POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Este era un grito ancestral que simbolizaba la llegada de los toros desde las diversas ganaderías salmantinas hacia el encerradero del “Prado de los toros” en la dehesa, y su llegada era recibida por mucho público desde las cuestas del Arevalillo para verlos llegar a lo lejos y después de vadear el río eran conducidos hacia la dehesa. Era como el comienzo de las Ferias y Fiestas, ya que de los festejos populares de toros eran los más esperados y concurridos. Era el anticipo de lo que ya estaba ahí, a la vuelta de la esquina por no decir a la vuelta del calendario. Por eso lo recuerdo hoy.
Era también el preludio de aquellos antiguos encierros en los que llegaban los toros conducidos por unos cuantos caballos procedentes de la dehesa, bajo el puente de las vías para enfilar el embudo del puente de San Julián, es decir el de Madrid de la antigua Nacional VI de Madrid a La Coruña y por el lateral de la carretera de la estación embocar la manada de cornúpetos a la prolongación de la calle de los Descalzos. Ya en el casco urbano eran recibidos por mucho público, entonces no había vallas de protección alguna. Mucha gente y los primeros corredores, los del primer tramo, porque no todos tenían fuelle para aguantar la carrera total del largo recorrido.
Las espectadoras en ventanas y balcones, también alguna más atrevida en la calle animaban a los corredores con esos chillidos tan característicos, gritos chillones como ululúes antiguos que también escuchamos en algunos rituales moros, y que curiosamente se conservan aún en los festejos taurinos tradicionales de Madrigal de las Altas Torres. Así llegaban al Arco de los Descalzos, que era entonces como la entrada sur de Arévalo y el encierro tomaba ya tintes urbanos, con las bocacalles parapetadas y la recta larga de la Calle de los Descalzos donde de vez en cuando podíamos ver a algún mozo apurado brincar para colgarse de algún balcón y así sortear la envestida de los astados. Y la estrechez de la Calle de Zabala que se ampliaba en la siguiente Plaza de El Salvador. Llegado ese punto el grueso de caballistas dejaba la comitiva para dejar solamente a los mayorales expertos que dirigieran los toros en el último tramo del recorrido… y la curva de Santo Domingo para llegar a la Plaza del Arrabal empalizada y con tablados llenos de gentes que gozaban con esos espectáculos populares. Normalmente todo quedaba en algún revolcón, aunque en alguna ocasión señalada alguna cogida más grave e incluso alguna muerte se produjo es esa plaza de arena, de palos y con “jaulas” por el ruedo.
Esto que ya lo escribí en un artículo largo, y me ha venido a la memoria hace unos días estando en el agradable patio de columnas cubierto de la Posada Real V Linajes, un antiguo palacete del s. XVI reconvertido en espacio hotelero y que tiene una antigua fotografía de esta Plaza del Arrabal llena de gentes, con los tablados, talanqueras y jaulas de ferias y las gentes vestida de fiesta, ellas vestidos largos y ellos chaqueta y pañuelo blanco, unas parejas bailando, otros mirando y otros conversando, una fotografía de principios del s. XX que es todo un documento gráfico.
Y esa visión del pasado me ha dado pie para decir que las Ferias y Fiestas están ahí, llenas de cosas, para todos los gustos, para chicos y grandes, de día y mucha música en las noches de verbenas.
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Mucho han cambiado nuestras fiestas, pero cada momento ha ofrecido y ofrece lo que el público demanda, incluso con la desaparición hace algunos años de los espectaculares fuegos artificiales, festejo imprescindible antaño y hoy desaparecido. Yo he añorado y reclamado varias veces su vuelta a las fiestas, pero después de lo que estos días está ocurriendo en esos tremendos y dramáticos incendios, hoy no lo voy a reivindicar… Y hablando de toros, grandes festejos de plaza con figuras importantes, y los encierros de calle, los de ahora, que seguirán atrayendo a muchas gentes de la comarca y más, mucha música… y Morante gozoso en su Arévalo, bien acoplado y gozoso está.