RELOJES DEL REAL SITIO

EL CRONISTA OFICIAL DE SAN ILDEFONSO EDUARDO JUAREZ CUENTA LA HISTORIA DE LOS RELOJES QUE DESDE HACE CIENTOS DE AÑOS MIDEN EL TIEMPO EN SUS CALLES Y PLAZAS

El reloj de sol de la esquina de la Casa Consistorial. / El Adelantado

El reloj de sol de la esquina de la Casa Consistorial. / El Adelantado

Andaba el que suscribe, desde hace muchos años, intrigado por el extraño reloj que ha adornado los últimos doscientos setenta y siete años la esquina de la Casa Consistorial, justo por encima de la puerta de la plomería. Cansado de preguntar a los más veteranos del lugar acerca del mismo, me sorprendí de que muchos, la mayoría, desconociera y desconozca la existencia de semejante artilugio en lugar tan concurrido.

Recoge el sol por la mañana, por encima de la torre de Santa Isabel. Sigue tomándolo hasta el mediodía sorteando los edificios que sustituyen a la antigua calandria, para acabar rodeando las torres de la iglesia de la Virgen de los Dolores. Ya, por la tarde, con la claridad de la plaza, sombrea de refilón, cubriendo una jornada que ya quisieran para sí esos guiris abrasados de las playas.

Sin embargo, desde tiempo inmemorial, perdido su gnomon, se había convertido en un mascarón de pizarra labrada que miraba al sol como quien ve llover. Y no será porque su rostro no fuera singular. Repleta está la pizarra de símbolos de lo más curiosos. Desde los tradicionales números romanos a las sempiternas flores de Lis. Eso sí, custodiadas por dos espectaculares símbolos masónicos. Que no me extraña que el general Franco no pusiera un pie en la plaza que llevaba su nombre en todos los años que visitó el Real Sitio, oiga. Hace ya tiempo propuse al entonces Alcalde del Paraíso y hoy Sénex, Félix Montes, que se buscara el Maestro que marcara las horas del reloj, pero no hubo manera. El gnomon no apareció por ningún sitio.
Y me despreocupé por unos años.

Sin embargo, qué quieren que les diga, bien difícil es olvidarse de un reloj en este Real Sitio. Que los tenemos de todos los colores. En la mayoría de los pueblos de este país no hay más que uno, bien grande, y en la plaza principal. Casi todos tienen un aspecto similar, variando en el repique de sus campanas. Aquí, para empezar, gozamos de uno bien hermoso y de maquinaria en restauración, en el Palacio Real. Su torre mira altanera al patio de Honores que en el idioma del Real Sitio se pronuncia «de la Herradura», por su peculiar forma.

Mas, antes de construirse aquel ingenio, en el patio Real, el más antiguo del Palacio, se creó a un imponente reloj solar que hoy dormita sobre uno de los balcones. De bello bronce dorado. Que destila un tufillo a siglo XVIII imposible de olvidar. Nuevecito está, por cierto, gracias al cobertor que lo protege. No creo, por otra parte, que tuviese mucho trabajo. De eso se encargaba, sin duda, la legión de relojes que poblaba y puebla las salas del Palacio Real.

Indudablemente, para el común, se construyó en 1736, a la vez que se finalizaba la Real Enfermería, mi querido reloj solar. Quizás tras perderse su gnomon, se colocó un reloj mecánico en una de las torres de la iglesia de la Virgen de los Dolores, cuidado a la perfección por Gonzalo Rodríguez durante toda su vida; desvelando hoy a Isidoro Arévalo.

Ahora bien, según somos en el Real Sitio, amantes de la simetría neoclásica, se nos ocurrió que debía haber un reloj en cada torre. Como también adoramos el barroco y la falta de presupuesto municipal, decidimos mantener la asimetría pintando el relojito, unas veces a las diez menos diez y las otras a la una menos diez, por eso de que en la variedad está el gusto. De modo que, con un reloj de verdad y otro verdadero, el curioso reloj solar de pizarra cayó paulatinamente en el olvido. Al fin y al cabo, en esta negra vida, ¿quién camina mirando a las alturas?.

El caso es que, pasados los años, he seguido con la espina en el zapato del reloj de sol inconcluso. Y con esa idea, al vapor del vino del restaurante La Fragua, compartiendo efluvios con el Sr. Bellette, Juan Hernán, César Navarro Rodríguez y Don Javier Herrero, empezamos a hablar del asunto. Le ofrecí a César pagarle por sus servicios de herrero en la construcción y colocación del gnomón, a lo que replicó el otro Herrero, en este caso de apellido, que él lo costeaba. Y los vinos. Y la tortilla. Juanito aportó su inconformismo natural, que nos hizo ver las dificultades de la empresa e investigar al respecto. Y el señor Bellette, como siempre, hizo de notario, dando fe de que aquello había que hacerlo.

En consecuencia, el pasado día 30 de diciembre de 2013 fuimos a la plaza y, con la ayuda de Jesús Espinar, Señor de las Fuentes del Real Sitio, y de los operarios municipales, me subí a la jaula de la grúa con César. Ascendimos hasta el reloj y le colocamos sus gnómones, que tiene dos. Y, con la aprobación del Doctor e Ingeniero Industrial, Don Rafael Ramos, y de todos los viandantes que, sorprendidos, se peguntaban qué hacía ahí arriba una pareja tan dispar, devolvimos a la vida el reloj de sol de la plaza de los Dolores.

El primer gnomon, vertical; el segundo, articulado y declinado. No hubo que hacer cálculos trigonométricos. Como bien alumbró Juanito, el orificio llevaba la declinación angular implícita. Por si acaso, César se esmeró y, echando chispas, rebajó lo justo las piezas para que el agarre fuese eterno. Un rayito de sol sorteó las invernizas nubes y confirmó, ante la atenta mirada del Señor Alcalde, que el trabajo había sido bueno.

Volvimos al bar y festejamos la hazaña. Y espero que la sigamos festejando mientras el reloj marque las horas. Yo, por mi parte, curado del picor relojero, seguiré recorriendo los rincones del Real Sitio, buscando espinas que meter en mis zapatos.

Fuente: http://www.eladelantado.com/

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