DON ÍÑIGO, DON DIEGO Y LAS ALMEJAS «LAME-LAME»

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

HINOJOSA DEL DUQUE es municipio y ciudad cordobesa en límite con la localidad extremeña de Monterrubio de la Serena.

El título de ciudad le fue concedido por Alfonso XIII en honor a su laboriosidad y progreso; si bien su «fama turística» le viene de muy lejos, cuando don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458) , la citó en una de sus picarescas «serranillas»:

«Moça tan fermosa / non vi en la frontera,
como una vaquera / de La Finojosa.
Faciendo la vía / del Calatraveño
a Santa María / perdido de sueño
por tierra fragosa, / perdí la carrera
do vi a la vaquera / de La Finojosa…

Como es de suponer, el Sr. Marqués, braguetero él, la requirió de amores; a lo que la moza, vaquera pero muy casta, lo rechazó olímpicamente:

«Bien como riendo, / dixo : bien vengades
que yo bien entiendo / lo que demandades;
non es deseosa / de amar, nin lo espera,
aquesta vaquera / de La Finojosa.”

Estos Mendoza, por lo que se deduce de sus trabajos literarios, debieron ser unos calentorros, obsesos sexuales propios de la represión franquista. Un descendiente del Marqués, don Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), político, escritor y embajador en tiempos de Carlos I (V Emperador de Alemania), es el autor de este soneto picardioso y verduscón:

«Dentro de un santo templo un hombre honrado
con grave devoción orando estaba;
sus ojos hechos fuentes, enviaba
mil suspiros del pecho apasionado.
Después que por gran rato hubo besado
las religiosas cuentas que llevaba,
con ellas el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.
Creció la devoción, y pretendiendo
besar el suelo, al fin, porque creía
que mayor humildad en esto encierra,
lugar pìde a una vieja; ella volviendo,
el «salvo honor» le muestra, y le decía
¡BESAD AQUÍ, SEÑOR, QUE TODO ES TIERRA!

Lo entienden, ¿verdad?

Bueno, bueno, bueno… Pues verán: en el libro «Cocina Práctica» (comienzos del siglo XX), de Manuel María de Puga y Parga, «Picadillo», página 149, hay una curiosa receta de almejas (recuérdese que almejas y ostras, supuestamente afrodisíacas, se asocian a los genitales -el «salvo honor» del poeta- femeninos), que se titula así ALMEJAS «LAME-LAME».

Ustedes entiendan lo que quieran.

Yo me limito a transcribir el texto:

«Se lavan bien 100 almejas de regular tamaño, se ponen en una cacerola sin más agua que las que ellas sueltan y se hacen abrir sobre el fuego.

Cuando el agua que sueltan empieza a hervir, se les añade una cucharada de perejil picado.

En una sartén se ponen tres onzas de aceite y se hacen freír en él dos cucharadas de cebolla bien picada y una cucharada no muy llena de pimentón.

Se vuelca el contenido de la sartén en la cazuela en donde están las almejas, se le añade una cucharada de ralladura de pan y se hace hervir todo unos minutos antes de servirlas.»

Les diré que yo, poco gustoso del pimentón y del pan rallado en los mariscos, suprimo aquel y el pan lo sustituyo por harina de trigo. ¡Ah! Y bautizo con un «asperges me, Domine», de fino andaluz.

¡Coses de vieyu!

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