POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
Tiempo de mimosas, que nacen amedrentadas por el vendaval, que no las dejas presumir de su hermoso color y de su suave perfume, preludio de la primavera que algún día llegará, esperemos, aunque es de temer que con tantos recortes se nos quite ese tiempo deseado.
Hablando de estaciones, menudo invierno ventoso, que se cebó en el Campo, como de costumbre, aunque de forma menor, porque muchos de los ejemplares verdaderamente añosos ya fueron cayendo, como los de Casona, que morían de pie. Y de paso, y esto no fue el viento, desapareció un tronco seco, no hendido por el rayo, que estaba cerca de la fuente del Angelín. Si se había mantenido sería por algo, y puede que fuese aquel legendario negrillo que tuvo que ver con la francesada. Sería inevitable su desaparición de ahora, porque nada es eterno, pero se lamenta su pérdida en nuestro jardín mayor, bosque varias veces centenario que no debe confundirse con un parque urbano. El Campo es el Campo con mucho que contar. Me fío y agradezco el mantenimiento del corazón verde de la ciudad, pero ya no volveremos a ver los nacidos la frondosidad que supla lo perdido. Y ya que estamos en el Campo, se dilata en el tiempo el trasto con pretendida forma de cola de pavo real que creció al pie del quiosco de la música, en la Herradura. La importante actividad hostelera que allí se desarrolla tiene destino en edificio propio, fuera del Campo, que no acaba de ocuparse. En el Campo, cuantas menos construcciones postizas, mejor.
Y ya que andamos por el verde, un recuerdo para el olivo del cementerio de peregrinos de la Catedral, que se tronchó por el viento en uno de los vendavales de este invierno. Parece que se va a salvar, y bueno será, porque no siendo natural de Oviedo es vecino desde hace mucho tiempo y bien amado por los ovetenses. Las fotos que se hicieron estos días de aquello vuelven a mostrar las barbas de su vecino el Museo Arqueológico, tan impropias.
En este febrerillo loco y ventoso se empezaron los honores a otros verdes, los de los platos del pote de Antroxu, que se recuperó para los restaurantes gracias a la buena idea de Luis Gil Lus, que tuvo su primera sede en un estupendo merendero camino del Cristo de las Cadenas, en un espacio ameno que miraba al Aramo y que ahora no podríamos reconocer, tragado por el cemento. Sus hijos, María Jesús Gil y Luis Alberto Martínez Abascal, siguen la tradición familiar en la calle San Francisco, camino de todas partes y fueron este año anfitriones de la presentación de las jornadas del Antroxu, con un gran pote «deconstruido» y las llanbiotadas del tiempo. Cordialidad y buen ánimo contra el temporal.
Cada día tiene sus aniversarios, algunos más llamativos que otros. En este tiempo primero de año se cumplen los 50 desde que el Instituto Femenino, actual Aramo, tiene casa propia en Llamaquique, después de haber tenido parada, como «okupa», en la primera planta del Grupo Escolar del Cuarto Distrito que se llamó Pablo Miaja, luego Menéndez Pelayo y ahora vuelve a su denominación original, el nombre de un maestro. Tras no pocas vueltas administrativas, se cumplen estos días los 50 años de la inauguración discreta del nuevo Instituto el Llamaquique. De todo esto hablo en primera persona porque me pasé muchas horas, a lo largo de siete años de mi vida nueva, en las aulas de General Elorza. Tiempos malos y tipos buenos, y compañeras memorables, con muchas de las cuales sigo teniendo relación cordial.
También anda de celebraciones, esta vez centenarias, el Grupo Escolar de San Lázaro, las llamadas Escuelas Blancas, pero como eso ya entra en marzo, los dejamos por hoy.
En este breve repaso por el corto febrero que ya pasó se echó de menos el Carnaval, pero es que Oviedo sigue siendo ciudad singular que desde hace unos años de disfraza en plena Cuaresma.
Fuente: http://www.lne.es/