BAR REGIO. LUGAR DE ENCUENTRO Y REUNIÓN DE TIEMPOS PASADOS

POR JOSÉ LUIS LINDO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE ARANJUEZ

tiempos pasados

A lo largo de nuestras vidas siempre hay recuerdos de sitios, lugares, situaciones o comercios de Aranjuez: tiendas de comestibles, zapaterías, tejidos o típicos bares de nuestros pueblos. Fueron establecimientos que nos dejaron un poso de nostalgia en determinados momentos, pues a menudo formaron parte de nuestra vida diaria; tal es el caso de un bar muy típico que durante cuarenta años mantuvo sus puertas abiertas al público: el Bar Regio.

La primera vez que aparece el nombre de Regio en Aranjuez – en el libro de las fiestas patronales de mayo de 1928- nada tiene que ver con la hostelería, sino con un Garaje, una industria ribereña ubicada en la calle de Postas nº. 31, y que estaba dedicado a la reparación de automóviles y maquinaria en general.

A comienzos del siglo XX uno de los bares que radicaban en la Plaza de la Constitución era el Bar Rey, ubicado en la calle del Gobernador nº 11 de dicha Plaza, y cuyo propietario era José Rey, quien lo regentó hasta después de la Guerra Civil.

Llegada la República cambia hábilmente el nombre de su establecimiento por el de Bar Riejo. Transcurrida la guerra Rey lo traspasa a Miguel Zamarra Jiménez, natural de Villatobas (Toledo), y a su esposa Teresa Zarco López. Hasta entonces, Zamarra había regentado el bar del Casino Agricultura y Comercio situado en las calles de Las Infantas y Stuart. Tras la correspondiente reforma del Bar Regio, comienza su andadura en 1947 junto a sus hijos Juan y Valentín con ese nombre. Con el tiempo estos contraen matrimonio con Marina y Pilar respectivamente, todos junto con Benilde Ramírez, una señora que ya trabajaba con Miguel Zamarra desde años atrás, se incorporan al negocio. El nombre comercial del establecimiento se debía al hecho de que en la Plaza de la Constitución estaba la estatua del rey Alfonso XII desde 1897.

Fue la primera estatua que se levantó a este monarca en España; y por estas razones las servilletas, platos y tazas de café que había al servicio del cliente, llevaban impresa la corona Real en granate.

Según Ángel Morato, conocido como “Veloso”, que entró a trabajar con once años como dependiente tras el largo mostrador que tuvo el Bar Regio, la plantilla de este establecimiento estaba formada además por el sobrino del propietario, Custodio López Zamarra, José Almonacid, Martin Villarreal, Martín “El Cordobés”, Manuel López “Mancheguito”, José Medina. Ángel comenzó a trabajar en 1955 y estuvo como dependiente hasta su marcha al servicio militar en 1964. Tres años después entraba a trabajar en la multinacional Lever Ibérica asentada en aquellos días en Aranjuez y hoy desaparecida.

Lógicamente de acuerdo con la temporada del año, la plantilla de camareros de sala y terraza se tenía que reforzar. Eran camareros de chaqueta y delantal blancos que atendían con su lito –paño blanco que cuelga del antebrazo– y su inseparable bandeja de acero inoxidable.

Dada la relevancia de Custodio el crítico gastronómico Lorenzo Díaz, hizo un libro sobre este personaje titulado: Custodio L. Zamarra. Memoria de un sumiller. En 2009 el periódico 20 Minutos resume algunos aspectos de su vida definiéndole como uno de los pioneros en España entre los veinticinco mejores Sumiller. Entre otras cosas el autor del artículo decía que «ver servir un vino a Custodio es un espectáculo que no puede dejar indiferente a ningún aficionado al vino». Custodio nació 1949 en Villatobas, es decir, contaba dos años cuando abrió sus puertas el Bar Regio. Comenzó el oficio de camarero en Aranjuez con catorce años, en el bar de su tío Miguel Zamarra: «Sin él es difícil imaginarse en mundo de la sumillería, ha sido maestro de casi todos y es todavía hoy un espejo en el que hay que mirarse», agrega. En 1973 comenzó a trabajar como jefe de rango en el prestigioso restaurante “Zalacaín” de Madrid. Ha sido maestro de sumilleres y cuando se le preguntaba que cualidades debía tener un sumiller respondía «Discreción, humildad, amabilidad y psicología. Que no den clases a los clientes, que sean sensatos y humildes».

Pilar, esposa de Valentín Zamarra, hijo del propietario, aunque desconoce la retribución que recibían los camareros por servicio de las mesas, menciona ciertas peculiaridades.

«Recuerdo que al empezar su jornada se les proporcionaban fichas por un valor determinado y ellos iban pagando en la barra lo que luego servían en las mesas. Al final de la jornada se echaban cuentas de lo que habían percibido en fichas y lo abonaban. El margen que se cobraba por el servicio en mesa era para ellos».

En sus recuerdos tiene presente por ejemplo pormenores de la actividad de este establecimiento.

«El Bar Regio abría diariamente a las 5 de la mañana para dar desayunos, bollería, churros, etcétera, a los cliente que entraban a trabajar a fábricas como la Azucarera, Lever Ibérica, etcétera. La hora de cierre era sobre las once o doce de la noche, pero en fiestas locales, cuando se celebraban las verbenas en la Casa de Atarfe, a la terminación de estas el bar se llenaba de nuevo. En ocasiones llegábamos a sacar a nuestros dos hijos a dormir en el asiento de atrás del Renault 8, que lo teníamos siempre estacionado frente al bar, porque no se podía cerrar hasta las 3 ó las 4 de la mañana».

