UN CORTE DE MANGAS

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

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Dentro de la expresión corporal, más concretamente de la comunicación a través de gestos, existen algunos signos representativos de desacuerdo o de menosprecio. Hay quienes al poner el dedo corazón verticalmente dejando el resto recogidos, lo llaman el dedo del caballo. Otros lo denominan peineta y algunos, lo acompañan con la frase, «ponte aquí y verás Madrid», cuando el visitar la capital del Reino siempre es agradable, al menos para mí. El refranero oriolano nos dice de que, «a Madrí y a la Crus de la Muela, una ves pa verla», debido probablemente a la dificultad que supone el ascender hasta lo alto del monte que preside uno de nuestros signos de identidad, y lo que antiguamente se tardaba en ir a la Villa y Corte. Cosa que no ocurre ahora con eso del AVE que, aunque caro, en dos horas y media, te pone en Atocha desde Alicante.

Pero, siguiendo con los gestos, el asunto se complica más al verse acompañado con los brazos, al levantar de forma obscena uno de ellos formando ángulo recto o sea en ele, frente al pecho, y golpeándolo entre el hombro y codo con el antebrazo del otro brazo. Actitud ésta que es definida por el Diccionario de la RAE como «corte de manga». Hay peinetas y cortes de mangas famosos que han hecho historia, gracias a sus protagonistas, ya sean deportistas o políticos. Incluso, el gesto de peine convexo que las féminas utilizan para asegurarse el pelo o como adorno, hay quien elucubra más eróticamente, e interpreta en ello, o cree ver un pene a través del dedo medio y el resto de dedos cerrados en el puño a los testículos, para ser acompañado de la frase «jódete».

Continuando con lo del corte de manga o de mangas, recuerdo aquella película titulada ‘Caballero a la medida’ de Mario Moreno ‘Cantinflas’, en la que le encargan la confección de un traje de marinero de primera comunión para un niño, que al final queda hecho un adefesio, y que para coserlo se auxilia de la madre diciéndole: «me quiere apuntar las medidas». O aquella otra una película cuyo título he olvidado, en el que un sastre acompañado de un ayudante conforme iba tomando medidas al cliente para hacerle un traje, se acompañaba de la frase: «nene, apunta». Expresión ésta, que cambiando el orden de las palabras, «apunta, nene» nos sitúa en uno de los programas radiofónicos del recordado Luis Sánchez Polack ‘Tip’, que por cierto tenía antecedentes familiares en Orihuela.

Continuemos con los artesanos de la aguja, arcaicamente denominados alfayates y situémonos en la primera mitad del siglo XVI. En las ‘Ordenanzas del gremio de sastres’ que nos da a conocer Rufino Gea se especifica una serie de condicionantes por los que se normalizaba dicho oficio, y en los que quedaban patentes algunos aspectos que hoy en día podíamos incluir dentro de lo que entendemos como formación y promoción profesional, de igual forma que se regulaba la competencia desleal y el intrusismo.

Así, para ser maestro de dicho gremio se exigía ser cristiano viejo y la obligación de pagar cinco sueldos a beneficio de la Cofradía del protomártir de la Orden de Santo Domingo, el veronés San Pedro Mártir. En las citadas ordenanzas de 1534, se indicaba que el aprendiz y el oficial contratado durante un tiempo determinado por un maestro, ningún otro podría admitirlos en su taller, si hubieran dejado al primero por ganar más salario. Por otro lado, aquel oficial que deseara ser maestro, después de seis años como tal oficial, debía sufrir un examen ante los maestros del gremio, debiendo abonar la cantidad de diez sueldos si era de Orihuela, y el doble si era foráneo. No se especifica los años que debía durar el aprendizaje, aunque en Valencia era de cuatro y hasta los veinte, en el siglo XVIII. Con lo cual, un niño que ingresara en el taller de un maestro a los catorce años, hasta los veintiséis no podría promocionarse como maestro. Por otro lado, se protegía a los artesanos ante los impagos, de manera que si en un plazo de treinta días no cobraba las hechuras estaba obligado a demandar al cliente. De igual manera se protegía a estos últimos en el sentido de que el hilo debía de ponerlo el sastre, así como, estaba ordenado de que si alguno de ellos adquiría tela o lana en una tienda para hacer un traje, si después lo cosía otro, el primero cobraba la mitad de las hechuras, y el segundo la otra mitad. Durante la Guerra de Sucesión, en principio se dio por perdido el libro que contenía dichas ordenanzas, redactándose otras. Posteriormente, apareció el citado libro, y basándose en ambas, se confeccionaron otras nuevas en 1726.

Este gremio al igual que los demás, estaba obligado a participar en los actos festivos. Recordemos que a finales del siglo XVII, la insignia del Santo Sepulcro y su capilla estaba al cuidado de los electos de los oficios de sastres, zapateros, albañiles, carpinteros, cerrajeros y alpargateros. Su presencia en la Fiesta de la Reconquista y en la del Corpus Christi era obligada, prestándoles para ésta las andas de Nuestra señora del Rosario del Convento de Predicadores, para portar su imagen. En 1666, se les encomendó enramar una parte del trayecto de la procesión, concretamente la calle del Obispo.

No sé si en esos siglos pasados, además del corte de mangas que pudieran realizar los alfayates en sus talleres, se darían los que hoy obscenamente se acostumbran, y que sin pudor, más de una vez por educación nos aguantamos a pesar de que se los merecen más de uno.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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