SANTA TERESA Y BEAS DE SEGURA

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

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Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila en 1515. Por entonces España como realidad política ni siquiera existía. Castilla y Aragón, los reinos más poderosos, mantenían escasos contactos y se regían por leyes diferentes. Ella era castellana. En Aragón se hubiera sentido extranjera. Aunque Andalucía pertenecía a Castilla, tampoco la Santa quería fundar aquí. Esto era un avispero peligroso. Por ejemplo, las Órdenes Militares controlaban muchos territorios y podían vetar fundaciones de conventos que no fueran de su cuerda. Eso pasaba en la Sierra de Segura, santiaguista. Entonces enfrentarse a Goliat era como llamar a la puerta de la Inquisición, un suicidio. Mucho más si eras mujer. Porque imperaba lo que escribió Fray Luis de León: “cosa de tan poco ser es esto que llamamos mujer”; lo de Lope de Vega: “Más quiero boba a Diana\ Con aquél simple sentido\ Que bachillera a Teodora……\Lo que ha de saber es sólo\Parir y criar sus hijos”; o lo del linarense Huarte de San Juan, que negó la capacidad de la mujer para aprender algo, por estar dominada por “humores fríos”. Otros escritores aconsejaban doblegar cualquier rebeldía femenina a base de palos. Porque el maltrato de la mujer viene de antiguo. Lo que cuesta aceptar es que aún perdure. Pero volvamos a Beas y Santa Teresa, que es el tema.

Beas era una villa próspera, controlada por linajes poderosos. Más de cuarenta casas señoriales tenían escudos de hidalguía en el siglo de Oro. Uno de ellos era el de las hermanas Godínez, que se habían empeñado en fundar allí un convento de Descalzas, para ser monjas. Aquella villa era un rompecabezas jurídico: aunque pertenecía al reino de Toledo y provincia de Castilla, eclesiásticamente estaba supeditada a Andalucía. Por eso Santa teresa, que era un lince pese a lo que dijeran Lope de Vega y otros machistas, comprendió que fundar en Beas era una trampa. Pero ella solo era una mujer; una monja, sujeta al voto de obediencia y los consejos de sus superiores, varones. Por eso se metió en la “trampa de Andalucía”. Sin embargo cuando la Santa empeñaba su palabra, cumplía. Y culminó el proyecto de Beas. Es que también era una gran Señora, culta e inteligente, y con los pies en la tierra, pese a la famosa escultura de Bernini. Así, con fiebre y sesenta años, de los de entonces, el 14 de febrero de 1575 a las siete de la mañana empezó un viaje increíble desde Malagón hasta Beas. Casi le costó la vida. Pero llegó y fundó. Luego le pusieron zancadillas infinitas. Porque había pocos hombres como San Juan de la Cruz, que solo miraban al fondo del alma, sin distingos de género. Y en Beas sigue su convento, resistiendo las mareas de nuestra historia.

Una, que nació en un pueblo chico de la Alpujarra cuando todavía la ley marginaba a la mujer. Una que ha luchado por la conseguir que no seamos menos ni más que los hombres, solo iguales en oportunidades, siente hoy frustración porque todavía existen mentes masculinas tan mediocres que no aceptan a su lado a una mujer en plano de igualdad. Hoy quiero dar las gracias a la Santa de Ávila por su vida, y pedirle que ilumine a los que no han evolucionado, los “homo mínimus”. Mi papelera dice que son pocos, pero hacen mucho daño.

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Santa Teresa y Beas

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