MODESTIA

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Altar de las Hijas de María de la iglesia de  Colegio Santo Domingo. Colección A.L.Galiano

Altar de las Hijas de María de la iglesia de Colegio Santo Domingo. Colección A.L.Galiano

La vanidad es la antítesis de la modestia. Mejor dicho, ésta es la cualidad del humilde que hace suya la virtud de conocer sus propias limitaciones y debilidades, y que le hace llevar una conducta de vida consciente de las mismas. Cuántas veces hemos escuchado, incluso en griego, esa frase bíblica del “Eclesiatés”, como razonamiento de Cohelet hijo de David, rey de Jerusalén, que dice: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Cuántas veces hemos visto a algún conocido paisano hincharse y pavonearse abriendo todo su abanico de vanidades como si fuera un pavo real, como aquellos que hace años existían en la Glorieta de Gabriel Miró. Sin embargo, gracias a la riqueza de nuestro vocabulario, existe otra acepción de modestia que está íntimamente relacionada con las acciones externas que obliga a mantenerse dentro de unos límites, de acuerdo con aquellas conveniencias sociales o personales que imperan en cada momento.

Situémonos en la Orihuela de los primeros años de la segunda década del siglo XX. La influencia de la Compañía de Jesús en el ambiente ciudadano se proyectaba a través de algunas instituciones relacionadas con la misma, como era el caso de la Congregación de Hijas de María que, a finales de 1911, su Junta Directiva estaba integrada por las siguientes señoras y señoritas: Teresa Clavarana Bofill, presidenta; María Muñoz Hernández, secretaria; Rita Calvet Beltrán, tesorera; Adela Rivera Sanjuan y Leonor Sempere García, asistentas; Brígida Gutiérrez Fenoll, instructora; Rosalía Blasco Sanz, bibliotecaria; Carmen Botí Gil, Rosario Moreno Sánchez, María Francisca Maestre, y Carmen Grifol Aliaga, consiliarias. En octubre de dicho año, tras unos ejercicios espirituales decidieron promover, una campaña que denominaron como “Cruzada de la Modestia Cristiana”, para “librarse a sí mismas, y rescatar a cuantas personas puedan, de la esclavitud de la moda indecorosa de los vestidos, con la protección de Nuestra Señora de la Merced, redentora de los cautivos”. Dicha campaña, era extensiva y compatible con las normas y reglamentos de otras congregaciones, cofradías o colegios, pudiendo pertenecer a la misma cualquier joven mujer que hubiera “pagado indecoroso tributo a la moda”, o bien que estuviera libre de haber pecado. Algunas de las normas que establecía dicha cruzada tenían como fin, la actuación sobre la falta de modestia en el vestir, las cuales, actualmente podríamos verlas pasadas de moda, nunca mejor dicho, o tal vez ridículas. Dichas normas se establecían, basándose en que la moda imperante en aquellos momentos invitaba a aparentar lo que no se era, gastando más de lo que la economía particular permitía y anulándose el recato. Por otro lado, se daba lugar a que debido a las formas de los vestidos, si se tenía la desgracia de caer, era preciso para incorporarse la ayuda de otra persona, o al tener que ir “tan apretadas y oprimidas” con la ropa, no sólo se podían enredar al andar, sino también estorbar para los trabajos cotidianos, e incluso dificultar la respiración. Entre dichas normas se establecía que había de limitarse en los cuidados del peinado y de lujosos vestidos, lo que propiciaba en ocasiones la falta de tiempo para otras actividades de tipo piadoso o familiares. Se consideraba el lujo como un elemento pernicioso en las reuniones, paseos y espectáculos, siendo un acicate para provocar a “los malos deseos”, dando lugar a veces a divorcios, o impidiendo el llevar a cabo matrimonios, al considerar que, habían pocos hombres capaces de soportar los gastos que acarreaba las exigencias de la moda femenina imperante. Se recomendaba que, dentro de la economía familiar se debía fijar con anterioridad la suma de dinero necesaria para el vestido, según la disponibilidad de cada una; no contraer deudas por ese motivo; el que los vestidos cumpliesen con una regla de decencia y modestia, procurando que al ir a la iglesia imperara en ellos la moderación. Por último, se deseaba que “aun en los vestidos se separe la ciudad de Dios de la de Lucifer, y se distingan las mujeres cristianas de las mundanas”.

La Cruzada de la Modestia Cristiana que fue aprobada el 29 de noviembre de 1911, contó además de con la autorización del vicario capitular de la Diócesis oriolana, Andrés Díe Pescetto, con la del cardenal primado, monseñor Aguirre y con la de los arzobispos de Sevilla, Valladolid, Valencia, Burgos, Zaragoza, Tarragona y Santiago, así como por la de treinta y cuatro obispos. Por último el 26 de marzo de 1912, fue aprobada por el Papa Pío X. Todo lo anterior quedó reflejado en un opúsculo impreso en la Tipografía de La Lectura Popular, del que tuvimos ocasión de ver un ejemplar en el Archivo General de Palacio en Madrid, hace un par de años. Junto al mismo se conservan varios documentos procedentes de la Camarería Mayor de Palacio, en los que, el 4 de junio del citado año, la Reina Victoria Eugenia aceptaba la Presidencia Honoraria de la Cruzada de la Modestia Cristiana, establecida en la ciudad de Orihuela. Para lograr dicha aceptación se contó con la intervención de Carlos Coig O´Donell, el cual remitió dos ejemplares del folleto a la duquesa de San Carlos, camarera mayor de Palacio. Una vez aceptaba, la duquesa hizo llegar la resolución a la presidenta de las Hijas de María a través del citado Carlos Coig. El agradecimiento no se hizo esperar, pues el 13 de junio, Teresa Clavarana Bofill, por carta, lo hacía, reconociendo la “delicada fineza de su Majestad”.

Han pasado ciento tres años desde entonces, y no quiero pensar que dirían aquellas encopetadas señoras y señoritas ante la moda actual, que hace que a más de un amigo mío jubilado se le vayan los ojos detrás de las jóvenes y no tan jóvenes mujeres de 2015.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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