SOPES DE MATANZA (SOPES DE FÉGADU – SOPAS DE HÍGADO DE CERDO)

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

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Este febrerillo el loco nos trae, en días de invernía, días primaverales con su sol (tímido) y su calorcillo, que es tentación de escapada y de turismo de naturaleza.

Evidentemente -y eso que en estas fechas estamos en luna menguante- al no haber viento del norte ni nieve en los altos, no es momento oportuno de «matanzas del gochu» porque se corre el riesgo de que se pierdan embutidos y salazones.

Por otra parte, dadas las exigencias sanitarias que conlleva la matanza doméstica del cerdo, las gentes campesinas «ya no críen gochos» y prefieren comprar salazones y embutidos ya fabricados industrialmente.

No es lo mismo que «lo casero», pero da menos trabajo y evita complicaciones.

Uno recuerda con nostalgia aquellos tradicionales ritos de la matanza. Matar al cerdo, pelarlo (afeitarlo), abrirlo y extraer las vísceras, recoger su sangre para hacer morcillas, lavar las tripas en el río, picar cebolla, hacer el amasado de morcillas, orear al animal colgado y abierto en espaldera, trocearlo, hacer el amasado de chorizos, preparar las salazones…

¡Ah!

Y las comidas y cenas que en agradecimiento a la colaboración vecinal se hacían en la casa del «fallecido».

La cena del primer día, ¡ay, qué cena!, tenía un protagonista especial: LA SOPA DE HÍGADO o, dicho en asturiano, LES SOPES DE FÉGADU.

Una cena que ensamblaba descanso y amistad, convivencia y alegría. Allí la sopa, después el «adobu» con patatas fritas, seguía el brazo de gitano o el arroz con leche y finalizaba el café con «pingarates». Y entre plato y plato, sidra nueva, vino de «pasado el monte» y bromas y más bromas.

Nunca faltaba el humorista que recitaba aquello de

«Atención y mano al botón;
batalla a la bota y palo al porrón.
¡Ojo al Cristo y mano al culo
no se le escape un pedo a alguno!».

Y otros, agradecidos a la generosidad y abundancia de lo servido, dirán «¡Coño, comí como un cura!».

A lo que siempre responderá alguno: «¡Querrás decir como un gochu!».

Y el primero responderá: » ¡Da lo mismu, da lo mismu!».

¿Y cómo se preparan las sopas de hígado?

Yo las hago así:

En una cacerola con agua y un punto de sal pongo a cocer (hervir) unas rebanadas muy pequeñas y muy finas de pan asentado (sopas).

Aparte, en sartén con aceite, doro unos dientes de ajo laminados y una o dos guindillas; ya en su punto añado el hígado, cortado en trozos pequeños, y rehogo con el ajo, y coloreo con pimentón de La Vera (Extremadura).

Llevo todo a la cacerola con el pan, y sigo con los hervores durante unos minutos.

Dejo reposar y sirvo en cazuela de barro, muy caliente, acompañando con un huevo escalfado en la sopa.

Y cuando disfruten con estas sopas matanceras recuerden aquellos versos de boda «al caso»:

«La señora Longaniza
se quiere casar mañana
con el señor Pedro Lomo,
pariente de doña Magra;
el Chorizo es el compadre,
la Morcilla, convidada.

¡Quién fuera casamentero
de esa gente tan honrada!

¡Buen provecho!

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