POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (OVIEDO)
Estos primeros días de octubre ya marcan fechas de recolección de las llamadas «castañas tempranas»; esas que caen de los árboles sin necesidad de «dumir» o «dimir», es decir, varear, los árboles. Esa actividad recolectora -el vareado- vendrá más adelante con toda su carga de tradición y tipismo.
El «dimidor», en lo alto del árbol y provisto de una pértiga irá golpeando las ramas para que los frutos caigan al suelo; los/las acompañantes, con un a modo de tenazas de madera, irán colocando en montones («cuerres» o «cuerries») los «oricios » con sus semillas.
Así lo narraba Juan María Acebal en «Cantar y más cantar»: «Y canta al xurrascar los castañales / que tienen los oricios boca abierta ; / y después de demelos, al xuntales / pa qu´ablanden los pinchos ena cuerra».
Pedro Araús, en su Semanario Económico (Madrid 1767), cuya edición original poseemos, decía así de las castañas (Nº XXIX de 16 julio): «Las castañas son de grande mantenimiento y sustancia, dan mucha ferza, y comidas por la mañana restriñen el vientre… Si se comen muchas de ellas engendran humores gruesos y melancólicos y opilan las venas. Asadas se ponen muy blandas y pierden la malicia que tienen; ayudan a digerir y a orinar y confortan el vientre».
Yo le tengo una querencia especial a estas castañas nuevas: las cuezo en agua con un poco de sal y, eliminada la suave piel interior, y bien calientes, las como acompañadas de leche templada. Y si paso mala noche, todo sea por el placer de tan exquisito manjar.