HUEVOS, GALLOS, POLLOS Y CORDERO

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

Día de Pascua, abril de 1950. / Foto: A. Darblade - Colección de F. Sala

Día de Pascua, abril de 1950. / Foto: A. Darblade – Colección de F. Sala

El pasado Viernes Santo, estando con mi nieta Alicia viendo pasar la procesión, le llamó la atención el paso de San Pedro por tener a sus pies un gallo. Traté de explicarle a la pequeña que evangelios recogen la profecía anunciando la traición de Pedro quien lo negaría tres veces consecutivas por miedo a ser reconocido como seguidor de él. La noche de la última cena, Pedro juró no apartarse de Jesús, pero al ser interpelado sobre su asociación con Jesús, negó tres veces conocerlo antes del canto del gallo, es decir, antes de que la noche acabase.

La asociación del patriarca de la Iglesia con los animales gallináceos no queda aquí. Se cuenta una antigua leyenda según la cual San Pedro cuando iba a visitar la tumba de Jesucristo, dos días después de haber sido crucificado, se encontró en el camino con María Magdalena que le dijo con gran alborozo que Cristo había resucitado. El apóstol desde su incredulidad -sigue contando la leyenda- le contestó de esta forma: «¡Ya!, creeré que eso es cierto cuando las gallinas pongan los huevos de color rojo». Entonces, María Magdalena, abrió el delantal que llevaba recogido entre las manos y le mostró una docena de huevos de un brillante color escarlata, que acaba de recoger del gallinero de su casa.

En muchas culturas, los huevos representan ‘vida’ y ‘fertilidad’. En algunas estatuas se la representa con los órganos sexuales toscamente exagerados, mientras que en otras figuras aparece con un huevo en la mano y un conejo a su diestra. La popularidad de esta deidad, se debió en parte a la amplia difusión que tuvo en la antigüedad la prostitución sagrada, como pare del culto.

Si hablamos de los huevos como símbolo cristiano, estos huevos tienen el sentido de una ‘vida nueva’, tal como significa palabra Pascua. El registro bíblico dice que la noche anterior a su muerte, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua judía. Posteriormente, instituyó lo que se conoce como la ‘Cena del Señor’, y dijo a sus apóstoles «Sigan haciendo esto, en memoria de mi» (Lucas 22:19). La Cena del Señor debía celebrarse una vez al año; con ella se conmemoraba la muerte de Cristo.

Durante mucho tiempo estuvo prohibido comer en Cuaresma; no solo carne, sino también huevos. Por eso, el día de Pascua, la gente corría a bendecir grandes cantidades de ellos, para comerlos en familia y distribuirlos como regalo.

En Francia, por ejemplo, los estudiantes organizaban la ‘Procesión de los Huevos’. Se reunían en parques y plazas y de allí partían hasta la iglesia principal. Durante el trayecto, golpeaban las puertas de las casas, para que cada familia les regalara huevos, que a posteriori serian bendecidos por un Cura párroco.

En esa época renacía el espíritu festivo. De las iglesias colgaban cientos de banderas y panderetas. Y cada joven llevaba colgado de su cuello, un cesto de mimbre lleno de huevos. Los más adinerados se hacían acompañar por jóvenes pajes, vestidos con telas multicolores de raso o de seda. La mayor parte de la colecta se destinaba para los hospitales de leprosos, o para los indigentes.

El ayuno era obligatorio. Por esta razón, se adopta la costumbre de cocer huevos y almacenarlos. En la época del rey Luis XIV, se introdujo la idea de pintarlos, para después venderlos.

Entre los siglos XVII y XVIII, a la salida de la misa pascual, se ofrecían al monarca cestas cargadas de huevos dorados y decorados artísticamente.

En Hungría, era común que el lunes de Pascua, los pretendientes acecharan desde el amanecer a las jóvenes de su aldea, para llevarlas junto a las fuentes. Jugueteaban con ellas, las tomaban desprevenidas y les arrojaban en la cabeza un enorme cubo de agua. No conformes con esto, los muchachos reclamaban a sus víctimas una retribución, así que la joven debía entregarle a su pretendiente un huevo y un beso. Ciertamente, esta costumbre estaba mucho más asociada con los festejos de primavera que con el verdadero significado cristiano de la Pascua. El júbilo por el nacimiento del sol y por el despertar de la naturaleza, se convirtió en el regocijo por el nacimiento del sol de la justicia y por la resurrección de Cristo.

En la comarca de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, como en la ciudad hermana de Torrevieja, Pola de Siero, ha quedado la llamada ‘pipirrana de pintahuevos’ o ‘los huevos pintos’, con mucho aceite en el que mojar, pimientos asados, atún y los huevos pintados, pero, sobre todo, el deseo de compartir un día de campo con los parientes y paisanos para celebrar que Cristo ha resucitado, y que la primavera, puntual a su cita, ha vestido los campos de verde y ha hecho resurgir la esperanza que mueve el mundo… El eterno retorno. El perpetuo renacimiento.

En la Vega Baja, las meriendas, las comidas en el campo y en la playa, conejo frito con tomate, arroz y pollo, y ensalada de Pascua, con tomate, huevo duro, olivas del cuquillo, todo dispuesto en fiambreras.

Para terminar con la costumbre de comer las monas de Pascua, esos bollos cocidos con huevo incrustado en la masa, y que luego era roto en la cabeza de la novia. ¡Qué bien los pasamos!

Fuente: http://www.laverdad.es/

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