DOLENCIAS, PADECIMIENTOS, ACHAQUES Y CURACIONES (4)

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

Tomás Zapata Ortega, farmacéutico en Torrevieja desde 1886. / Familia Ballester

Tomás Zapata Ortega, farmacéutico en Torrevieja desde 1886. / Familia Ballester

Fachada de la farmacia de Tomás Zapata Ortega. / Foto A. Darblade – Colección de Francisco Sala

Fachada de la farmacia de Tomás Zapata Ortega. / Foto A. Darblade – Colección de Francisco Sala

La epidemia de viruela de 1887

A finales de agosto se desató una epidemia de viruela en Torrevieja y ante su recrudecimiento, en el mes de septiembre, se nombraron nuevos médicos titulares de la población a José Bañón, Felipe Millán, Gabriel Torregrosa y Olegario Abad. Presentaron la dimisión Abad y Bañón, quedando como encargados de del servicio de los pobres y del Hospital de Caridad: Torregrosa y Millán.

Triste era el cuadro que presentaba la villa, ya que la terrible epidemia diezmaba con gran crueldad a la población. La clase obrera, que constituía las dos terceras partes del total de los habitantes de Torrevieja, vagaba en su mayoría por sus calles con rostro pálido, con la mirada triste y la cabeza inclinada al suelo, dominados por la terrible idea del hambre y huyendo de sus casas sin rumbo fijo en busca de trabajo.

Todo era miseria, todo desdicha, ni un barco acudía a la bahía torrevejense en busca de la sal de sus salinas, no había en la población ningún centro industrial donde pudieran hallar trabajo las innumerables familias que empezaban a sentir las desgarradoras voces de sus hijos pidiéndoles el pan que no podían proporcionarles, y en sus cuerpo acusaban los efectos de las privaciones que traían consigo una gran crisis.

Hay que decir que, a principios de otoño, se daba por terminada la extracción de sal de la laguna, con cuyos trabajos vivían centenares de familias, y el hambre era inevitable si las autoridades locales no aprontaban con ánimo sereno y enérgicas medidas el ese mal.

En octubre de 1887, falleció en el departamento manicomio del Hospital de Elda la demente Felipa García Galindo, natural de Torrevieja, coincidiendo por esas fechas el matrimonio de la señorita torrevejense Manresa y con el conocido médico oriolano doctor Meseguer.

En el mes de diciembre descendieron en Torrevieja el número de enfermos con viruela, habiéndose contado la última semana de noviembre cincuenta nuevos casos, ocasionando diez defunciones y produciéndose siete altas. A mediados de ese mes la alcaldía anuncia la provisión de dos nuevas plazas de médicos-cirujanos, José Bañón Braceli y Francisco Abad, decreciendo considerablemente la epidemia a finales de dicho mes.

En enero de 1888, se concedió por el gobernador de la provincia autorización para celebrar en Torrevieja dos corridas de novillos, con el objeto de allegar recursos para socorrer a las familias pobres víctimas de la enfermedad variolosa.

Tal era el miedo al contagio que al ser conducido al cementerio un niño a quien se creían muerto, pidió agua, muriendo a las pocas horas de ‘resucitar’. También, en el mismo mes de enero, víctima de la miseria y de las desgracias que sufría la familia perdió la razón el vecino Antonio Martínez García, alias ‘Perdigons’.

En el mes de febrero de 1888, la epidemia de viruela había decrecido considerablemente, siendo los últimos atacados de la llamada ‘benigna’. Por la Dirección de Beneficencia y Sanidad se nombró celador escribiente de la Dirección de Sanidad del Puerto de Torrevieja a José González Pumariega. Y tres meses después, médico interino a José Bañón.

Los accidentes ocasionados por animales domésticos eran muy frecuentes, y en la noche del 19 de junio fue mordido por su perro un niño de unos cinco años, hijo de Pedro Ballester.

Aquel verano de 1888 muchos veraneantes, recelosos del estado sanitario en el que se encontraba la población de Torrevieja, se cuestionaron la existencia todavía de la enfermedad de la viruela, apareciendo la siguiente nota en el periódico local ‘El Torrevigía’:

Los abajo firmados, médicos residentes en la villa de Torrevieja, certificamos: Que el estado sanitario de la población es excelente, habiendo desaparecido la por completo la epidemia variolosa, y encontrándonos hoy en el mejor estado a consecuencia del considerable número de personas que la han padecido y de haberse vacunado y revacunado el resto de la población, lo que hace fundadamente esperar que tardará muchos años a reproducirse. Y para que conste firmamos el presente en Torrevieja a 10 de Junio de 1888.- Olegario Abad.- José Bañón.- Gabriel Torregrosa.- Felipe Millán.

El juez y el secretario del Juzgado Municipal de Torrevieja certificaron, el 9 de junio, que la última defunción de viruela, inscrita en el Registro Civil, ocurrió el 6 de mayo de 1888. La “Temporada de Baños”, que tanto preocupaba, por lo que suponía de ingresos extras a sus vecinos, estaba salvada.

No hubo una nueva alarma sanitaria hasta febrero de 1889, a causa de un hecho que pudo afectar a la salud de la población, pues familias procedentes del pueblo de San Pedro del Pinatar, infectado por la viruela, fueron hospedadas en Torrevieja, con el consiguiente riesgo de contagio. Por suerte, no o sucedió tal negativo percance.

En verano, como era habitual, se celebraron corridas de toros durante la Feria de San Jaime, el 25 de julio y el domingo siguiente, destinándose parte de los beneficios al Hospital de Caridad.

Teresa Mas López, natural de Santa Pola, inició el ejercicio como matrona en Torrevieja el 9 de mayo de 1889, presentando su título expedido Por la Universidad de Valencia el ocho de abril del mismo año.

En diciembre de 1889, Tomas Zapata Ortega exhibió en el Ayuntamiento su título de farmacéutico, expedido en Madrid el 31 de julio de 1886, comenzando a ejercer en la localidad.

El haberse librado Torrevieja, en 1889, de ataques epidémicos, no evitó que jocosamente la revista ‘Madrid Cómico’ publicara el siguiente chascarrillo:

A Pepito Cantaleja,
vecino de Torrevieja,
le ha salido un lubanillo
por rascarse en una oreja,
y a una vieja,
que vive en Valdemorillo,
otro bulto en una ceja
por rascarse en un tobillo.
Moraleja:
¡Yo no me llevo semejante chasco, y por más que me pique, no me rasco!”

Continuará

Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 25 de enero de 2014

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