TERMINO HOY AQUÍ ESTA TRILOGÍA SOBRE EL «DESPERTAR DE MALANQUILLA» CON LA QUE HE QUERIDO REPASAR Y REIVINDICAR UNA LABOR QUE, EN SU MOMENTO, FUE DIGNA DE ADMIRACIÓN Y HOY LO ES DE ESTUDIO

POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)

Y es importante a la hora de abordar esta historia colectiva no perder de vista la realidad de nuestros pueblos de ayer y de hoy. Es vital esta premisa porque visto con ojos de hoy puede verse desafectada de esa riqueza y de esos matices que la hicieron sorprendente. Y fue precisamente la capacidad de sorprender uno de los motores de su éxito.

Cuando todo es sorpresivo se genera una ilusión que nos va atrapando hasta ganarnos para la causa. El ocaso de esta empresa, como de otras después, vino cuando ya nada era novedoso y las acciones se repetían en una consecución sin fin. Si los miuras se dice que aprenden rápido, cuanto más las personas y 15 años de actividades, a pesar de que nos esmerábamos en la innovación, pesaban y mucho, además de la lógica transformación del medio.

En aquel momento hubiera sido necesario un recambio de personas que conllevara nuevas ideas y con ello la posibilidad de seguir adelante, abriendo nuevos caminos, pero lamentablemente nunca llegó. Si es cierto que pasado el tiempo ha habido conatos de continuidad, ideas individuales dignas de elogio y materialización de diversas entidades, que aunque activas, no tienen a la investigación histórica como santo se seña. En cualquier caso bienvenidas sean.

La década de los 80 viene marcada en Malanquilla por la creación y expansión de la Asociación Cultural «Miguel Martínez del Villar», dedicada al que fuera Regente de la Corona de Aragón e ilustre historiador del mismo nombre, natural de Munébrega. La convulsión que produjo su irrupción en el incipiente entramado asociativo de la provincia fue de tal envergadura que no faltaron disputas, celos y traiciones como en cualquier buena novela de intriga y bajos instintos…

Pero no seré yo de pábulo a aquéllas luchas encarnizadas donde sacamos la peor versión de nosotros mismos, aireadas, por si fuera poco, a través de los medios de comunicación. Afortunadamente nadie o casi nadie supo entonces de nuestros enfrentamientos porque la mayoría de las veces quedaban reducidos al ámbito de la provocación y al de las relaciones personales, con tensos escritos de por medio. En defensa propia y en honor a la verdad tengo que decir que los provocadores fueron otros y desde Malanquilla únicamente se intento frenar una conquista bélica en tiempos paz, siempre pretendida y nunca lograda.

Para Malanquilla la Asociación significo su puesta de largo definitiva, su mayoría de edad. Entonces, con más bagaje, también más años y estudios y con renovada ilusión, se sucedieron nuevas actividades y proyectos. Se creó la biblioteca municipal, tras una donación importante del Ministerio de Cultura, diseñamos el escudo de la localidad, se puso la primera piedra de las obras de reconstrucción del molino, se continuó con la investigación, en diversos frentes, poniendo en valor un patrimonio olvidado.

Se editaba el Boletín informativo de la entidad, una verdadera revista histórico-literaria, que nos permitía además, dar a conocer nuestras actividades y se instauraron las Jornadas Culturales de Malanquilla, que a lo largo de varios veranos, hicieron de la localidad un lugar puntero en cuanto a iniciativas se refiere.

Y fue la Asociación, de la mano de su entonces presidente, ya en los años 2000, Miguel Angel Solá, otro de los puntales necesarios para sostener el banco que conseguimos poner en pie, quien auspició y editó el libro de Jesús Marín, Crónica Sentimental de Malanquilla, un logro todavía hoy no superado y donde el autor desgrana de entre su memoria y recuerdos, los acontecimientos de la vida local que permanecen ya, de esta manera, imborrables para generaciones futuras.

Y así, día a día Malanquilla se fue acostumbrado, había despertado y era consciente de cuanto atesoraba y del interés que despertaba. Poco a poco lo que antes se recibía con sorpresa luego fue casi una obligación, de los banderines que hacíamos en las casas para adornar las calles en las primeras fiestas de agosto, se pasó a celebrar unas fiestas millonarias.

Ya no tenía sentido proyectar una película en la plaza llevándose la silla, desapareció incluso la antigua casa del teléfono público, absorbida por la nueva realidad: Se instalaron teléfonos en las casas particulares y empezaron a proliferar los teléfonos móviles.

Pronto comprendimos que Malanquilla debía empezar a caminar sola y a descubrir sus propios caminos y así nos fuimos apartando, sin ruido ni sobresaltos, apoyando eso sí cualquier iniciativa y comenzando diversas andaduras personales, a partir del poso creado. Y supimos que el futuro de Malanquilla podía ser esperanzador cuando advertimos que ese poso se había instalado definitivamente en la colectividad.

Los niños dibujaban molinos de viento «como el del pueblo», se hablaba con normalidad en los corrillos de la plaza de la nevera o de la ermita románica, el escudo era plasmado en programas de fiestas, papeleras o puesto en cerámica, a la entrada de alguna casa… Malanquilla recuperó si identidad, su estima y su espíritu. Ojala que este despertar sea imperecedero.

Felicidades a todos los que de alguna manera han contribuido a estos 40 años de paz, desde la cultura.

 

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