EL «TORSEOR», PALABRA ORIOLANA EN DESUSO (ORIHUELA-ALICANTE)

OFICIOS DESAPARECIDOS, DEJARON UN VOCABULARIO ORIOLANO QUE NADA TIENE QUE VER CON LA CITADO EN LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA, SEGÚN NOS CUENTA ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)

Fábrica de hilados y torcidos de seda de Orihuela

A lo largo de los siglos hay oficios que el tiempo fue capaz de eliminar, ya fueran artesanalmente o como especialidad en el contexto industrial. Entre ellos, encontramos el denominado en el vocabulario oriolano como “torseor”, cuya tarea consistía en el “torsío” de la seda, siendo en lenguaje más fino como “torcedor” o “torcido”. Tarea ésta que no tiene nada que ver con alguna acepción que facilita la Real Academia de la Lengua Española, que nos indica que se puede interpretar como algo que produce un disgusto o sentimiento con persistencia.

Pero, sí que podría compararse con el trabajo que se realiza en Cuba torciendo el tabaco, que viene a ser, salvando distancias lo mismo que con la seda, es decir: dar vueltas a ésta o aquel sobre sí mismo apretándolo adquiriendo forma helicoidal.

En el siglo XVII, concretamente, sabemos de su importancia gremial y de su presencia en la vida cotidiana de nuestra ciudad, generalmente junto con los tejedores de seda y los tintoreros. Así, en el Corpus de 1666, se les encomendó el enramado de la calle, desde la Puerta de los Perdones o de la Anunciación de la catedral, hasta la casa de José Rosell. A finales de un siglo después, los localizamos a todos ellos como pilares de la insignia del Santísimo Cristo de los Afligidos en la procesión de la tarde de Viernes Santo.

Por otro lado, entre 1660-1669, encontramos a tres torcedores pertenecientes a la Cofradía de San Miguel de la Peña de la catedral, dos de ellos domiciliados en zona próxima a la Seu y otro en la Plaza de la Trinidad, y en 1770 existían en la ciudad seis o siete tornos para torcer la seda. Pasan los siglos, y en 1928 se instala en Orihuela la Fábrica de hilados y torcidos de seda, que pervivirá durante diez décadas, viviendo momentos de esplendor a través de la Federación Católico-Agraria de Cajas Rurales-Cooperativas Agrícolas.

Pero, volviendo a aquellos torcedores de seda que anónimamente hicieron historia y de los que apenas, como mucho, sólo conservamos su nombre; en el primer tercio del siglo XVIII localizamos a Francisco Casanova y a su sobrino Joseph, así como a otros que, a la vista de las deudas que tenían con el primero, intuimos que tenían relación con este oficio como Pedro Alcaras de Molins que le debía 3 libras y 8 onzas de seda fina, o el clérigo de menores Manuel Sapata, vecino de Santomera, 28 libras de seda. Mas, entre estos deudores también se encontraba su sobrino, que le adeudaba 65 libras de moneda por 19 libras y ocho onzas de dicha seda fina.

El citado Francisco Casanova es probable que tuviese una economía relativamente saneada, ya que era dueño de una casa “de habitación y morada” en la parroquia del Salvador, en la calle llamada de “Albasete”, próxima a la Pedrera de Sans y a la Peña de Santa Lucía, la cual la tenía alquilada, y cuyo inquilino en el momento de testar nuestro “torseor” el 19 de septiembre de 1733, tenía pagado hasta el 8 de enero del año siguiente.

Al carecer de herederos forzosos dejaba todos sus bienes después de abonadas las deudas que pudiese tener, así como las demás mandas testamentarias para entierro y misas por la salvación de su alma, dejaba como herederos universales a sus tres sobrinos,el citado Joseph, Mariana esposa de Pedro Cutillas y Joaquín, todos hermanos y mayores de 25 años.

A la hora de testar, encontrándose enfermo de “enfermedad grave que la Majestad Divina se a servido darme, si bien con mi libre juicio y entendimiento natural”, tras encomendarse a Dios, ordenaba que su cuerpo fuera sepultado con el hábito de San Francisco en el vaso de la Cofradía del Rosario de la catedral, en cuya capilla se debía de oficiar una misa cantada de cuerpo presente, y para la remisión de sus pecados y por una sola vez, 150 misas rezadas de a 3 sueldos, de las que 50 se debían de celebrar en dicha capilla, 30 en la de San Juan de Letrán de la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, y las 70 restantes en donde los albaceas estimaran conveniente.

Además de su sobrino Joseph, fue albacea el presbítero, predicador perteneciente a la Orden mercedaria, Ignacio Reig. Por otro lado, ordenaba que a su entierro asistieran cinco clérigos de la catedral y seis pobres alumbrando con antorchas.

Así, este “torseor” que pasó a la historia, probablemente de incógnito, gracias a sus últimas voluntades nos ha permitido conocer algo más sobre él y sobre algunos aspectos de la vida cotidiana de un artesano vinculado a la fabricación de la seda en la Orihuela dieciochesca. Antonio Luis Galiano

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