EL TÍO DEL SACO

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

JM-ILUSTRA-01

Cuando yo era chica a los niños malos les castigaban a base de sustos. Eso pasaba porque no se habían inventado los sicólogos ni los pedagogos. Algunos, imagino, padecieron traumas por esos métodos. A otros nos inmunizó contra el miedo externo, el que amenaza fuera de la casa. Porque de los otros miedos, los imprevisibles, no se libra nadie. Recuerdo, por ejemplo, aquello de ¡qué viene el Coco¡. Nunca imaginé qué cara tenia el Coco, ni me quitó el sueño. Acaso porque yo no era de las niñas que dormían poco, las preferidas del Coco. Mucho peor fue la amenaza del Tío del Saco, también llamado el mantequero. Este personaje era siniestro. Se dedicaba en robar niños malos para sacarles la manteca, que era, al parecer, un manjar preciado. Natural, eran los años de la postguerra y del hambre. Como yo era una niña buena y muy flaca, se supone que no tenía que temer al Tío del Saco; pero le temía. Alguna noche tuve pesadillas con él. Ya se sabe, el miedo es libre. Lo imaginaba, cetrino, encorvado, con cara de mala leche, sin afeitar, emboscado en una bufanda parda, con una pelliza vieja, sobre la que cargaba a la espalda un saco lleno de niños malos. Fue necesario crecer para darse cuenta que en el pueblo no faltaban más niños que los que mataba la disentería, el hambre o la tuberculosis. Precisamente los que no interesaban al tío mantequero. Así superé los miedos infundados. De hecho he sido siempre valiente. Hasta el pasado día 10 de Diciembre a las 10 de la noche, en una calle céntrica de Úbeda, El Real. Me explico.

Subía de un recital poético conmemorativo de la muerte de San Juan de la Cruz. Era una noche serena, poco fría, con ambiente navideño. Pero me di cuenta que en la empinada calle que termina en la plaza de Andalucía no había ni un alma. ¿Dónde están los turistas de una ciudad Patrimonio de la Humanidad? Pensé yo. Entonces escuche pasos detrás. Empezaron a temblarme las piernas y recordé que habían soltado de la cárcel a un tal Ricart, asesino de tres niñas en Alcàsser, a las que violó y torturó hasta la muerte. Contaban que se le vio en la estación Linares-Baeza. Me estremecía mientra apretaba el paso. Cambié de acera, sin atreverme a volver la vista. ¡Qué horror!: el caminante hizo lo mismo. Noté que me latía el corazón y casi comencé a correr. Al fin, en todo lo alto, encontré a un conocido que bajaba. Fue como si hubiera acudido san Juan de la Cruz en mi ayuda. Respire hondo, pero seguí a paso ligero hasta llegar a la calle Nueva, arteria principal de mi ciudad. Allí deje de tener miedo. Pero entonces sentí pena ante el espectáculo que vieron mis ojos: infinidad de inmigrantes africanos se disputaban un espacio en los soportales para pasar la noche sobre cartones. Entre ellos, en el Pasaje de la Victoria, había una pelea. Imagino que se enfrentaban por un hueco de calle para dormir. Bajé avergonzada la mirada, y supe que mi miedo no es nada la lado del que deben de padecer estas criaturas en sus noches oscuras. Sospeché que quien me seguía no era el Tío del Saco. Que sería un pacífico inmigrante intentando llegar temprano para que no le robara su suelo. Supe así que durante las noches de aceituna las calles no nos pertenecen. Que nuestra presencia incomoda a los inmigrantes, porque a nadie le gusta que le observen en la intimidad de su absoluta pobreza. Porque ese suelo de la noche, y el bocadillo que les dan en Caritas, es lo único que les queda a estas criaturas ahora que se acabó el curro en el olivar para ellos, porque ya no hay curro para todos. Sí, esa noche sentí dolor por los inmigrantes. También aquella noche volví a tener miedo al tío del Saco, encarnado en los asesinos y violadores sueltos, sin rehabilitar. Por culpa de ellos, como antaño, durante la noche la calle está prohibida a las mujeres solas.

Sí, hoy en las calles de mi ciudad la noche es más noche que nunca. Una veces porque ha resucitado el Tío del Saco; otras porque las calles son la única casa de los desheredados de la tierra. Cerré mi puerta con llave y le pregunté al santo de Ávila, que tanto sabe de noches oscuras del alma, en qué no hemos equivocado. Mi Papelera y yo seguimos esperando su respuesta. Los inmigrantes también.

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