POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Pues, señor, érase un marinero italiano de nombre Joseph de Misso que, por lo que se cuenta, naufragó en las cercanías de la costa colunguesa. Y se dice que el buen hombre, ante la posibilidad de una muerte cercana, prometió a la Virgen de Loreto (de gran veneración en Italia) promocionar y fomentar su culto allí donde pudiera salvar su vida y encontrar refugio seguro.
Sucedía esto en los primeros años del siglo XVII, hacia 1630.
Y se dice también que Joseph logró llegar sano y salvo a los acantilados de Huerres y que desde allí fue hacia la villa de Colunga, descansando de su fatiga bajo la sombra de un castaño que había (y hay aún) en el paraje de Espina.
Y Joseph, ya en Colunga capital, se hizo hospitalero en el hospital de peregrinos de Santa Ana y desde su humilde trabajo, con la ayuda de sacerdotes y personas devotas, fundo en 1663, la Cofradía de Nuestra Señora de Loreto, aún existente.
Una historia que empieza en 1630 y que año tras año mantiene su tradición devota a lo largo de los siglos.
Ayer, viernes 29 de junio de 2018, Colunga inició la novena a la Virgen Lauretana con la «primera procesión» trasladando la imagen mariana desde su ermita, en el barrio de Loreto, hasta la Iglesia Parroquial. Recorrido que incluye el paso por el viejo castaño de Espina (¡4 siglos de historia!) cuyo tronco alberga una réplica, en piedra arenisca, de la antigua imagen lauretana conocida como «la Romanina». Es obra de Leopoldo Fernández, «Poldo el marmolista», ya fallecido., realizada hacia 1953.
Un año más las gentes del barrio de Loreto no escatimaron esfuerzos e ilusión para alfombrar con espadañas, hinojo (cenoyu) y flores todo el recorrido procesional desde la ermita hasta el castaño (la castañar) de Espina. En este caso cabe destacar el enorme trabajo de las familias Castaño-Rivero, Valle-Conlledo, y Alonso-Fidalgo. Un ejemplo de devota tradición.
Y ahora, ¿qué quieren que les cuente?
Poca, muy poca gente, en la procesión.
No hay motivación ni presencia de juventud. La asistencia recae «en los mayores» que, en «mirada de pasar lista», echamos de menos a los ausentes ya fallecidos o enfermos.
Tristemente, el rezo del Rosario procesional (sin ilusión ni vida) recordaba más un responso funerario que un canto de alabanza mariana.
¡Es lo que hay y lo que nos queda: Añoranzas!
Colunga pregona sus fiestas lauretanas.
Lo «religioso», una vez más, es «cosa de viejos».