EL NIÑO QUE NO CONOCEMOS

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

Niño Jesús que se venera en la RIERA DE COVADONGA (Asturias). / Fotografía de Javier Remis

Niño Jesús que se venera en la RIERA DE COVADONGA (Asturias). / Fotografía de Javier Remis

Fueron los pintores y escultores renacentistas quienes, en su afán de «grandonismo religioso», nos muestran una Virgen María ataviada con vestidos y mantos regios, una casa de Nazaret que nada tiene que envidiar a los más suntuosos palacios, una Sagrada Familia que, aunque trabajadora, parece nadar en la opulencia; y en la que el Niño gozaría de ropas, placeres y caprichos propios de las clases pudientes.

No se lo crean.

María, en Belén, parió en un establo, en una cuadra, morada de animales. Se «arregló» como pudo, con la ayuda de José su esposo. Y fue así porque Dios lo quiso así. Porque quiso enseñarnos que la pobreza es raíz de dignidad humana y que con ella, y a su través, podemos «llegar a los demás» y seguir los caminos de Dios.

Jesús, el Niño, no era de «la casta» de los guerreros, ni de los ricos, ni de los sabios, ni de los gobernantes, ni de los sacerdotes.

Era hijo de un obrero manual (de un artesano) y, por tanto, no podía asistir a las «Escuelas» (hoy diríamos al Instituto o a la Universidad) de los maestros griegos y latinos… Su «Universidad» fue la Naturaleza, el Trabajo, la Vida en Familia, la Sinagoga…

Hemos de tener siempre muy presente que Jesús, hijo adoptivo de un artesano manual, nació pobre y vivió en una familia humilde que «ganaba el pan con el trabajo de sus manos».

No.

Jesús de Nazaret no fue un niño «pijo» ni un niño «friki», que dicen los jóvenes de hoy.

Jesús fue un niño que vivió su niñez en una carpintería y que aprendió ese oficio en su adolescencia-juventud.

Y que con su trabajo ayudó a sus padres «a sacar la casa delante».

¡Cuántos y cuántas personas adultas de hoy vivieron esa circunstancia en sus tiempos juveniles!

Fueron y son, como nuestro Niño Jesús, ayuda y sostén de muchas familias.
Jesús, el carpintero e hijo de carpintero, es quien mejor pudo comprender la vida y trabajo de las gentes sencillas, humildes, que, transformando los materiales (madera, hierro, barro…), prestan servicios a los demás.

Es decir, a la sociedad.

El oficio le enseñó que vivir es transformar lo aparentemente inútil en útil y que incluso un leño o el barro son capaces de dar vida y belleza a una escultura.

Jesús, el Niño, aprendió con su oficio de artesano, que todo trabajo es fuente de espíritu y de verdad.

Un espíritu y una verdad que nos obligan a «renovar» nuestra manera de pensar y de ser, a reafirmar nuestro compromiso con la sociedad en la que vivimos y a la que, si fuere preciso, debemos cambiar en favor de un mundo mejor y más justo.

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