Los turnos de trabajo que se distribuían los hijos y nueras de Miguel y Teresa eran de la siguiente forma.

«Valentín y Juan rotaban las tardes y las mañanas. Hacer los churros era tarea de Juan, pero si estaba de tarde se iba a acostar pronto y luego volvía al bar, aunque no trasnochaba porque se tenía que levantar pronto para preparar los churros».

El Bar Regio, como muchos establecimientos hosteleros, tenía sus especialidades a disposición del cliente por las que era muy conocido, no solo aquí, sino en toda la Comarca: eran los mejillones en salsa especial, el helado, granizado y horchata, hechos artesanalmente por Miguel Zamarra. A este respecto Pilar recuerda lo siguiente.

«En la cocina entre semana estábamos en turnos de mañana o tarde, pero los fines de semana todo el día, ya que había mucho que preparar, y muchos sacos de mejillones que limpiar.

Venían en sacos y traían muchas incrustaciones adheridas por lo que había que rasparlos para dejarlos limpios.

En esa labor también ayudaban en ocasiones los pequeños de la familia. Para raspar los mejillones se utilizaba una concha de mejillón. Los cortes en las manos producidos por estas eran muy dolorosos.

En invierno se quedaban las manos heladas, y aunque se echase alguna perola de agua caliente, pronto se enfriaba. Tanto en invierno como en verano terminabas con las ma nos recocidas. También recuerdo que una Semana Santa compramos 300 kilos de mejillones para los 4 días, pero se agotaron entre el jueves y el viernes».

Valentín, nieto de Miguel e hijo de Valentín y Pilar, recuerda por su parte cómo trabajaba su abuelo la chufa para elaborar la horchata.

«Mi abuelo metía los sacos de chufa en una gran pila, y después procedía a la molienda y a la prensa para sacar el jugo destilado con ese sabor entrañable. Para hacer un buen granizado de limón había que darle el toque justo de azúcar a fin de no endulzarlo demasiado porque entonces no calmaba la sed. Decía que un truco que usaban algunos era hacerlo demasiado dulce para que no calmase tanto la sed y consumieran más. Me viene a la memoria el dispensador de granadina de acero inoxidable que tenía junto a la cámara de los helados.

Hoy día hay cantidad de variedades de siropes, pero en aquellos años éramos felices con muy poco.

Había personajes habituales, como por ejemplo Andrés “el limpia”, que limpiaba los zapatos a quien tuviera a bien dejárselos lustrar por unas monedas. Y a un señor bastante mayor que iba vendiendo lotería y pregonaba en voz alta: “Qué pena y que alegría vendiendo la lotería”».

Algunos recuerdos de chico afloran también en la memoria de este Cronista. Como por ejemplo aquellas tardes cuando después de comer acompañaba a mi padre a reunirse con amigos en la parte superior del bar para echar las partidas de dominó.

Otros echando las clásicas partidas de cartas al mus o al tute. Siempre que rememoro el Bar Regio recuerdo uno de los productos que habitualmente tomaba mi padre, era el clásico “bombón” de café con leche condesada. Era típico ver al camarero con las bandejas servir a los hombres en las mesas durante las partidas el tradicional “bombón”. A este amplio comedor que tenía el Bar Regio en su parte superior, se accedía por una pequeña escalera tipo caracol. En aquellos tiempos en que la televisión era una verdadera atracción para la adulta clientela, lógicamente en blanco y negro, el Bar Regio fue uno de los primeros en Aranjuez en tenerla instalada en su amplio salón, constituyendo un verdadero reclamo para atraer al cliente que acudía a ver los clásicos partidos de futbol las tardes del sábado o domingo mientras se tomaba unas cervezas o vinos acompañados de unos mejillones u otras tapas. Como referí en una Pinceladas anterior, en este Bar Regio radicaba desde su fundación la sede del Vespa Club Aranjuez, llevaban a cabo sus reuniones en su gran salón, o se citaban los socios para tomar café antes de partir con sus Vespas a las clásicas excursiones.

También viene a mi memoria, siendo ya adulto, cuando después de los tradicionales paseos por el pueblo, a la caída de la tarde acudía con mi novia a tomar “una de la casa” con dos botellines del Mahou. “Media o una de la Casa”, media eran seis mejillones, y doce, una ración. Así se pedían los típicos mejillones en el Bar Regio. Era muy habitual ver este establecimiento y sus aledaños lleno de gente en días de feria previos a las tradicionales corridas de toros, o concentraciones de personal para subir en el autobús que llevaba a presenciar algún partido del Aranjuez C.F, o ir a Madrid para presenciar un partido del Real Madrid o el Atlético de Madrid, o bien con motivo de la partida de alguna excursión.

Otro atractivo que tenía el bar llegada la primavera o verano, era su amplia terraza que quedaba instalada en lo que eran los paseos del propio jardín de la plaza de la Constitución, detalle que promocionaba Zamarra mediante unas fotografías a modo de postales que mandó imprimir para publicitarse. En otra postal quedaba a la vuelta impresa un muy útil y esencial croquis de la población y situación del Bar Regio.

Son recuerdos de una época que marcó este establecimiento en la vida de Aranjuez y su población, que se desvanecieron con su cierre en los inicios de la democracia en la década de los ochenta del siglo pasado.

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