EL POETA QUE UNÍA LAS DOS ORILLAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA

POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

José Emilio Pacheco.

José Emilio Pacheco.

José Emilio Pacheco, mexicano de cabeza y corazón universales, ha muerto a los 72 años por un tropezón inesperado sobre los libros desparramados en el suelo de su despacho, colmado hasta el techo de obras de autores clásicos y modernos. Se había abrevado, desde niño, en ambos caudales lingüísticos y resultaba tan tradicional como vanguardista, tan antiguo como moderno. Y sigue resultando. ¿Casualidad? ¿Fatalidad? ¿Necesariedad? ¡Quién lo sabrá nunca!

Se nos fue lo mejor que quedaba en las letras iberoamericanas poco después de que nos abandonaran en silencio mortal Carlos Fuentes y Juan Gelman. En la historia residen ya los tres, que fueron uno en la amistad y en el tratamiento renovador de la lengua española, muy viva en la otra orilla del Atlántico.

Hay que ir allá para experimentar lo bien que suena y resuena, o releer con pasión y asiduidad sus obras líricas y novelísticas para aprender que no somos nosotros los mejores, ni mucho menos.

Conocí a José Emilio Pacheco, campechano y sencillote, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares cuando recibió el Premio Cervantes en abril de 2009 y se le cayeron en ese momento los pantalones mientras leía el discurso de celebración.

-Es que no sabía vestirme de pingüino; tenía que haberme puesto unos tirantes, me dijo luego, sentados los dos en el parterre del claustro con una copa en la mano y un cigarro en la boca.

Al lado, el presidente Zapatero, su ministra de Cultura Ángeles González-Sinde, y Carmen Cafarell, directora del Instituto, departían coloquialmente las emociones del acto, ausentándose de los periodistas.

Le comenté al brillante “Cervantes” mi reciente viaje a la California del Sur y este fue el diálogo:

-¿Qué trajo de mi tierra?

-“Los días que no se nombran”, una selección de sus poemas.

-¿Y qué?

-Los devoré en el avión de vuelta.

-¿Recuerda alguno?

-Sí, ese que dice: “No amo mi patria./ Su fulgor abstracto es inasible./ Pero daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ varias figuras de su historia,/ y tres o cuatro ríos”.

-Así es.

-Así fue y así es para mí también.

Y nos despedimos. Hasta hoy, que ha callado para siempre. Pero no. Su antología, publicada por el gobierno mexicano, como obsequio de los editores y libreros del país hermano en el Día Nacional del Libro 2009, nos seguirá hablando, enseñando, conduciendo. Aquí la tengo y la hojeo:”Se detuvo el río, pero no el tiempo: fluye”. Leedle, por favor.

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