MAÑANA DE PERROS O EL DÍA PASADO POR AGUA. SOBRE EL ACTO DE JURA DE BANDERA ANTE LA CATEDRAL Y LA HISTORIA DE LA PLAZA OVETENSE

POR CARMEN RUIZ-TILVE CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO

manana-perros-1

Cualquiera que vea la plaza de la Catedral y no esté avisado pensará que aquello fue siempre así, palacios y espacio libre para contemplar la mole gótica y propiciar paradas militares como la del pasado día 15.

Bien al contrario, allí hubo durante siglos una explanada rectangular de poco más de mil metros cuadrados resultante del ensanche practicado tras el incendio de 1521.

A un lado cerraba la plazuela la iglesia de San Tirso y el resto se limitaba por un caserío de soportales. Estas edificaciones se reformaron en el siglo XIX mediante el aumento de pisos. Las casas eran como otras del Oviedo popular, semejantes a las del Arco de los Zapatos. De fachadas estrechas, entre 8 y 10 metros, eran profundas, con patios y huertas atrás, tal como se verían desde la zona de la Balesquida. Y eso molestaba a algunos, que querían una perspectiva limpia para la Catedral y la única compañía de los palacios y edificios nobles.

Todo esto dio lugar a una polémica enconada que terminó con la eficaz labor de «doña Piqueta», que cobró nuevo brío con las corrientes higienistas y las teorías del urbanista alemán Sitte. En 1920 se sentenció el modesto caserío, no sin agrios forcejeos. La plaza resultante mide tanto de largo como la Catedral de alto, 80 metros, y de ancho, la mitad, 40. Así, a base de piqueta, desaparecieron unas construcciones varias veces centenarias en las que habían vivido de generación en generación familias ovetenses que se vieron forzosamente desplazadas.

Para ayudar al derribo vino muy bien el legado del señor Muñiz Miranda, destinado a obras «para mejoras en el Oviedo antiguo». El arquitecto Bustelo se encargó de remendar la plaza para darle una nueva solemnidad. Corrían los años treinta del siglo XX.

En la mañana del viernes último, 15 de noviembre, tuvo la plaza ocasión de comprobar su efecto para actos solemnes bien distintos de los conciertos de San Mateo y la foguera de San Juan. Todo preparado para la jura de bandera del pueblo llano y para que la corbata de la Orden de Isabel la Católica engalanara la enseña nacional.

Mucha gente endomingada, con la solemnidad del negro protocolario, banderines y pegatinas con los colores nacionales, animación en la larga espera. Todo preparado menos el cielo, que quiso regar el paisaje con toda el agua que ahorró durante el verano. Todo resultó bien por la disciplina de la gente, militares y civiles, y al final cada uno se marchó a escape a buscar techo.

Casi 400 ovetenses iban con la emoción contenida de haber jurado bandera, y los demás, también, porque es evidente que, bajo el diluvio, nadie aguantó allí por simple curiosidad. El cielo azul de Oviedo nos debe una.

Fuente: http://www.lne.es/oviedo/

Sin Comentarios.

Responder

Mensaje