DOS VUELTAS, UNA ASÍ Y OTRA ASÁ, ALREDEDOR DEL GLOBO • EL CONCEJO, PUNTO DE PARTIDA DE UN VIAJE POR EL PLANETA

POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA DE PRAVIA (ASTURIAS)

Pravia (Asturias).

Pravia (Asturias).

Las coordenadas de Pravia son 43º29’N y 6º07’W, y 35 metros de altura, con respecto al paralelo del Ecuador, al meridiano de Greenwich y a la escalinata del Ayuntamiento de Alicante. Por estos hilos busqué lugares hermanados con esta villa, en su longitud o latitud, altura aparte, puesto que Pravia llega en un punto al centro de la Tierra y alcanza superficie infinita en el techo del mundo. No fue viaje de una noche, preguntando desde mi despacho a las constelaciones, tampoco me llevó 80 días, como a Verne.

Salí de Pravia, rumbo Oeste, por el paralelo 43º29’N, pasé al sur de Castropol y por Ferrol y la ría salí al Atlántico, para cruzarlo muy por encima de las Azores, hasta llegar aterido a Saco, en el Estado americano de Maine, a orillas del río Saco. Seguí el paralelo y pasé por Caro, al norte de Detroit y la ribera del Cass, cerca del lago Hurón. Antelope Creek, desfiladero en Wyoming. Smokey Dome, de 3.077 metros, en Idaho. Crescent, pueblo de Oregón. El que anda mucho sabe mucho. Y entré al Pacífico por la Bahía de Coos, sin perder el hilo negro, que brincaban los delfines, hasta atravesar la línea opuesta a Greenwich, del cambio de fecha, en la espalda del mundo.

Siempre rumbo Oeste llegué al Este, cable allá, hasta entrar en Japón por Teshikaga, cerca de los lagos Mashu y Kussharo. Sunagawa (en japonés Río de Arena), de 20.000 habitantes, en la confluencia del Ishikari con el Sorachi; el Narcea con el Nalón, o sea. Los viajes somos los viajeros, vemos lo que somos. Por más arriba de Sapporo, volví al mar y entré mojado en el oriente ruso, pocos minutos por encima de Vladivostok y de Dunhua, ciudad china, y al sur de Tongliao, en Mongolia, de tres millones de habitantes y cinco mil años de antigüedad. No me detuve hasta Kolzat, sureste de Kazajistán, en la frontera con China. Avancé por el cable de acero imaginario, no me separé nunca más de un minuto, y por el norte del Cáucaso alcancé Terek, río y pueblo checheno de remeros cosacos, donde di con mi pasado. Nálchik, capital de la República Kabardino-Balkaria en Rusia, tan poblada como Oviedo, y el río Nálchik, siempre un río. Guiado por el paralelo llegué a la confluencia del Sava con el Danubio y entré en Usce, ciudad serbia (Usce es confluencia). Luego Orthez, en Aquitania. Anglet, casi pegada a Bayona, al lado del Cantábrico y de la desembocadura del Adur. Villaviciosa y, enseguida, Ítaca, quiero decir Pravia, hilvanada en todo lo que dije. Y ya recuerdo más de lo que he visto.

Volví a salir de Pravia en dirección Norte, por el meridiano 6º07’W, pasé por Muros de Nalón, la playa de Aguilar y el Cantábrico.

Dice Ángel González:

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia / el tiempo bien llamado porvenir. / Porque ninguna tierra / posees, / porque ninguna patria / es ni será jamás la tuya, / porque en ningún país / puede arraigar tu corazón deshabitado.

Bahía de Dublín arriba, al final del Canal de San Jorge, llegué al Mar de Irlanda y a Skerries, pueblo costero de viejos molinos de viento y de trigo. Mar y páramos y la banquisa ártica, hasta el Polo Norte, para continuar en dirección Sur, por mi meridiano, que pasa a llamarse 173º53’E, en el alfabeto del universo. Atravesé la Península de Chukots, y no entré en Alaid por dos minutos, la isla más occidental de las Aleutianas, en Alaska. Nadé todo el Pacífico del hemisferio Norte hasta Abemama Atoll, casi en el paralelo 0º00′, en las Islas Gilbert; atolón coralino, que rodea una laguna profunda central, en la República de Kiribati, donde vivió un año Robert Louis Stevenson; dijo él:

The great affaire is to move («La cuestión es moverse»).

Ya en el hemisferio Sur, bajé a Tafahi, una isla del reino de Tonga, volcán cuya vegetación y cocoteros ocultaban el cable meridiano al que amarré mi arnés con una driza deslizante y un mosquetón. Seguro de mi rumbo, llegué a la punta de la bota de Nueva Zelanda, a Te Kopuru, pueblo a la vera de la ría de Wairoa. Y a Okato, también en la Isla del Norte, al pie del monte Egmont, de 2.518 metros, los de nuestro Pico Urriellu, y a orillas del Stony, que enseguida desemboca en el Mar de Tasmania. Seguí cable abajo. Stephens Cape vigila la entrada del Estrecho de Cook, que separa las dos grandes islas que conforman Nueva Zelanda. Aquí me cuidé mucho de anotar el cruce con el paralelo 43º07’S, para ubicar las antípodas de Pravia, y ocurrió esto en el mar, en la Bahía Pegasus, a unos cien kilómetros de la costa. Pravia fue mar y sigue siéndolo en el fondo y en la superficie, al este de Christchurch; si en esta ciudad hicieran un túnel que pasara por el centro de la Tierra llegarían a Castropol, a la Santiniebla de Cernuda. Bajé más, entré en la Antártida por el Mar de Ross y alcancé el Polo Austral. «En el sur tan distante quiero estar confundido», decía Cernuda.

Y por nuestro congelado meridiano, otra vez el 6º07’W, entonces siempre rumbo Norte, salí al Atlántico, por la izquierda de la isla helada de Bouvet, entré en África por el Golfo de Guinea y la Costa de Marfil y pasé por Sokolo, aldea de Malí, en la cuenca norte del Níger. Y no hallé otro lugar relevante, a efectos de pravianear, hasta entrar en nuestra Península por la provincia de Cádiz, muy cerca de Conil de la Frontera, seguir al Norte por la izquierda de Lebrija donde, muerto de hambre, comí habas corchas; Tamames, en la Huebra; Bermillo de Sayago, Castrillo de Polvazares, del cocido maragato, Torre de Babia y de nuevo Pravia, mi geografía y mi historia, mi casa y mi punto de partida.

Fuente: http://www.lne.es/

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