Le cantaron, le aplaudieron hasta rabiar y sus costaleros le bailaron su paso, con la gracia y el arte que Ella merecía una tarde que comenzaba espléndida, mientras una ingente ‘petalá’ multicolor, desde lo alto de la sede de la Orden del Cachorro Canario, se convertía en augurio de la ‘petalá’ de agua que, minutos después, las nubes descargarían sobre Vegueta. Y es que de repente, en el instante más inesperado, con los ánimos ya puestos en el procesionar cofrade durante horas, bajo una intensa lluvia el agua corría a mares calle abajo, los balcones desprendían gotas que eran lagrimones y los caños del agua, de los antiguos caserones, esos que parecen cañones, impelían litros y litros de una lluvia, sin embargo, tan esperada, como necesaria.
Había que volver, el templo estaba aún relativamente cerca y el plan de seguridad trazado por la Cofradía funcionó perfectamente. A penas se perdió el orden, casi nadie se alteró, y los costaleros, colocados a la inversa, con paso firme y ágil, soportando más dolor en el alma que en sus hombros, fueron rápidos y sin parar hasta entrar de nuevo en Santo Domingo, mientras las bandas no cesaron de acompañarlos con su música y el compás de los tambores. Y la parroquia, la casa de María de la Esperanza de Vegueta, fue el refugio que acogió a cofrades, a autoridades, a músicos y a buena parte del público que acompañaba y seguía la `procesión. Lágrimas, abrazos, irreprimibles emociones compartidas, miradas a la Virgen, suspiros ante Jesús de la Salud, cuya túnica empapada chorreaba agua intensamente.
Pero en el templo una idea y un sentimiento era unánime, la procesión volvía a casa, pero esta tarde de Domingo de Ramos veguetero María nos trajo el agua, esa agua que es también su mensaje de esperanza para Gran Canaria. Un Domingo de Ramos que no se olvidará en muchos años, y que pasará a recordarse en la historia semanasantera de Las Palmas de Gran canaria, como aún se habla del ‘Cristo del Granizo’. La Esperanza de Vegueta, que entró en los corazones grancanarios hace ya muchos años, entra ahora también en las leyendas de este viejo barrio isleño.
FUENTE: https://www.canarias7.es/opinion/firmas/juan-jose-laforet-lluvia-esperanza-20240325011013-nt.html