HISTORIAS PARA NO DORMIR

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

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En tiempos remotos nos decían en la escuela que España era una, grande y libre. Entonces muchas niñas soñaban con un príncipe que se pareciera a José Antonio Primo de Rivera, el de la Falange. Era el novio platónico de la seño que nos daba clase de hogar y política. No hace mucho encontré el baúl de los recuerdos el cuaderno de esas clases, un documento histórico que daría para mucho. Pero hoy no toca hablar de eso. Lo que toca es recordar que fue por aquellos años cuando llegó a mi casa la primera tele. Era un aparato de la marcar Inter, que mi padre colocó presidiendo la sala de estar. Comprar la tele indicaba que la familia iba prosperando. De hecho mi casa se llenaba de vecinos para ver la tele, como si vinieran al cine. Pasaron años antes de que otros aparatos formaran parte del paisaje domestico. Pero nada comparable con aquella tele.

Como todavía no se había inventado en mi pueblo el consumismo, ver el mundo por la tele de tu casa era fascinante. Normal. El único mundo que la gente conocía era el que salía en el Nodo, o en el periódico. Otro lujo que mi padre tuvo: cada noche leía en la cama, antes de dormir, el diario Ideal de Granada. Fue corresponsal de este periódico hasta que murió, y lo distribuía en el pueblo. No importaba mucho que el periódico llegara con un día de retraso. Porque La Alsina, único trasporte público a la capital, llegaba cuando podía recorriendo la infernal carretera que Primo de Rivera construyó en la Alpujarra. Nunca pude viajar en la Alsina sin vomitar. Pocos lo conseguían. O sea, que donde más a gusto se estaba era en el pueblo. Sobre todos desde que llegó la tele.

Entonces solo había una cadena, que emitía algunas horas. Arrancaba con la carta de ajuste. Terminaba temprano, con las palabras del sacerdote de turno, el himno nacional y la bandera. En medio había de todo un poco, música, noticias, humor, deporte, cine, teatro, entrevistas, y anuncios. La gente se tragaba los anuncios con el mismo entusiasmo que lo demás. De hecho los anuncios marcaban tendencia: el coñac era cosas de hombres, y el detergente, de mujeres. Yo, al principio, me lo pasaba fenomenal viendo la tele. Casi llegue a olvidarme de los seriales radiofónicos. Así mi romance con la tele funcionó hasta que empezaron a poner por la noche la serie “Historias para no dormir”. Era un género de terror tan bien hecho que provocaba pesadillas. Un día decidí que no valía la pena usar el tiempo en sufrir, y me empezó a caer gordo el señor que inventó ese programa. Es que siempre me ha fastidiado que me asusten. Por eso algunas noches me iba a la cama sin ver al cura ni a la bandera. Así fui leyendo todos los libros que había en casa, y el periódico atrasado. Mi divorcio con la “caja tonta” se gestó, y me ennovié con la radio, y con los libros. Los quería tanto que me acostaba con ellos.

Hoy ya no ponen en la tele “historias para no dormir”; ni sale el cura, ni ondea la bandera. España ha dejado de ser una, grande y libre. Hasta hubo un presidente español, ZP le llamaban, que afirmó que el concepto de Nación es discutido y discutible. Hoy no hay carta de ajuste, ni hora de cierre, porque las numerosas cadenas funcionan sin descanso. Pero cada vez los programas son más malos. Tan malos son que las historias de ficción son incapaces de dar miedo a nadie. Dan pena. Acaso por eso se han inventado las tertulias nocturnas en las que la derecha y la izquierda escenifican su odio eterno. La mayoría no son periodistas, solo “expertos” en vender humo y asustar al personal con lo que más aterra, la pobreza, el separatismo y la corrupción; la del otro. Sus historia para no dormir ha contribuidos a acobardar al ciudadano y a ralentizar la salida de la crisis. Porque nada paraliza más que el miedo. Pero se les ve el plumero. ¿Un ejemplo? Hace nada estos cantamañanas se forraban hablando de la Prima de riesgo y la intervención de nuestra economía. Hoy estos listillos no nombran tales asuntos. Por eso necesitan otros con los que asustar. Y si nos los hay, los inventan. Pero una puede elegir ser o no masoquista, y perder su tiempo. Yo digo que la vida es breve y no hay que malgastarla. Mi papelera dice que para sustos, los inevitables.

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